ORÍGENES: LAS RAÍCES DE LA CULTURA EUROPEA

    La desaparición del Imperio Romano de Occidente en el siglo V, a pesar de ser la causa inmediata del inmenso vacío que está en el origen de Europa como entidad cultural claramente diferenciada, no fue un acontecimiento puntual, por lo que la transición del mundo grecorromano al europeo ha de entenderse como un largo proceso en el que la fecha de 476 solo tiene valor simbólico. No nos corresponde aquí analizar la parte de ese proceso que tiene que ver con la desintegración del Imperio entre el siglo III y el V. De lo que debemos dar cuenta es de los principales cambios que posibilitaron, favorecieron y condicionaron la germinación de una nueva cultura entre los siglos VI y  X . Esta es la etapa que en esta Historia de la Literatura Europea hemos denominado Orígenes.

    En realidad, durante esos largos quinientos años no puede hablarse todavía con propiedad de una auténtica cultura europea. La disgregación territorial, social, política y lingüística en las antiguas provincias y diócesis romanas era tan general y tan profunda en todos los órdenes de la vida que no tiene sentido hablar de una cultura común. Por un lado, el éxito militar y político de las diversas tribus germanas ocupantes introdujo una fragmentación básica que afectó a toda la estructura social de los diferentes territorios. Los germanos habían traído consigo unas lenguas, unas creencias, unos modelos estéticos, unos códigos legales e incluso unas relaciones personales propias, nuevas y en muchos casos incluso muy diferenciadas entre las diversas tribus. Además, una vez eliminada la presencia romana institucional, los conflictos entre los propios germanos y su vagabundeo por el extinto Imperio de Occidente provocó una aún mayor fragmentación geográfica que, unida a la resistencia ocasional bizantina, no hizo más que difuminar cada vez más el modelo territorial previo. Por otro lado, fue una reducida casta militar germana la que se impuso sobre una amplia base demográfica romanizada, a la que, además, permitió mantener en buena medida su modelo cultural previo. De este modo, en estos primeros siglos de la historia de Europa encontramos en realidad dos sociedades superpuestas que solo muy poco a poco irán convergiendo.

    En este sentido, la época de los Orígenes se caracteriza en el ámbito artístico por la presencia de creaciones independientes y aisladas o, incluso, paralelas y contradictorias, procedentes unas de la profunda huella del pasado grecorromano y otras, de la variada tradición cultural germana. Ejemplos significativos de esta polifonía cultural pueden ser el Beowulf anglosajón y las Etimologías de Isidoro de Sevilla. En el primer caso nos encontramos ante uno de los pocos testimonios heredados directamente de la épica germana, apenas afectada todavía por la influencia del Cristianismo romano. En cuanto a la obra del obispo hispano, toda ella se asienta sobre los pecios de una cultura latina previa ya naufragada. En ninguno de los dos casos se ha producido todavía el proceso de asimilación, de contaminación, de hibridación, que dará lugar a la auténtica literatura europea.

    De todos modos, la época de los Orígenes debe incluirse dentro de la historia de nuestra cultura porque en ella ya pueden verse en funcionamiento características generales que van a estar vigentes durante todo el desarrollo histórico posterior. Una de ellas es esa tensión constante entre unidad y disgregación sobre la que tendremos ocasión de volver una y otra vez en estas páginas. En esta etapa, esa tensión se establece entre la cultura  latina  preexistente y la cultura germánica recién llegada, ambas en decadencia por razones diversas en el siglo V pero ambas todavía vigentes. De hecho, en esos territorios del Imperio de Occidente que para entonces ya han sido repartidos entre una decena de poderes políticos diferenciados (Vándalos, Suevos, Visigodos, Bizantinos, Sajones, Francos, Burgundios, Ostrogodos...), sobrevivieron dos elementos culturales fundamentales para el establecimiento de una poderosa base unitaria de cara al futuro: la lengua latina y la religión católica. El hecho de que a la larga acabaran imponiéndose a las lenguas germanas habladas por los invasores y a sus variedades religiosas fue fundamental para que esa vinculación con el pasado grecorromano, que forma parte de la esencia de Europa, no se rompiera nunca.

    También hay que tener en cuenta el referente constante del Imperio Bizantino. Tanto para los habitantes latinos de los reinos germánicos como para las propias élites de ocupación, la supervivencia de un poderoso Imperio Romano en oriente mantenía la imagen de un mundo que lejos de ser considerado un pasado extinto muy pronto se vería como un modelo a reconstruir.

    De ahí la importancia trascendental de la coronación imperial de Carlomagno el año 800. Al margen de consideraciones particulares de la monarquía franca, esa coronación va a ser el hito fundamental del primero de los repetidos intentos de reconstrucción interesada de un ficticio pasado grecolatino que han ido jalonando la historia milenaria de Europa. En ese año 800 el rey de los francos y el obispo de Roma actuaron de forma conjunta por vez primera para reconstruir un modelo cultural que, intentando competir con Bizancio, recuperara algunos de los rasgos míticos del pasado romano. Para el emperador suponía su encumbramiento político sobre todos los poderes regionales herederos de las invasiones germanas, una reconstrucción, siquiera limitada, del Imperio de Occidente; para el Papa, la vinculación de su poder religioso al poder político -como se había hecho en la época de Constantino- en el ámbito más amplio posible en ese momento.

    A partir de aquí el modelo cultural europeo estaba definido pero todavía hacía falta desarrollarlo. En el ámbito literario será la propia corte del hijo de Carlomagno quien muestre los primeros frutos de esta hibridación cultural con una obra como la Vita Karoli de Einhard, en la que el intelectual franco reconstruye la vida del nuevo emperador germano de acuerdo con los presupuestos estéticos y en la lengua de Suetonio, el biógrafo de los primeros emperadores romanos. Pero la auténtica profundidad de este proyecto la demostrará el hecho de que todavía un siglo después, en la lejana Gandersheim, una monja sajona redacte para sus compañeras pequeñas piezas dramáticas de acuerdo con su distorsionada pero fructífera lectura de Terencio.

    Si en los versos del Beowulf y en las definiciones de las Etimologías estaban las semillas de Europa, la Vita Karoli y Dulcitius son ya sus primeros brotes. [E. G.]