DOS JÓVENES Y ANGUSTIADOS ROMÁNTICOS

FRIEDRICH HÖLDERLIN - ERIK J. STAGNELIUS

 

    La segunda mitad del siglo XVIII supuso tanto la plenitud de la Ilustración como la génesis de su ruina. Resulta llamativo que la asunción por parte de la mayor parte de la intelectualidad europea, e incluso por los gobiernos, de los postulados básicos del pensamiento ilustrado y la puesta en práctica de algunas de sus medidas más significativas desembocaran en las sangrientas convulsiones de la Revolución Francesa y el triunfo cultural del Romanticismo.

    Hacia 1775 se había extendido por toda Europa el prestigio de la Razón como perspectiva mental adecuada e imprescindible para el bienestar de la sociedad y del individuo. La Razón, con mayúsculas, aplicada a las artes, que todo hombre culto identificaba con la preceptiva neoclásica francesa, era la norma indiscutida de creación y juicio. La reflexión filosófica pretendía interpretar el universo físico y moral de acuerdo con normas racionales de validez universal, claras y bien definidas, como las que Emmanuel Kant difundía desde su lejano Königsberg. Triunfaban las ciencias exactas con inmensos progresos en las matemáticas, la química, la física aplicada, la astronomía… y la propia Enciclopedia se presentaba como un inmenso diccionario “raisonné” de las ciencias, las artes y los oficios.

    Pero solo 20 años después, esa misma Francia de la Enciclopedia había padecido una de las mayores matanzas civiles dirigida desde el poder de toda la historia de Europa, y en todo el continente miles de europeos, desde Lisboa a Moscú, se disponían a matarse concienzudamente en una larga serie de guerras durante un cuarto de siglo. Y en el ámbito artístico, la Razón, considerada ahora enemiga de la creación, será sustituida durante décadas por la pasión, la irracionalidad, los sentimientos exacerbados y la individualidad más rabiosa. En este contexto de cambios bruscos y brutales, en el que el paso de la Edad Moderna a la Contemporánea sobreviene en medio de un cataclismo social y moral, transcurren de forma anónima y fugaz las atormentadas e infelices vidas paralelas de dos jóvenes poetas del norte de Europa, el suabo Friedrich Hölderlin y el sueco Erik Johan Stagnelius. Ambos fueron en vida casi por completo desconocidos para sus contemporáneos y hoy, sin embargo, son considerados dos de los mayores creadores en sus respectivas lenguas.

    La primera de las llamativas coincidencias que se dan en las biografías de estos escritores tiene que ver con su origen familiar y social pues ambos se criaron en el seno de familias profundamente religiosas, en un ámbito cultural vinculado directamente con el cristianismo reformado heredero del Luteranismo. Friedrich Hölderlin nació en 1770 en la localidad de Lauffen am Neckar, en el ducado de Würtemberg, entidad independiente entonces de un Imperio Germánico a punto de desaparecer. El padre del poeta era administrador del seminario de la localidad y su madre, acaso la persona más influyente en la biografía del poeta, nieta de un pastor pietista. El pietismo fue un movimiento religioso reformista con gran influencia sobre todo en los países de habla alemana a finales del siglo XVII. La espiritualidad pietista, recelosa de las autoridades eclesiásticas, centraba su interés en el desarrollo de la oración comunitaria y la lectura individual de la Biblia. La profunda religiosidad de su madre va a ser fundamental en la formación del futuro poeta porque su padre natural murió cuando Hölderlin solo tenía dos años y también su padrastro, antes de que cumpliera diez. Así pues, su primera formación básica corrió a cargo de su madre, que deseaba que su hijo siguiera la tradición eclesiástica familiar.

     En el caso del sueco Erik Johan Stagnelius, que nació en 1793 en una pequeña localidad de la isla de Öland, también su familia materna estaba vinculada a la iglesia reformada pero fue su padre, Magnus Stagnelius, profesor de griego y pastor de la iglesia del pequeño pueblo donde nació en poeta, el principal condicionamiento de la etapa formativa del futuro escritor. Hay que tener en cuenta que el padre de Stagnelius no solo fue un reconocido profesor de literatura griega de la Universidad de Uppsala sino que llegó a alcanzar la dignidad de obispo de la diócesis de Kalmar.

    Crecidos ambos en un ambiente donde la lectura, la formación humanística y la cultura clásica formaban parte de la tradición familiar, ambos escritores iniciaron sus estudios con la perspectiva de dedicar sus vidas a la predicación religiosa, tal y como venía siendo tradición en sus respectivas familias. Hölderlin pasó, a partir de los 14 años, por varios colegios religiosos que preparaban a sus alumnos para la entrada en el seminario, de acuerdo con la idea de su madre de que acabara siendo también un pastor pietista. De este modo, ya con 18 años, el escritor ingresó en el Tübinger Stift, el seminario de la Iglesia protestante alemana en la importante ciudad universitaria de Tubinga. Allí conoció y trató Hölderlin a algunos de los filósofos más relevantes de la época como Hegel y Schelling y de esta época universitaria le viene al poeta la imagen idealizada de una Grecia clásica en la que él veía una lejana imagen de la armonía original entre ser humano, sociedad y naturaleza.

