HISTORIA LOCAL EN UN MARCO EUROPEO

SAXO GRAMMATICUS - SIMÓN DE KÉZA

 

    Uno de los mayores problemas que plantea la comunicación oral tiene que ver con el control de la información. Las narraciones orales, los relatos tradicionales, géneros como las epopeyas medievales, aunque puedan ser proyectadas desde el poder, a la larga no pueden ser supervisadas por este y llegan a evolucionar de forma inesperada e incluso“contraproducente”. Fuera cual fuera el origen de la Chanson de Roland, seguro que no se pensó como arenga contra los anglosajones, y la mayoría de los romances del Cid llegados de boca en boca hasta el siglo XV parecen tener poco que ver con la motivación sociopolítica de los juglares del Cantar.

    Frente a esa falta de control del relato oral, la escritura constituye un registro oficial. Proceda de donde proceda la puesta por escrito, el folio o el pergamino se convierten en un referente de prestigio doble, por la relevancia de un contenido que ha merecido la escritura y por el valor que le trasmite el propio contexto: riqueza, saber, poder, reverencia… Por ambas causas, para el poder político la fijación por escrito y, sobre todo en una lengua de prestigio, de una determinada versión del relato histórico ha sido durante siglos fundamental, en el más estricto sentido de la palabra. Poner por escrito en latín los fundamentos del poder de determinadas estructuras políticas que buscaban su consolidación, fue un esfuerzo intelectual amplio y poderoso en todos los estados periféricos de Europa a lo largo de los siglos XII y XIII, cuando las estructuras de poder regional en Polonia –las Cronicae et gesta ducum sive principum Polonorum de Gallus Anonymous, de mediados del XII-, la Inglaterra angevina –Guillermo de Malmesbury y su Gesta regum anglorum de la misma época-, Castilla -Rodrigo Jiménez de Rada: De rebus Hispaniae, de la primera mitad del XIII-, o, como veremos a continuación, Dinamarca y Hungría, van a fijar por escrito en latín la versión “canónica” del establecimiento y legitimidad de ese poder regional. Es en este contexto donde vamos a seguir, en la medida de lo posible, las imprecisas biografías de dos historiadores, el danés Saxo Grammaticus y el húngaro Simón de Kéza, y, sobre todo, el paralelismo entre sus dos grandes proyectos historiográficos, la Gesta Danorum del primero y la Gesta Hunnorum et Hungarorum del segundo.

    Como en el caso de los dos trovadores a los que dedicamos un artículo anterior, también en el caso de Saxo y Kéza las informaciones que tenemos sobre sus biografías son mínimas. Los datos fundamentales son que en ambos casos, como en el de todos los otros historiadores latinos mencionados antes, se trata de clérigos vinculados al poder religioso y civil de sus respectivas regiones, de donde surge el proyecto historiográfico que ellos desarrollan.

    De Saxo Grammaticus desconocemos de forma segura tanto la fecha como el lugar de su nacimiento pero una crónica bastante posterior, la Chronica Jutensis del siglo XIV, recoge que habría nacido a mediados del siglo XII en la isla danesa de Selandia. De una forma más directa, a partir del prefacio de su obra, sabemos algún dato sobre la familia del escritor: sus antepasados pertenecían a la nobleza militar danesa y tanto su padre como su abuelo habían servido a los reyes de Dinamarca, sobre todo Valdemar I. Él mismo también se considera un servidor de su hijo, Valdemar II, pero no con las armas, como ellos, sino de una forma espiritual, con el crucifijo y la pluma. Eso es todo sobre Saxo, pero menos todavía es lo que se conoce de la vida de Simon de Kéza, sobre la que solo hay especulaciones. Nada se sabe de su familia ni de su nacimiento. Tan solo se han hecho algunas especulaciones que situarían sus orígenes, en la primera mitad del siglo XIII, a partir de determinadas expresiones populares húngaras que aparecen en el texto latino, en los alrededores del lago Balaton, en el condado de Fejér, o a partir de su propio apellido, en la comarca de Duna-keszi, junto a la actual capital.

    En cualquier caso, tanto para uno como para otro, lo fundamental es que, por la razón que fuera, sus carreras profesionales se centraron en el trabajo intelectual y la escritura, lo cual facilitó que su formación los alejara de sus lugares de origen. Esto es una característica esencial para situar el contexto de estos escritores. Son intelectuales que no pueden recibir la formación necesaria para lo que luego será su trabajo en el ámbito cultural al que pertenecen. Su proyecto historiográfico solo será posible si ellos mismos se trasladan lejos de su tierra a centros formativos que les capaciten para desarrollarlo, y esos centros, a principios de la Edad Media Central, solo se encontraban en el núcleo cultural de Europa, en las primeras universidades creadas por la Iglesia en el suroeste del continente. En los dos casos que nos ocupan, no hay constancia documental de los lugares donde Saxo y Kéza se formaron pero todos sus biógrafos y estudiosos indican que el erudito danés parece haber estudiado en escuelas episcopales francesas, acaso en París, mientras que el húngaro habría asistido a clase en alguna de las recién creadas universidades italianas como Padua o Nápoles.

