BIBLIOTECA BÁSICA PARA APESTADOS (y II)

 

    [...] Tal vez por eso, cuando Poe y Manzoni recuperan en sus relatos el motivo literario de la peste, cien años después que Defoe, la epidemia aparece vinculada a episodios del pasado, no a una realidad contemporánea de los autores. Eso sí, la perspectiva literaria con que enfoca cada uno de estos dos grandes escritores románticos la enfermedad es radicalmente diferente.

    Como en el último caso del artículo anterior, la invasiva intrusión de la peste en la vida humana es el motivo central de “La máscara de la Muerte Roja”, uno de los más famosos relatos de Edgar A. Poe, publicado en el Graham’s Magazine de Filadelfia en 1842. Pero el marco narrativo de The Masque of the red Death renuncia al realismo de Defoe: el escenario en el que se desarrolla el argumento no son los nuevos estados americanos independientes donde malvivió Poe sino una remota abadía amurallada del Viejo Mundo a la que se ha retirado el príncipe Próspero, y la “pestilence” protagonista no es la típica infección invisible y fatal de la Edad Media sino un asistente más de la fiesta, fantasmal pero corpóreo, “una figura alta y lúgubre, amortajada de la cabeza a los pies con el atuendo de la tumba”, que se ha autoinvitado a una “masquerade” en la que nadie quería su presencia. Poe se sirve de la peste como recurso artístico para dar forma a una breve fábula barroca, lujosa y macabra, en torno a la fugacidad de la vida y la inanidad del poder, de la pompa y las riquezas. Sin embargo, se diría evidente que quien es capaz de sublimar de tal forma una enfermedad por tantos motivos horrorosa no la ha sentido nunca llamar a su puerta.

    Mientras tanto, a miles de kilómetros de la ciudad virginiana de Richmond, por esos mismos años el escritor italiano Alessandro Manzoni daba fin en Florencia a la segunda versión, la definitiva, de la novela que le ha convertido en el autor más famoso de la Italia de su tiempo y el novelista de mayor renombre de toda la literatura italiana, I promessi sposi (Los novios). Concebida como una novela histórica de amor y de aventuras en la Lombardía de los Austrias del siglo XVII, la obra se hizo famosa entre otras muchas razones por la minuciosa reconstrucción del histórico brote de peste bubónica que había tenido lugar en Milán dos siglos antes, en 1639.

    Al revés que Homero o Boccaccio, Manzoni se sirve de la peste para elaborar el desenlace de su novela, de forma que el azote global de la plaga incorpora el castigo particular que, a modo de justicia poética, acaba con el antagonista de los novios, don Rodrigo, “sin movimiento, el rostro descolorido con manchas negras, y negros e igualmente hinchados los labios”. Concebida así la peste, al mismo tiempo como recurso compositivo de la estructura de la novela y como marco histórico de la peripecia, la descripción de Milán bajo los estragos de “la Grande Peste” y, sobre todo, la extensa y pormenorizada recreación del “lazzaretto” en donde Renzo, el protagonista, encuentra tanto a Lucía, su prometida, como a su mayor enemigo, se cuentan entre los mayores logros artísticos de esta gran novela europea.

    Y para terminar nuestro recorrido por esta mínima secuencia de libros “apestados”, nos detendremos en dos obras maestras de la novela del siglo XX: La Muerte en Venecia (Der Tod in Venedig), del germano Thomas Mann y, por supuesto, La peste, del francés Albert Camus.

    La Muerte en Venecia es una novelita breve que Mann publicó en 1912, cuando empezaba a ser famoso, y que se ha hecho célebre por la versión cinematográfica que Luchino Visconti rodó en 1971. En realidad, y en contraste con todas las demás obras que hasta aquí hemos mencionado, la peste no se presenta de forma directa. Durante toda la segunda mitad de la novela, todos los personajes procuran evitar nombrarla, ni siquiera referirse a ella. La peste es un rumor, una sospecha, un desmentido. De hecho, una y otra vez se repite la idea de que esa “higiene sospechosa” que se extiende por la ciudad no responde más que a “una precaución quizás algo exagerada”.

    Y del mismo modo, el propio protagonista no llega a asumir la existencia de la epidemia hasta poco antes del desenlace y, cuando este sobreviene, no hay bubones dolorosos, ni manchas ominosas, ni llantos ni sangre. Por supuesto, para Thomas Mann la peste no es el tema del relato; no le interesa como realidad médica o humana sino, a la manera de Poe, como metáfora de la fragilidad humana, como contraste de la belleza y la vitalidad de Tadzio. No hay razón para preguntarse por la historicidad de una peste en  Venecia  a principios del siglo XX ni por la exactitud de los síntomas -“la cabeza le ardía, un sudor viscoso cubría su cuerpo, la nuca le temblaba y una sed intolerable lo atenazaba”- que muestra von Aschenbach. En Venecia la peste ha sido reducida a su mínima expresión y a su esencia: la muerte.

    En cambio la epidemia de Orán con la que construye su novela Camus en 1947 remite a episodios similares bien conocidos en el norte de África en épocas contemporáneas al autor. Y para Camus, como para Defoe, con cuyo Journal las semejanzas parecen ser más que coincidencias, el núcleo argumental y literario de la novela es la propia enfermedad. El autor va siguiendo cada uno de los pasos de la epidemia desde esa mañana del 16 de abril, en la que “el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera” hasta la páginas finales en que “toda la ciudad se echó a la calle para festejar ese minuto en el que el tiempo del sufrimiento tenía fin y el del olvido no había empezado”. Ahora bien, mientras que Defoe solo utilizaba la primera persona narrativa como hilo conductor para todo tipo de escenas pintorescas y sorprendentes, el esquivo narrador de Camus se empeña en hilvanar la múltiple madeja de una serie de destinos individuales entretejidos con la epidemia.

    Se ha hablado mucho del trasfondo metafórico del argumento de La peste y, sobre todo, de la identificación entre la plaga y la ocupación nazi. Sin embargo, casi ochenta años después de la publicación de la novela, la opresión del fascismo va siendo relegada a tópico de la mitología contemporánea y lo que hoy vemos, sobre todo, en estas páginas, en los destinos de Bernard Rieux, de Tarrou o de Cottard, en sus afanes, sus anhelos y su desesperación, son escenas sacadas del panorama de nuestros balcones: la angustia del confinamiento, los hospitales desbordados, la secuencia imparable y brutal de las estadísticas, el acaparamiento egoísta, la magnanimidad de los sanitarios, nuestro miedo, nuestra cobardía, nuestro heroísmo…

    Escribo estas líneas el día 16 de marzo de 2020, segundo del Estado de Alarma en España. La peste, que hoy se llama Covid-19, ha vaciado las calles y me ha confinado en casa con un ordenador y mis libros. Os deseo a todos que, como a mí y como siempre, la literatura os salve de la vida. [E. G.]