9/V: BUSCANDO SÍMBOLOS PARA EUROPA

 

    Como hemos anotado en varias de las páginas que componen esta web, desde su Orígenes, Europa se ha caracterizado por su fragmentación política, fruto de la disgregación del Imperio Romano de Occidente bajo la presión de los pueblos germánicos y seña de identidad de toda su historia. Una de las consecuencias derivadas de este punto de partida es que Europa nunca ha tenido, a lo largo de sus más de trece siglos de historia ningún símbolo identificatorio unitario de contenido político. Ese tipo de diseños, que en Europa se desarrollaron, sobre todo, como emblemas heráldicos, blasones, armoriales, banderas... han subrayado siempre esa fragmentación esencial de Europa, desde una perspectiva familiar primero, regional y nacional, después.

    Eso no quiere decir que no haya habido símbolos comunes. Lo ha sido siempre la Cruz, símbolo de la Cristiandad con la que durante siglos se ha identificado a Europa, pero se trata ante todo de un referente religioso y su impronta estrictamente política ha sido muy limitada. Puede recordarse, desde luego, que la predicación de la Cruzada por Urbano II convirtió la Cruz en el símbolo identificatorio del único proyecto político-militar llevado a cabo de forma comunitaria en Europa, las Cruzadas, y por ello, la Cruz, una cruz de oro sobre fondo de plata, se convirtió en el escudo del rey de Jerusalén, uno de los emblemas heráldicos más antiguos de los que se tiene noticia. Y todavía en el siglo XX, la Unión Internacional Paneuropea, el primer y más antiguo movimiento político europeísta, utilizó y utiliza la Cruz, una cruz roja sobre fondo dorado, como parte de su simbología.

    Pero en la actualidad nuestro proyecto político común más relevante es la Unión Europea, por lo que se hace imprescindible centrarse en sus símbolos: la bandera –un círculo de doce estrellas doradas sobre fondo azul-, el himno –el Himno a la Alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven-, una divisa –Unidad en la diversidad- y el día de fiesta que hoy conmemoramos.

    Recordemos, en primer lugar, que estos simbolos no han sido reconocidos como tales por todos los países europeos en ningún documento conjunto, aunque sí lo hicieron Bélgica, Bulgaria, Alemania, Grecia, España, Italia, Chipre, Lituania, Luxemburgo, Hungría, Malta, Austria, Portugal, Rumanía, Eslovenia y Eslovaquia en una Acta anexa al Tratado de Lisboa en diciembre de 2007. Ya habían sido incluidos como tales símbolos comunes, junto con el euro como moneda única, en el artículo I-8 de la Constitución Europea de 2004 por lo que no debe llamar la atención, que en la lista estén ausentes Francia y los Países Bajos, que habían rechazado poco antes esa contitución en referendum. Por supuesto, a nadie le llamará la atención que tampoco figure en la lista Reino Unido.

 

LA BANDERA:

La bandera de Europa está formada por doce estrellas doradas de cinco puntas dispuestas en círculo sobre fondo azul. Fue diseñada en 1955 por Arsène Heitz, de Estrasburgo, y aprobada ese mismo año por el Consejo de Europa. El Parlamento Europeo la aceptó en 1983 y el Consejo en 1985 la convirtió en el  emblema oficial de las Comunidades Europeas. Todas las instituciones europeas la utilizan desde 1986. El número de estrellas es fijo, doce, y no representa directamente a los países sino que simboliza, de acuerdo con la tradición judeocristiana aunque no se reconozca expresamente, el anhelo de perfección.

 

EL HIMNO:

La Oda a la Alegría, en alemán An die Freude es un poema de Friedrich Schiller escrito, en su primera versión, en 1785. Sus primeros versos, en la versión definitiva, son los siguientes:

 

Freude, schöner Götterfunken,

Tochter aus Elysium!

Wir betreten feuertrunken,

Himmlische, Dein Heiligtum.

