DOBLE PERSPECTIVA ARBÓREA

 

    Ignoro si la autora ha tenido ocasión de decir algo al respecto pero, en cualquier caso, resulta difícil creer que la  danesa  Janne Teller no se haya visto influida de algún modo por el italiano Italo Calvino, por El barón rampante en concreto, a la hora de concebir Nada. Me refiero, por supuesto, a su punto de partida, el adolescente que, de buenas a primeras, provoca la acción de la novela al encaramarse a un árbol.

    Pocas más son, es cierto, las coincidencias. El barón rampante, de 1957, es una novela supuestamente histórica -como las otras dos que con ella forman la magnífica trilogía Nuestros antepasados- mientras que Nada, de 2001, pretende mostrar la más inmediata realidad del fin del milenio. La rebelión de Cósimo Piovasco di Rodó tiene como origen un plato de caracoles y como objetivo su propia familia, y más en concreto la estirada figura de su padre; la de Pierre Anthon, en cambio, arranca de la abstracta constatación del absurdo de la vida y solo pretende, en principio, dejar constancia de ella ante el resto de sus compañeros. Y el final, por supuesto, resulta incluso antitético: el italiano pasará el resto de su vida en los árboles mientras que el danés ya antes de que acabe el curso abandonará esa perspectiva arbórea.

    Pese a todo, dos cuestiones técnicas hacen pensar que El barón rampante ha ejercido sobre Nada una influencia esencial, que permite dar mayor importancia a las posteriores diferencias. Una similitud, evidente, es la rapidez con que la subida del protagonista al árbol desencadena la acción de la novela. La rebeldía de ambos preadolescentes -12 años tiene Cósimo cuando desafía a su padre; 13, pues comienza 7.º, Pierre Anthon cuando abandona su clase- se plantea de forma súbita en la primera página del texto. El otro parecido está en el narrador. Ambos autores recurren a un narrador interno, lo que se conoce como narrador-testigo, un personaje secundario que participa en los hechos y, narra, pues, en primera persona acontecimientos que conoce por sí mismo. Calvino se sirve del propio hermano del protagonista y Teller de una compañera de clase de Pierre Anthon.

    Hasta aquí las similitudes, que, en cualquier caso, es lo que menos me interesa. Me resultan mucho más llamativas y reveladoras las diferencias que, a partir de ese planteamiento similar, muestran estas dos narraciones. El desencadenante de la rebelión, por ejemplo, ya es significativamente dispar. Frente a la imposición de comer caracoles que rechaza Cósimo, encontramos esa declaración de principios -“Nada importa. Hace mucho que lo sé...”- que declama Pierre Anthon ante la clase. A partir de aquí, Calvino se centra en el enfrentamiento de la libertad individual contra las estructuras sociales establecidas. Primero será la figura rígida del padre y las normas familiares; después, las conveniencias sociales e incluso las estructuras políticas. La rebelión personal de este noble italiano de la Ilustración pronto se convierte en un alegato por el cambio social e incluso la revuelta política, en tiempos ya de la Revolución Francesa. En la novela danesa, el nihilismo hippy del protagonista solo al final y de forma anecdótica y trivial -crítica de mercado del arte contemporáneo, sátira de la telebasura...-, adopta cierto tinte social, algo que parece evidente que a la autora no le interesaba demasiado.

    La novela de Calvino, tan propia de su tiempo, quiere reflexionar sobre la capacidad del ser humano para intervenir en el mundo en el que le ha tocado vivir. Es una apelación a la toma de conciencia personal como forma de mejorar la sociedad. Janne Teller tiene otros intereses. Nada se centra en la reacción que provoca en un grupo de amigos la proclama nihilista de uno de los suyos. Tras las primeras páginas, toda la novela gira en torno al concepto de “significado”, a la búsqueda de aquello que puede dar sentido a las vidas de estos jóvenes y colmatar el agujero abierto por esa nada que propaga Pierre Anthon desde su ciruelo. Pero esa búsqueda no adopta en ningún momento un carácter social ni colectivo. Este es el elemento esencial de la novela, el que la hace, también, tan propia de su tiempo. Cuando el grupo cree poder hallar ese “significado”, este se resuelve en la mera acumulación de “significados” individuales. Cada uno de los niños aporta su propio “significado” y, se supone que en la montaña de aportaciones personales es donde se encuentra ese anhelado “significado” total. De hecho, cuando Janne Teller se ve obligada por el planteamiento de su novela a desarrollar esa búsqueda que ha de llevar a cabo el grupo, ella se esfuerza por mostrar una amplia variedad de respuestas individuales: un monárquico, un musulmán, un deportista, un músico… Ni siquiera se plantea la posibilidad de que pueda haber al menos un elemento colectivo o, cuando menos, compartido.

    Si no me equivoco, este aspecto concreto de Nada es lo más interesante de la novela, concebida como una fábula social, igual que El barón rampante. Si esta reflejaba en 1957 la visión utópica pero esperanzadora de un intelectual europeo que confiaba todavía en la posibilidad de regeneración de nuestra sociedad a partir del esfuerzo y de la rebeldía individual, volcada en un proyecto colectivo, Nada, cuatro décadas después y recién estrenado el nuevo siglo, muestra, acaso sin ser del todo consciente la autora, el cambio radical que ha dado nuestra sociedad en ese tiempo. En realidad, ya no hay sociedad, que ha sido sustituida por la mera acumulación de individuos, todos diferentes entre sí, necesitado cada uno de ellos de encontrar un sentido a su vida, por más que esta ya no lo tiene.

    La lectura de Nada se hace indispensable porque pocas veces se ha puesto por escrito de forma tan clara la esencia de nuestra sociedad actual, y estamos hablando de una novela que cuenta ya con 20 años, es decir, se trata de una obra precursora, visionaria, en cierto modo. No es de extrañar que Nada haya causado tanto revuelo y este haya ido a más con los años, hasta el punto de haber sido prohibida como lectura juvenil en varios países. Otra de las características de nuestra sociedad actual es la imperiosa necesidad de encubrir ese vacío central que la ocupa y, sobre todo, de crear la ficción de que, al fin y al cabo, Cósimo ya consiguió hace mucho tiempo lo que se proponía, y hoy vive por fin, como Cándido, en el mejor de los mundos posibles cambiando de móvil cada año, y de que Pierre Anthon de nada tiene que quejarse, pudiendo convertirse, desde su ciruelo, en un héroe de TikTok. Qué más da que nada importe, mientras nos entretengamos con cualquier cosa. [E. G.]