    De forma similar, Stagnelius tras su paso por la escuela secundaria de Kalmar, donde su padre ejercía ya como obispo, en 1811 comenzó la carrera de Teología en la universidad de Lund; sin embargo, al año siguiente dejó esos estudios religiosos para seguir una licenciatura en Derecho en la universidad de Uppsala, donde se graduó en 1815. De todos modos, no acabó de desvincularse de la Iglesia sueca y al año siguiente, cuando se traslada a vivir a Estocolmo, el escritor comienza a trabajar como oficinista en una institución religiosa oficial, en la que permanecerá durante varios años hasta 1822, llevando a cabo una vida oscura, solitaria y en determinados casos, al parecer, incluso miserable. Sin embargo, durante esta época de su juventud conoció a los principales poetas del Romanticismo sueco como Carl Jonas Almqvist y Erik Gustav Geijer, aunque no parece haberse integrado nunca en su círculo creativo.

    También Hölderlin, pese a contar desde los 23 años con una licencia que le permitía ejercer como pastor luterano, decidió dar un giro radical a su proyecto de vida y dedicarse a educar como preceptor a hijos de nobles y de comerciantes ricos, contrariando así la voluntad de su madre. Por entonces, instalado en la ciudad de Jena, conoció al poeta Friedrich Schiller, que publicó en 1797 un fragmento del Hiperión, o El eremita en Grecia en su revista Thalia. Se trata de la primera y única obra de creación literaria publicada en vida por su autor.

    Bastante similar en cuanto a su cantidad es la reducida producción literaria de Stagnelius. Un poco más precoz que Hölderlin, el poeta sueco publica su primera obra, la epopeya Wladimir el Grande, en 1817, con 24 años, pero lo que hoy se considera su obra lírica más importante, Lirios en Sanon, solo verá la luz en 1821, dos años antes de la muerte del poeta. En esta obra, además de composiciones inspiradas en la literatura tradicional sueca, hallamos poemas como Endimyon, que desarrollan mitos procedentes de la Grecia antigua, que el escritor conocía desde la infancia por la influencia de su padre. Esta ambientación clásica, por cierto, dará forma también a su siguiente publicación Bacchanterna, Las Bacantes, de 1822. En esta obra dramática, además, puede verse la influencia de los románticos alemanes y, sobre todo, de Schiller, que tanto influyó también en la obra de Hölderlin. Esta atracción por el mundo clásico, que en Stagnelius convive con el gusto nacionalista por la mitología nórdica e incluso con la influencia del cristianismo conservador de Chateaubriand, en el poeta suabo se convierte en una auténtica pasión excluyente. De hecho, la última publicación preparada para la imprenta por el propio Hölderlin fue una traducción de dos tragedias de Sófocles y entre los manuscritos que dejó sin publicar destacan tanto el magnífico poema El archipiélago, dedicado a Grecia, como la tragedia monologada La muerte de Empédocles.

    La llegada a la madurez y la independencia personal supuso además en Hölderlin el inicio de sus relaciones sentimentales, entre las que destaca su amor imposible por Sussete Gontard, la Diótima de sus obras. Desde 1795 el poeta trabajó como preceptor en la casa del marido de Sussete, un rico comerciante de Fráncfort, pero la relación sentimental entre el poeta y la esposa acabó siendo conocida por el marido, que obligó a Hölderlin a dejar la casa y su trabajo en 1798. Pese a todo, aún mantuvieron la relación durante un par de años de forma clandestina hasta la muerte de Sussete.

    Por lo que a Stagnelius respecta, la cuestión de sus posibles relaciones sentimentales es más difícil de establecer, debido, sobre todo, a la poca información fidedigna que se tiene acerca de su biografía. En su obra se recogen poemas en los que se refiere a su amor no correspondido por una joven a la que llama Amanda, de quien no se sabe hasta qué punto se corresponde con una mujer real o es solo un modelo literario. Algunos de sus biógrafos han considerado que Amanda sería la imagen poética de Constance Mathilda Jaquette Magnet, una joven a la que el poeta había conocido en Kalmar y a la que habría tratado en las ocasiones en las que se trasladaba allí desde Estocolmo para visitar a su familia. Sin embargo, Constance se habría casado hacia 1817 con un militar, el capitán Erik Johan Hummerhielm, veterano de las guerras napoleónicas, sin que parezca haber habido ninguna relación íntima entre ella y el poeta más allá de cierta correspondencia personal que, en cualquier caso, no ha llegado hasta nosotros.

