VARIA FORTUNA DE LOS CANTARES DE GESTA PRIMITIVOS (I)

       Los cantares de gesta más antiguos de los que ha llegado alguna copia extensa hasta nosotros son el Beowulf sajón, el Poema de Mio Cid castellano, el Cantar de la hueste de Ígor eslavo y el Cantar de Roldán normando. Y todavía podemos ampliar esta lista con otro texto famoso que tiene, al menos, la misma procedencia oral tradicional, el Cantar de los nibelungos austriaco. Desde el punto de vista de la historia de la literatura europea resalta, cuando se relaciona entre sí todos estos textos tan diferentes en tantos aspectos, la fortuna literaria compartida por casi todos ellos, hasta el punto de que un análisis detallado de la historia de su difusión inicial, su desaparición y su recuperación, al coincidir en el tiempo de forma independiente en regiones muy diferentes y alejadas entre sí de Europa, nos va a iluminar sobre fases relevantes de la historia de nuestra cultura, arte y literatura comunes.

        Con todas las salvedades que las divergencias entre los estudiosos obligan a señalar, los datos básicos sobre estas epopeyas altomedievales serían los siguientes: El Beowulf fue puesto por escrito en el norte de Inglaterra a principios del siglo IX a partir de hechos legendarios ocurridos hacia el siglo VI en el entorno geográfico de la península de Jutlandia; el Cantar de Mio Cid lo fue, a su vez, en el reino de Castilla en los primeros años del  XIII  narrando hechos en buena medida históricos que se pueden documentar en la primera mitad del siglo XI; el Cantar de la hueste de Ígor fue redactado en las tierras del principado de Kiev también en el siglo XIII pero en este caso el argumento recuerda una campaña militar histórica que había tenido lugar solo unas pocas décadas antes; la Chanson de Roland, escrita, como el Beowulf en Inglaterra pero ya a finales del siglo XII, trata sobre acontecimientos histórico-legendarios fechables a finales del VIII; el Nibelungenlied, por último, fue redactado en la zona del ducado de Austria a principios del XIII a partir de leyendas sobre personajes históricos del siglo V.

        De estos datos, pese a la poca exactitud de algunos de ellos, se extrae una primera diferencia notable entre estos cinco textos que comentamos, en relación con la distancia temporal que media entre el momento de la redacción y el del suceso histórico en el que se centra cada uno. El Poema de Mio Cid y el Cantar de Ígor son los más cercanos a los acontecimientos: algunas décadas de diferencia en el texto eslavo y poco más de un siglo en el castellano. Mayor es la diferencia en el caso del poema sajón, de unos tres siglos. Pero la distancia mayor la encontramos en los dos últimos: el poema anglonormando sobre Carlomagno se escribió cinco siglos después de los hechos que narra y la epopeya germana sobre la época de Atila, ocho.

        Otra diferencia entre ellos tiene que ver con su más inmediato porvenir. Los tres primeros cantares, Beowulf, Mio Cid e Ígor, sobrevivieron a la Edad Media en sendos manuscritos únicos, que permanecieron olvidados por completo durante cientos de años y reaparecieron, cada uno en su región de origen, casi al mismo tiempo, al final de la Etapa Clásica. Del Beowulf no se tiene ninguna noticia a lo largo de toda la Etapa Constituyente y no se percibe ninguna influencia ni de su argumento ni de su estilo en el arte sajón, danés o inglés de la época ni de los siglos siguientes. Se trata, pues, de un texto inexistente para la historia de la literatura casi hasta el mismo momento de su primera edición moderna, en 1815. El manuscrito del Mio Cid también permaneció, abandonado e ignorado casi por completo durante al menos quinientos años, entre los legajos del concejo de Vivar a pesar, incluso, de que su protagonista, Ruy Díaz, se hubiera convertido entre tanto en uno de los personajes principales de la literatura popular de la Edad Media y en un héroe de la historia de Castilla. De hecho, del Poema de Mio Cid, tras la prosificación llevada a cabo en las crónicas históricas alfonsinas pocos años después de su composición, no se tuvo noticia hasta 1779, año en que se realizó la primera edición moderna.  Su desconocimiento fue tan completo que casi todo el material literario medieval y, desde luego el más relevante, relacionado con el personaje del Cid –el cerco de Zamora, la jura de Santa Gadea, los amores con Jimena, sus poderes taumatúrgicos...- se desarrolló al margen del poema que ha llegado hasta nosotros. El cantar eslavo, por último, parece haber gozado de una fortuna literaria mayor que los anteriores, al menos en su contexto cultural y en su época, con prosificaciones historiográficas, como el Cid, y con influencia directa sobre el género autóctono de las bylinas; pero pronto, el mismo siglo XIII en que se escribió, fue también olvidado por la cultura eslava y, de hecho, no ha llegado hasta nosotros ni un solo manuscrito de la época. Si hoy conocemos el Cantar de la hueste de Ígor es porque la única copia medieval superviviente fue descubierta y adquirida por un noble ruso en 1795 en el monasterio de Yaroslavl. Desgraciadamente, ese original único desapareció pocos años después en el incendio de Moscú de 1812 y solo nos queda de él alguna copia manuscrita de esos años y una única edición hecha directamente sobre el texto en el 1800.

    Muy diferente fue la fortuna literaria de los otros dos cantares. El de los Nibelungos fue objeto de varias adaptaciones literarias ya en la Edad Media, lo cual explica que hayan llegado hasta nosotros 37 fragmentos en dialectos alemanes y una recreación en neerlandés. Con todo, pese a su éxito literario inmediato, su fama se eclipsó también durante la Etapa Clásica de la literatura europea y no volvió a ser recuperado hasta el último tercio del siglo XVIII. La Chanson de Roland, por su parte, llegó a convertirse en uno de los textos más importantes de la literatura europea, con versiones en francés, neerlandés, alemán, occitano, noruego, aragonés o franco-véneto a lo largo de toda la Edad Media. Además, gracias a las adaptaciones italianas llevadas a cabo por Mateo Boiardo en la segunda mitad del siglo XV y por Ludovico Ariosto a principios del XVI, su argumento se incorporó como un motivo cultural común más a la Etapa Clásica, caso único para este tipo de literatura de origen popular.

        Resulta imprescindible, por lo tanto, hacerse varias preguntas en relación con esta trayectoria historica tan coincidente en unos casos y tan dispar en otros: ¿por qué unas tradiciones épicas populares gozaron de un éxito inmediato tan grande y duradero mientras que las otras han llegado hasta nosotros casi por casualidad? ¿A qué se debe que tradiciones tan separadas e inconexas como la sajona, la eslava y la castellana compartan esas notables coincidencias en el tiempo tanto en su desaparición temporal como en su recuperación? ¿Qué relación pueden tener estos procesos concretos que acabamos de analizar con el concepto general de historia de la literatura europea? [...]