VARIA FORTUNA DE LOS CANTARES DE GESTA PRIMITIVOS (y II)

    [...] Resulta imprescindible, por lo tanto, hacerse varias preguntas en relación con esta trayectoria historica tan coincidente en unos casos y tan dispar en otros: ¿por qué unas tradiciones épicas populares gozaron de un éxito inmediato tan grande y duradero mientras que las otras han llegado hasta nosotros casi por casualidad? ¿A qué se debe que tradiciones tan separadas e inconexas como la sajona, la eslava y la castellana compartan esas notables coincidencias en el tiempo tanto en su desaparición como en su recuperación? ¿Qué relación pueden tener estos procesos concretos que acabamos de analizar con el concepto general de historia de la literatura europea?

        La primera pregunta parece fácil de responder si leemos sin pasiones ni prejuicios localistas los cinco textos de los que venimos hablando: la mayor diferencia entre los tres cantares que apenas dejaron huella en la historia de la literatura europea y los dos que no solo influyeron en su ámbito cultural y lingüístico sino que sobrevivieron más allá de su época tiene que ver con el grado de elaboración culta del texto literario definitivo y con las aportaciones técnicas, por lo tanto, que un determinado poeta, presumiblemente el propio redactor definitivo, incorporó a la materia oral previa. Este proceso está muy claro en el Nibelungenlied, la epopeya más culta y de mayor elaboración técnica de todas, hasta el punto de que resulta muy discutible servirse de ella, sin más, como ejemplo de literatura oral tradicional ya que utiliza, por ejemplo, una estrofa que aparece también en la más moderna lírica culta del momento (der von Kürenberg). Por lo que a la Chanson de Roland respecta, la epopeya normanda está escrita, como el poema austriaco, a partir de hechos enormemente alejados de la época del autor, lo que da a este mayor libertad para tratar los acontecimientos históricos con creatividad literaria y supeditarlos a una construcción formal ideada por los intereses artísticos del poeta. Por último, estos dos cantares de los que ahora venimos hablando se difundieron por el centro de Europa cuando la propia literatura culta europea estaba comenzando a tomar una forma definitiva y un desarrollo autónomo global, por lo que este tipo de poemas más elaborados, más “clericales”, se encontraban en una posición inmejorable para influir desde el primer momento en el futuro de la épica europea.

        El destino de los otros tres poemas fue muy diferente porque las condiciones de su escritura lo fueron igualmente. En los tres casos nos encontramos ante textos mucho más cercanos a las tradiciones orales respectivas, lo que se concreta, por ejemplo, en la irregularidad métrica de los textos, su débil estructura episódica y el uso rudimentario del idioma. También son obras literarias que se encuentran más cercanas a los acontecimientos históricos en los que se basan, por lo que el proceso creativo del artista se halla más limitado por los conocimientos previos y las expectativas de sus propios oyentes. Incluso podría pensarse en la posible relevancia de la menor calidad literaria de los autores del Beowulf y del Poema de Mio Cid. Sin embargo, la cuestión puramente estética parece tener menos importancia en la supervivencia e influencia de los textos, ya que el Cantar de la hueste de Ígor, compuesto por un poeta de bastante más capacidad artística que los anteriores, tuvo su mismo destino mientras que la Chanson de Roland, que tampoco destaca por su gran calidad poética, tuvo un éxito cultural mucho mayor que cualquier otro cantar de gesta.

        Así pues, parece que la razón definitiva de la varia fortuna de estos poemas épicos tuvo que ver, sobre todo, con el contexto cultural general de su escritura. Beowulf, Mio Cid e Ígor se escribieron en unos momentos en los que las literaturas de sus lenguas correspondientes se hallaban a punto de entrar en una fase de letargo e incluso desaparición debido a que todas ellas se habían desarrollado al margen de las corrientes generales de la cultura europea, que justo entonces iba a comenzar su expansión. Esto es evidente para el caso del Beowulf y del Cantar de Ígor. El primero pertenece a la literatura  germánica  de los Orígenes y representa el estadio previo a su integración en el magma definitivo que se consolidó en la Etapa Constituyente. El Cantar de la hueste del príncipe Ígor tuvo un recorrido similar y, aunque podía haberse convertido en una línea de creación fecunda dentro de la literatura eslava, la invasión tártara y el aislamiento cultural de los eslavos del norte en relación con el resto de la Europa cristiana occidental, dejaron en vía muerta estas posibilidades. El destino literario del Poema de Mio Cid, por último, refleja mejor todavía la potencia homogeneizadora de las corrientes culturales europeas a partir del siglo XI. Mientras que el poema épico más primitivo desapareció, el tema del Cid sobrevivió adaptándose a nuevos modelos literarios más aceptables para la literatura culta y, a la vez, se incorporó a un subgénero específico de poesía popular, los romances, que a la larga sería asimilado también por la poesía culta a partir del siglo XV.