    De todos modos, lo que más condicionó las biografías tanto de Hölderlin como de Stagnelius fueron sus problemas físicos y mentales. En el caso del poeta alemán, ya desde su época de estudiante había padecido de forma periódica graves episodios de depresión que, sin embargo, había superado sin que afectaran a su labor creativa. Pero a finales de 1801, con treinta años, sufrió una crisis más fuerte de lo habitual y al año siguiente, mientras trabajaba para el cónsul de Hamburgo en Burdeos, aparecieron los primeros síntomas de una grave enfermedad mental, que le obligaron a abandonar su puesto. Durante cinco años, sucesivos periodos de trastorno mental fueron alternándose con otros de lucidez que, a pesar de todo, le permitían seguir trabajando en su obra poética.

    Los problemas físicos y mentales de Stagnelius solo en época moderna han podido ser comprendidos con un poco de claridad. De acuerdo con los datos de la época el poeta parece haber sido visto como una persona mentalmente inestable, feo y sucio, a menudo borracho y posiblemente adicto al opio. Se ha hecho famoso el comentario de una de sus lectoras, que dijo de su aspecto: "¿En qué parte de esta persona lamentable se encuentra la belleza que expresa su poesía?". De estos indicios se concluye hoy que probablemente el poeta sueco sufrió un deterioro orgánico severo, con fuertes dolores de estómago y acaso una enfermedad del corazón, que fue empeorando con los años. Por ello se ha sugerido que Stagnelius padecía un problema génetico -al parecer, dos de sus hermanos también tuvieron trastornos síquicos-, conocido hoy con el nombre de Síndrome de Noonan. Esto explicaría tanto los síntomas de insuficiencia cardíaca como las alusiones acerca de la forma peculiar de su cabeza, causa de su casi legendaria fealdad.

    De este modo, en ambos casos los problemas físicos y mentales que arrastraban estos escritores desde su juventud se agudizaron antes de los treinta años acabando en poco tiempo con su capacidad creativa. En el caso de Stagnelius, la degeneración física y mental parece haberse desarrollado rápidamente a partir de 1820 y su consumo habitual de alcohol y opio tendría que ver con su necesidad de sobrellevar una enfermedad que le resultaba muy dolorosa. Por todo ello y por su falta de relaciones sociales durante esta etapa de su vida, no se conoce apenas nada de sus últimos días. Solamente, que el 8 de marzo de 1823 Stagnelius fue arrestado por embriaguez en el barrio portuario de Estocolmo, y que apenas un mes después ya había muerto. Era tal su estado de miseria y abandono que ninguno de sus parientes llegó a estar presente en su funeral.

    El final de la vida de Friedrich Hölderlin fue en apariencia muy diferente, aunque equivalente en lo que a la práctica de la literatura se refiere. Como las crisis mentales del poeta iban haciéndose cada vez más frecuentes y violentas pues profería maldiciones como un poseso mientras caminaba al azar sin dejar de hablar consigo mismo, su amigo Isaac von Sinclair -la existencia de un amigo es, al fin y al cabo, la única diferencia esencial entre Hölderlin y Stagnelius- decidió internarlo en 1806 en una clínica psiquiátrica de Tubinga, aquejado de unos síntomas que hoy en día se identifican como esquizofrenia catatónica. En esa institución siquiátrica permaneció el poeta durante casi un año pero, declarado enfermo incurable, en 1807, a los 37 años, Hölderlin fue puesto al cuidado de un ebanista de esa misma ciudad, Ernst Zimmer, apasionado lector de su Hiperion. Durante los 36 años siguientes, hasta su muerte en 1843 con 73 años, el poeta residió en un torreón en la casa de esa familia, con periodos alternos de lucidez y locura pero sin apenas obra reseñable. A su funeral en el cementerio de Tubinga ni acudió tampoco ninguno de sus familiares ni hubo representación alguna de la cultura germana. Como Stagnelius, Hölderlin murió completamente olvidado por los suyos.

    Resulta fácil deducir de los datos anteriores que ni Hölderlin en la literatura alemana ni Stagnelius en la sueca tuvieron apenas influencia en su época. Solo tres obras de Stagnelius fueron publicadas en vida -Vladimir el Grande, Lirios en Saron y Las Bacantes- pero todas ellas de forma anónima. La primera recopilación con su nombre fue dada a conocer ya de forma póstuma en 1826 pero su consagración como uno de los grandes poetas suecos no se produjo en su propio país hasta bien entrado el siglo XX. Y por lo que a sus dramas respecta, no parece haber habido representación alguna de ellos, ni siquiera en Suecia, hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

    En cuanto a Hölderlin, que hoy en día goza de una fama universal mucho más amplia que la de Stagnelius, tampoco tuvo mucho más éxito que él en vida. La primera colección de algunas de sus poesías data de 1826 pero textos de la relevancia de La muerte de Empédocles no vieron la luz hasta 1846 en unas Obras completas a las que les faltaba mucho para serlo y que, sin embargo, fueron la única publicación de Hölderlin en Alemania hasta 1896. Solo a principios del siglo XX, más de un siglo después de que el poeta dejara de escribir, el interés y la admiración de otro gran creador alemán, Stefan George, comenzó a hacer de él uno de los grandes clásicos del Romanticismo europeo. [E. G.]