    Esta formación externa es fundamental por varias razones. En primer lugar, porque puso en contacto a estos intelectuales de la periferia con el tipo de discurso histórico que ya se había consolidado en la zona nuclear de Europa y con el uso privilegiado de la historiografía para legitimar el poder político. Otro aspecto es la preferencia por el latín como lengua de comunicación culta. Procedentes de regiones donde la lengua local excluía la comprensión con el exterior, el aprendizaje y buen uso del latín, la lengua común de Europa, permitía el acceso a los textos de mayor prestigio y ponía los propios escritos al alcance de toda la comunidad intelectual, ampliando de forma irrenunciable el ámbito de la escritura. Además, el aprendizaje en Francia o en la península itálica situaba a estos intelectuales en el centro del desarrollo cultural de Europa, por lo que su regreso a sus lugares de origen creaba un vínculo de modernidad y europeización tanto para Dinamarca como para Hungría. Por último, el latín era también la lengua del poder, tanto en el ámbito civil como, sobre todo, en el religioso, lo que colocaba a estos clérigos a su regreso en una posición de privilegio en el contexto social de sus respectivas regiones de origen.

    A pesar de todo, tampoco son muchas más las menciones que tenemos de ellos tras esta etapa de formación. Saxo, cuyo sobrenombre de Grammaticus, referido a su hábil uso de la lengua latina, solo aparecerá siglos después de su muerte, trabajó al servicio de Absalón, arzobispo de Lund, la catedral primada de Dinamarca, y principal consejero del rey Knut VI al finales del XII. Al parecer Saxo trabajó para la administración del arzobispo, acaso como secretario y, de hecho, la mayor parte de su obra se dedica a narrar y engrandecer la vida de su protector. Kéza, por su parte, aunque también es clérigo, como Saxo, va a trabajar directamente en la corte del rey húngaro László IV, de quien era notario en el año 1283, cuando se supone que se hallaba redactando su crónica.

    Acerca de su muerte, nada se sabe. Lo único que se puede mencionar es las fechas históricas que de forma indirecta sirven para fijar el final de su escritura. En el caso de Saxo su prefacio, lo último que escribió para su obra, puede fecharse hacia 1216, durante el arzobispado de Anders Sunesen, por lo que la fecha de su muerte se sitúa, sin más consideraciones, hacia 1220. La obra de Kéza da algún dato más concreto ya que recoge la batalla de Hódtó de 1282 pero no la invasión tártara de 1285, por lo que se supone que para esa fecha el historiador ya habría muerto. Nos encontramos, pues, ante dos escritores que viven a medio siglo de distancia pero nada hace pensar que el historiador húngaro, que no parece haberse movido de la corte real durante su vida adulta, tuviera conocimiento de la tarea llevada a cabo en Escania por su colega danés cincuenta años antes. Esto es lo que hace especialmente llamativas las coincidencias entre las obras de ambos y a ellos, al mismo tiempo, representativos de una tarea intelectual básica que se estaba llevando a cabo en buena parte de Europa en esos momentos.

    El proyecto historiográfico de los dos escritores es similar: anclar las raíces del poder político contemporáneo de sus regiones de origen en una tradición histórica paralela y equivalente a la del Imperio con el que compiten. Para ello hay que recordar que en su época tanto el Sacro Imperio germano como la Iglesia de Roma se proclamaban poderes globales, universales, en tanto que herederos del Imperio Romano cristianizado. Por lo tanto, las historiografías danesa y húngara van a esforzarse por hundir sus raíces en tradiciones históricas que lleguen, al menos, hasta el periodo romano imperial, para establecer una continuidad paralela y equivalente desde la Antigüedad hasta sus propios días. Es imprescindible llamar la atención sobre la originalidad y novedad de esta perspectiva ya que, siendo tanto Saxo como Kéza clérigos de la Iglesia católica, van a basar la legitimidad política de sus patrones en la trayectoria secular de unos antepasados paganos. Esto es una gran novedad en la historiografía europea medieval, que en el caso de los estados germánicos acostumbraba a hacer hincapié en la trascendencia de su conversión al cristianismo y, por lo tanto, en la descendencia del poder establecido de un gran líder converso ya bien asentado en una provincia romana. Así sucede tanto en el caso de los visigodos como en el de los francos, cuya historia previa en las selvas germanas nunca fue motivo de investigación para sus historiadores.

