EL REINCIDENTE CASO DE LA BURGUESITA INFIEL (I)
Para mis compañeras de Departamento, cinco también ellas.
No hay nada nuevo en la idea de que durante la segunda mitad del siglo XIX el tema de “la casada infiel” ocupó un lugar preeminente en el campo de la ficción narrativa europea, y también suele ser aceptado como lugar común que el punto de partida, o al menos la referencia obligada para el desarrollo de esa temática, fue la publicación y éxito literario de Madame Bovary de Gustave Flaubert. Tampoco reviste originalidad alguna relacionar las otras cuatro novelas de las que vamos a tratar aquí –Anna Karenina, El primo Basilio, La Regenta y Effi Briest- con la de Flaubert. Por el contrario, un apartado clásico en las historias de las respectivas literaturas –rusa, portuguesa, española y alemana- ha sido el comentario de esa relación, casi siempre para destacar lo que de original, novedoso y específico había en la novela “propia” en relación con el referente francés.
De acuerdo con todo ello, el propósito de estas páginas es inverso: Tomando también como punto de partida Madame Bovary, lo que nos interesa aquí es profundizar en los rasgos que hacen similares a las cinco novelas, lo que las presenta como producciones artísticas equivalentes, fruto de un mismo magma cultural que se manifestó, por razones secundarias, en lenguas y geografías y con matices diferentes, pero que, a pesar de ello, nos permite percibir la unidad intrínseca que las hizo posibles y en cierto modo, necesarias.
Fijaremos en primer lugar los datos de publicación cada una de ellas:
1.- Madame Bovary, del francés Gustave Flaubert, fue publicada por entregas como folletín de la Revue de Paris a lo largo del año 1856.
2.- Anna Karenina, del ruso Lev Nikolaevich Tolstoi, apareció en su mayor parte como folletín en la revista Ruskii Vestnik entre 1875 y 1877, pero la primera edición completa salió ya como libro ese último año.
3.- O primo Basílio, del portugués José Maria Eça de Queirós, se publicó en formato de libro en 1877.
4.- La Regenta, del español Leopoldo Alas, alias “Clarín”, también se editó como libro en dos partes en los años 1884 y 1885.
5.- Effi Briest, del alemán Theodor Fontane, apareció de forma seriada en la revista Deutsche Rundschau entre 1894 y 1895.
De acuerdo con todos estos datos técnicos, estas cinco novelas nos sitúan en un marco cronológico de 40 años y en un inmenso espacio geográfico que va desde el Algarve hasta los Urales. En literatura, esos 40 años se corresponden con el periodo conocido como Realismo; geográficamente, los 4.500 km. que separan Lisboa de Moscú dibujan la columna vertebral de lo que conocemos como Europa.
Aunque de todos conocido, es imprescindible recordar ahora el tema que une a las cinco novelas: el adulterio. La mujer que da título a cuatro de las cinco obras y que es la protagonista en todas ellas –Luisa Carvalho es el nombre de la quinta- es una mujer casada que le es infiel a su marido. La novela presenta al matrimonio, narra la historia del adulterio y se extiende en sus consecuencias.
Dejemos claro desde el principio que no estamos ante cinco novelas coincidentes solo en su utilización del tópico de “la casada infiel”. Esta temática aparece también, por supuesto, como eje central de muchas otras obras de la historia de la literatura europea e incluso en otras grandes novelas de este mismo periodo como Thérèse Raquin (1867) del francés Emile Zola o Fortunata y Jacinta (1887), la obra maestra del español Benito Pérez Galdós. Sin embargo, las coincidencias entre las novelas que aquí reseñamos –y sus diferencias con el resto- van mucho más allá de ese tema general, como veremos de inmediato, y eso es lo que hace especialmente atractivo su estudio conjunto.
En las cinco, el adulterio se da en matrimonios que pertenecen a la burguesía, sobre todo de provincias –Emma, Ana Ozores “La Regenta” o Effi Briest-, siempre dentro de lo que se pudiera entender por burguesía en cada una de esas regiones europeas.[1] Las mujeres protagonistas están expuestas, por lo tanto, a una gran visibilidad social que coincide con una también grande vulnerabilidad de la posición social de sus esposos. Dicho de otra manera, la conducta indecorosa de la protagonista exige una reparación pública que proteja la posición social del marido. Por ello, en cuatro de los cinco casos la única solución posible para la trama es la muerte de la mujer, que paga así el “delito” que había cometido: Emma se envenena, Anna se arroja al tren y Luisa y Effi enferman y mueren jóvenes, consumidas por el dolor y la culpa. Solo Ana Ozores sobrevive para padecer en vida el castigo, en una reinterpretación clerical del tema que no se da en el resto de las novelas. La otra gran coincidencia estructural es que en todas ellas el foco del relato se centra en la protagonista –de ahí que su nombre dé título a las obras-. A los autores les interesa la deriva personal que lleva a estas burguesitas malmaridadas a escapar de su matrimonio. Esta fue, sin duda, la principal aportación de Flaubert en su Madame Bovary: la novela concebida como una investigación literaria acerca de los condicionamientos sicológicos y sociales que convierten a las protagonistas en adúlteras.
Sobre las cuestiones formales internas poco hay que añadir a lo que bien se sabe. Las cinco novelas son perfectos modelos de narrativa realista. Los cinco autores, aprovechando el típico “narrador omnisciente” propio de la época, llevan a cabo un detallado, trabajoso y brillante esfuerzo de reconstrucción literaria del mundo real en el que sus lectores comparten el tiempo y el espacio con esos matrimonios burgueses que protagonizan las novelas. Las modas, el lenguaje, las costumbres, los prejuicios, los ambientes, el propio contexto intelectual de cada relato se corresponde tanto con el que mejor conocía el autor como con el que estaba acostumbrado a convivir el lector en su vida diaria. A raíz de esto, y en la medida en que estos grandes novelistas fueron capaces de poner de manifiesto las razones profundas del comportamiento de sus protagonistas, las cinco novelas se cargan de una enorme crítica moral contra la sociedad que fuerza la desgracia final de estas mujeres. Es cierto que en las dos primeras –Madame Bovary y Anna Karenina- la censura hacia las protagonistas, hacia la pésima educación de la primera y hacia la falta de autocontrol de la segunda, es evidente, pero desde la Luisa de Queirós hasta la Effi de Fontane, el lector tiene la impresión, cada vez más fuerte, de que el castigo que se les impone es desmedido, hipócrita e incluso innecesario, que el trágico desenlace tiene más que ver, en realidad, con las deficiencias de la sociedad que castiga que con las taras morales de las protagonistas castigadas [...]
[1] .- La poca representatividad de la burguesía liberal en sociedades tan atrasadas en ese momento como la española, la prusiana o la rusa es lo que lleva a estos tres autores a preocuparse más por lo que ahora consideraríamos “alta burguesía” –de tipo funcionarial, sobre todo-, cercana en algunos casos a la nobleza.