LOS 100 PRIMEROS AÑOS DE DON QUIJOTE ( I )
Vio la luz del día Don Quijote en Madrid en los primeros meses de 1605, frisando ya la cincuentena, en la imprenta de Juan de la Cuesta, y abandonó este mundo allí mismo diez años después, desengañado de su locura. Su irrupción en el mundo de las letras había sido, sin embargo, lo que hoy llamaríamos “un pelotazo” y el hidalgo de la Mancha podía estar ya entonces muy orgulloso del inmenso impacto de su breve paso por esta tierra. Y mucho más lo estará hoy si, desde el cielo de tinta del mundo de la literatura, puede disfrutar de su conversión en uno de los más grandes mitos del arte universal. Interesados por tan gran éxito pero incapaces aquí de abarcar una materia acaso inabarcable, nos ceñiremos hoy a los cien primeros años de su cabalgada triunfal. Sin poder ser exhaustivos, vamos, con todo, a demorarnos en el repaso con cierto detenimiento. Discúlpensenos, pues, los detalles.
El creador de Don Quijote, un tal Miguel de Cervantes, era hacia 1605 un donnadie tan avejentado como su personaje, con una corta pero dolorosa secuencia de fracasos literarios a sus espaldas, que vio de repente cómo su desbaratado personaje le proporcionaba el poco dinero del que había podido gozar en toda su vida, lo convertía de un día para otro en una figura a tener en cuenta en el panorama literario español y facilitaba la publicación en unos pocos años de muchos de los escritos que venía almacenando sin esperanzas durante décadas. El éxito de su novela fue clamoroso e inmediato, hasta el punto de que ese mismo año, ya en el mes de junio, los días 10 y 28, en Valladolid, donde residía la Corte, y con motivo de las fiestas del nacimiento del heredero de la Corona, Don Quijote y Sancho hicieron su primera aparición pública, para burla y entretenimiento de la realeza española y, más aún, de la chiquillería local. De este modo, el propio Juan de la Cuesta sacó de inmediato otra edición de la obra para cubrir la demanda tan amplia de un “best-seller” del que, fuera del alcance del autor, en otras grandes ciudades españolas, otros impresores también estaban intentando ya sacar tajada.
A principios del siglo XVII el Imperio Español controlaba en mayor o menor medida casi la mitad de Europa y todo el Nuevo Mundo. Don Quijote tomó posesión de esos dominios de inmediato. De hecho, esas ediciones “piratas” de 1605 se publicaron fuera de Castilla, en Lisboa, capital del reino de Portugal, hacía poco anexionado, y en Valencia, principal ciudad mercantil de la Corona de Aragón. De Lisboa se conocen nada menos que tres ediciones casi simultáneas, cantidad que acaso haya que relacionar con el hecho de que estos cien primeros años de Don Quijote carecen de traducción alguna al portugués: en territorio luso se leía a Cervantes en su lengua original. Por otra parte, Lisboa y Valencia son y eran grandes puertos de mar, como la Sevilla desde la que, también ese mismo 1605, casi dos centenares de ejemplares de la novela se embarcaron rumbo a América. En efecto, uno de los inesperados destinos del caballero manchego va a ser surcar los océanos hacia los más nuevos y distantes horizontes. Se tiene noticia de la venta de un Quijote en Lima ya en 1606, y de envíos de Quijotes a Buenos Aires, por ejemplo, a lo largo de todo el siglo XVII; pero el ingenioso hidalgo, en América como en Europa, pronto formó parte también de celebraciones populares: en 1607, el personaje de Cervantes participa en los festejos que en Pausa, un pueblecito perdido de la lejana provincia andina de Parinacochas, hoy Departamento de Ayacucho, se organizaron para festejar el nombramiento del Marqués de Montesclaros, don Juan de Mendoza y Luna, como virrey del Perú.