    Saxo, por el contrario, va a dedicar toda la primera parte de su magna obra, los libros I al IX, de 16, a fijar por escrito la larga continuidad de la monarquía escandinava en torno al Báltico y el Mar del Norte desde los tiempos del propio Augusto. De esta manera la obra de Saxo queda dividida por el bautismo y conversión de Harald Blåtand, reinado con el que comienza el libro X. Así pues, el historiador ha de recrear todo un milenio de historia política escandinava pagana a partir de tradiciones locales, en su mayor parte orales. Por supuesto para la historiografía posterior es esta parte novedosa de la obra de Saxo la que ha resultado de mayor interés porque ha preservado muchas leyendas vikingas que sin su intervención habrían desaparecido. Sin embargo, aquí nos interesa también el hecho de que ese relato histórico danés se proyecta sobre la propia historia del Imperio Romano, por lo cual el escritor ha de demostrar también un dominio satisfactorio de la historiografía clásica.

    Esto es más importante aún en el caso de Simón de Kéza ya que, al ser evidente que los húngaros no podían remontar su presencia en Europa más allá de la Edad Media, su trabajo principal va a consistir en vincular la historia antigua de Hungría con la de unos supuestos antepasados, los hunos, que ya formaban parte de la tradición historiográfica romana. De hecho, su obra va a titularse Gesta Hunnorum et Hungarorum y va a dar comienzo con el relato legendario de la separación de los dos hermanos Hunor y Magor, que dieron nombre a esos dos pueblos. A partir de aquí todo el primer libro, de dos, de sus Gesta está dedicado a la historia legendaria de los hunos, su relación con la llanura panónica que luego será Hungría, y su enfrentamiento contra el Imperio Romano. Para todo ello el escritor ha de tener siempre delante las historias bien conocidas del periodo bajoimperial, sobre todo Jordanes, tanto para aprovecharlas en su relato como para criticarlas cuando solamente sirven para el descrédito de esos supuestos antepasados húngaros.

    Pero además, el trabajo del historiador, canalizado desde el más alto poder regional de la época -el arzobispo de Lund en un caso y la casa real húngara en otro- forma parte de un proyecto político mucho más amplio. En Dinamarca, los esfuerzos de la corona por consolidar la independencia política y religiosa fueron dirigidos sobre todo por el arzobispo Axel (Absalón) de Lund, el patrono de Saxo. En la segunda mitad del siglo XII, Absalón llevó a cabo tanto una cruzada contra los wendos, eslavos paganos, cuyo territorio en la orilla sur del Báltico incorporó al reino danés, como una política religiosa basada en las reformas gregorianas, que hizo que la relación de Dinamarca con la Santa Sede fuera más estrecha que en cualquier otro momento. Por el contrario, cuando en 1182, durante la coronación a los 19 años de Knut VI, hijo y sucesor de Valdemar I, un embajador imperial llegó a Roskilde para que el nuevo rey jurara fidelidad a Federico Barbarroja, Absalón rechazó llevar a cabo esa ceremonia, manteniendo así la independencia política de Dinamarca.

    Como hemos dicho, Simón de Kéza trabajaba directamente para la corona, sin ningún intermediario eclesiástico. Pero las necesidades historiográficas de su patronio, Luis (Lázslo) IV, no eran menos relevantes. El reinado de este monarca húngaro se caracteriza por la importante presencia en su corte y en su ejército de un grupo étnico de guerreros paganos, los cumanos, que condicionó por completo la política del rey, al que la historiografía actual, por cierto, denomina el Cumano. Tan grande fue la problemática creada por esos vínculos heterodoxos, que un legado papal llegó al punto de amenazar al rey húngaro con la excomunión si no obligaba a sus aliados a abandonar el reino o convertirse. En este contexto, destacar la profunda y esencial relación histórica con poderosos grupos guerreros ajenos e incluso enemigos del cristianismo, como los legendarios hunos, no solo podía agradar al monarca sino que venía a ser toda una declaración de intenciones política en la Hungría de finales del siglo XIII. Los dos proyectos historiográficos, pues, tienen su razón de ser en el interés por parte de los grupos de mayor poder político en esas regiones periféricas por consolidar una legitimidad estatal al margen e incluso enfrentada al centro político europeo, sea este el imperio germano o la iglesia romana.

    De todos modos, acaso por lo concreto de la intencionalidad política de la escritura, ninguna de las dos obras parece haber tenido una gran repercusión ni siquiera en sus respectivas regiones de origen tras su escritura. De la obra de Saxo no nos ha llegado ningún manuscrito y solo cuatro hojas de pergamino sueltas, tres de ellas copias de finales de siglo XIII. La propia existencia de Saxo Grammaticus como historiador solo es mencionada en la citada Cronica Jutensis, de donde procede su sobrenombre, y su obra debe su supervivencia a la edición impresa llevada a cabo por Christien Pedersen en París y en 1514. El texto de Simón de Kéza, por su parte, tuvo una repercusión todavía menor pues solo se conocen menciones de algunas copias manuscritas en bibliotecas húngaras de los siglos XVI y XVII y las primeras ediciones impresas de las Gesta no se publicaron hasta 1782 en Viena y Pest. [E. G.]