Deine Zauber binden wieder,

Was die Mode streng getheilt,

Alle Menschen werden Brüder,

Wo Dein sanfter Flügel weilt.

 

            Chor

Seid umschlungen, Millionen!

Diesen Kuß der ganzen Welt!

Brüder – überm Sternenzelt

Muß ein lieber Vater wohnen!

 

 

Alegría, bella chispa divina,

Hija del Elíseo,

penetramos ardientes de embriaguez,

¡Oh celeste! en tu santuario

Tus encantos atan los lazos

que la rígida moda rompiera;

Y todos los hombres serán hermanos,

bajo tus alas bienhechoras.

 

Coro

¡Abrazaos, millones de seres!

¡Este beso para el mundo entero!

Hermanos, sobre la bóveda estrellada

Habita un padre amante.

 

 

    Ludwig van Beethoven utilizó la letra de Schiller para la parte coral del cuarto movimiento de su Novena Sinfonía o Sinfonía n.º 9 en re menor, opus 125, compuesta entre 1818 y 1824 y estrenada este último año en Viena. Hay que reconocerles el mérito a las instituciones europeas y, sobre todo, al Consejo, de atreverse a proponer un poema alemán musicado por un compositor alemán como símbolos de Europa. De todos modos, a la hora de la verdad, se decidió que el himno oficial careciera de letra y ni siquiera se utilizan traducciones del bellísimo poema de Schiller.

 

EL LEMA:

    El sintagma “Unidad en la diversidad” es la traducción castellana del original francés “Unité en la diversité”, que en latín se versionó como In varietate concordia. Se refiere a la manera en que los europeos se han unido, formando la UE, para trabajar a favor de la paz y la prosperidad, beneficiándose al mismo tiempo de la gran diversidad de culturas, tradiciones y lenguas del continente. Huelga insistir sobre el llamativo parecido que tiene con el e pluribus unum de los Estados Unidos pero el peso de los símbolos estadounidenses sobre los europeos ya había quedado más que constatado con la presencia de las estrellas en la bandera.

 

UN DÍA:

    Por último, el día 9 de mayo como Día de Europa pretende recordar el discurso pronunciado el 9 de mayo de 1950 por el entonces Ministro de Asuntos Exteriores francés Robert Schuman para dar a conocer el proyecto de creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

    ¿Verdaderamente no contamos con ninguna otra fecha más interesante, más atractiva, más significativa, más trascendental para homenajear a Europa? Es  probable que no. ¿Alguien que no fuera francés aceptaría, por ejemplo, el día 26 de agosto, aniversario de la aprobación de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano por la Asamblea francesa? Y, sin embargo, esa declaración ha sido la mayor aportación jurídica de Europa a la historia de la Humanidad. ¿Quién tomaría en consideración el 25 de diciembre, fecha de la coronación de Carlomagno como emperador de Occidente? Y, sin embargo, ese acto ha sido el único momento de toda nuestra historia en el que se puede hablar de una política común europea. Y en último término, ¿alguien con sentido común plantearía –esperemos que no- el 26 de febrero, fecha en la que los europeos fueron capaces de repartirse todo un continente en la Conferencia de Berlín? Y, sin embargo, nunca una comunidad de países se había sentido tan poderosa como para perpetrar una agresión tan grande contra el resto de la Humanidad.

    Tal vez sea la humildad de la fecha del 9 de mayo su mayor atractivo. Las fechas de verdad importantes –la finalización de los frescos de la Capilla Sixtina, el descubrimiento de América, la publicación del De revolutionibus orbium o del Quijote ...- por las más variopintas razones nunca serían aceptadas por el conjunto de los europeos, así que nos conformaremos con ese humilde momento en el que un alemán de Francia, del que nadie se acordaría si no fuera por este hecho, invitó a Europa a ponerse de acuerdo, al menos, en la gestión de una cuantas minas y fábricas. Ya que nunca hemos sabido hacer grandes cosas juntos, festejemos que estamos empezando a saber hacer juntos, al menos, las más pequeñas. [E. G.]