Mientras, en España, Don Quijote y sus compañeros de novela, de las calles vallisoletanas pasaron pronto a los corrales de comedias. Al parecer, de una fecha tan temprana como 1608 puede datar la primera representación de la Comedia del Curioso Impertinente del famoso dramaturgo valenciano Guillén de Castro, si bien el texto no se publicó hasta 1618 en la Primera Parte de las comedias del autor, acompañado de otra Comedia de Don Quijote de la Mancha, centrada en la historia de los amores de Cardenio y Luscinda. No es de extrañar, pues, ante semejante éxito “global”, que el propio Juan de la Cuesta, sacase a la venta ese mismo 1608 su tercera edición de la novela en solo tres años. Por otra parte, esa misma extensión inmensa de la Monarquía Hispánica explica también la rápida aparición de las siguientes ediciones europeas del Quijote extrapenínsulares, publicadas en Bruselas en 1607 y 1611 y en Milán en 1610. Bruselas era el principal centro editorial de los Países Bajos españoles y una ciudad fundamental para el control militar y administrativo de ese territorio; Milán, como capital de la Lombardía, era también una base estratégica para los Austrias en el norte de la península itálica, en pleno Camino Español, hacia Centroeuropa desde la península ibérica.
Hasta este momento y aunque por todo el mundo, Don Quijote ha cabalgado solo en la lengua original de su autor. Esto cambia en 1612 con la primera traducción del Quijote al inglés, debida a Thomas Shelton y publicada en Londres como The History of the valorous and wittie knight-errant Don-Quixote of the Mancha. En realidad, la presencia del Quijote al otro lado del Canal de La Mancha era anterior y fue la fama de la novela lo que propició la traducción. Para 1612, Don Quijote había sido ya mencionado por Ben Jonson en sus comedias The Alchemist y The silent woman, de 1610 y 1611 respectivamente, y de este mismo 1611 es la también comedia de Francis Beaumont The Knight of the Burning Pestle (El caballero de la mano de almirez ardiente). En esta, el protagonista recrea la locura de Don Quijote, convirtiéndose en el primero de otros muchos caballeros more quijotesco como Don Gil de la Mancha o Hudibras, de los que no tenemos tiempo de ocuparnos aquí. De todos modos, la que podría ser la auténtica joya del triunfo de Cervantes en Inglaterra, la comedia que Shakespeare y Fletcher hicieron representar en 1613 sobre la «Historia de Cardenio», no ha llegado hasta nosotros, al menos en su versión original.
En esta primera década de vida de nuestro caballero, la fama de Don Quijote había ido extendiéndose también en el continente como la pólvora. Encontramos pasacalles, ediciones, adaptaciones y traducciones de la novela de Cervantes tanto en el Imperio Germánico como en los Países Bajos y en Francia. El Caballero de la Triste Figura, al igual que Dulcinea o Sancho y otros personajes cervantinos formaron parte del desfile conmemorativo del bautizo del heredero del principado de Anhalt, Juan Casimiro, en la ciudad de Dessau, el año 1613. Ya hemos visto desfiles similares ante la corte castellana en Valladolid y en el pequeño pueblo peruano de Pausa, y poco después del pasacalles de Dessau, el día 6 de octubre de 1614, volveremos a encontrar a Don Quijote y a Sancho en las celebraciones de la beatificación de Santa Teresa de Jesús en Zaragoza, capital del reino de Aragón; y en un contexto similar, vinculado a las fiestas populares, hemos de imaginar igualmente la representación de un entremés publicado en 1617 con el título de Entremés famoso de los invencibles hechos de don Quijote de la Mancha en el que un desconocido Francisco de Ávila recrea el episodio inicial del nombramiento del protagonista como caballero en la venta. La presencia de nuestros personajes en la vida festiva de los europeos de toda condición parece muy activa, está claro, desde el principio.
Pues bien, en relación con el futuro devenir de nuestro caballero, los citados festejos de Dessau, en el corazón de Alemania, a más de 2.000 kilómetros de distancia de La Mancha, van a tener una importancia especial en la historia de Don Quijote, pues por vez primera va a quedar constancia gráfica de su aspecto físico para la posteridad. Esto es así porque ese mismo año el artista sajón Andreas Bretschneider realizó una serie de grabados para una relación impresa de esas fiestas, que Tobias Hübner publicó con el título de Cartel, Auffzuge, Vers und Abrisse... en Leipzig en 1614. En esos grabados aparece por vez primera nuestro ilustre hidalgo como “Caballero de la Triste Figura”, con una inmensa gorguera y el morrión adornado por un gran penacho de plumas, y con él una Dulcinea machorra, enanos, el cura, Sancho sobre su asno, Maritornes… A nuestros héroes acaban de ponerles cara. [...]