        En el mismo sentido aunque a varios siglos de distancia, las coincidencias relativas a la recuperación y divulgación de estas mismas creaciones literarias nos sitúan también ante la poderosa influencia general de los procesos artísticos propios de la cultura europea. En poco más de un cuarto de siglo, en lugares que se encuentran a miles de kilómetros de distancia entre sí y en lenguas antiguas casi incomprensibles incluso para sus redescubridores, todos estos poemas, tras haber yacido olvidados durante cientos de años, gozaron de repente de ediciones de lujo y fueron objeto de todo tipo de estudios. No puede ser una casualidad que ese redescubrimiento global coincidiera exactamente con los inicios de la Etapa Disolvente de la cultura europea y, por lo tanto, con la puesta en funcionamiento de toda la retórica intelectual y política del Nacionalismo romántico. Por el contrario, el redescubrimiento simultáneo de la épica tradicional medieval en toda Europa manifiesta la existencia de modelos de desarrollo cultural comunes a todo el continente, desde España, en el sur, donde el Poema de Mio Cid llegó a convertirse a lo largo del siglo XIX no solo en el origen sino en la esencia de toda la historia de la literatura “nacional” castellana, hasta la Rusia de los zares, que se sirvió del Cantar de la hueste del príncipe Ígor para anclar sus raíces históricas en el Principado de Kiev y proclamarse heredera, a través de personajes histórico-legendarios como Ígor o Nevsky, de una “cultura” eslava atemporal. 

     Desde el punto de vista del desarrollo de la cultura europea del XIX, resulta especialmente significativo el caso ruso. En su momento, en los siglos XII-XIII, la cultura eslava de Kiev no se había integrado todavía en la Europa occidental sino que formaba parte, aunque de forma autónoma, del mundo bizantino. Por ello, la causa de la desaparición de la épica tradicional de los eslavos del norte no se debió a la adopción de nuevos modelos culturales europeos en expansión, como en el caso de Inglaterra o de Castilla, sino, primero, a la destrucción por los mongoles del medio cultural en el que se desarrollaba esa poesía y, después, a la necesidad, ya en el siglo XV y en el Principado de Moscú, de optar entre un occidente católico cada vez más pujante y atractivo –Polonia o Suecia- y una cultura bizantina ortodoxa condenada a desaparecer pero a la que Moscú quería relevar. El aprovechamiento de un cantar de gesta eslavo del siglo XIII como elemento constitutivo de la esencia “popular” del nacionalismo ruso, en completa consonancia con procesos similares en cualquier otra región del continente, pone claramente de manifiesto hasta qué punto, Rusia se había convertido ya, al principio de la  Etapa Disolvente , en una parte más de Europa.

        A pesar de las trascendentales diferencias de origen y composición, la recuperación a finales del siglo XVIII de estas epopeyas medievales se produce de manera similar y simultánea, incluyendo el Cantar de los nibelungos, que era el único cuyo eclipse cultural se había retrasado hasta el siglo XVI. Y su incorporación a la narración canónica de un pasado nacional propio sigue las mismas pautas en todos los casos: identificación del texto antiguo con un pueblo original, exaltación de unos determinados rasgos de la obra como elementos modélicos y esenciales de ese pueblo y de esa literatura y proyección del modelo “nacional” resultante sobre la historia de la literatura de la que se supone que es la lengua heredera, la lengua de cultura del país moderno que ha recuperado esa epopeya.

        En todo caso, para el tema que aquí nos ocupa, la historia de la literatura europea, lo fundamental es resaltar que la existencia de movimientos comunes a buena parte del conjunto de territorios que hoy denominamos Europa se puede detectar no solo a finales del siglo XVIII, en los albores de la Etapa Disolvente, sino ya en los lejanos años de los siglos  X  y XI, cuando la presión de los primeros modelos comunes de la Etapa Constituyente supuso el olvido y desaparición durante siglos de determinados testimonios literarios de vigencia local relevantes hasta esos momentos. [E.G.]