TRÍADAS

3.1.3. LGTBIQA+

 

    Uno de los grandes cambios culturales provocados por el Cristianismo, en relación con sus precedentes grecorromanos, tuvo que ver con la expresión de la sexualidad. En Grecia, sobre todo, y en menor medida en Roma, la homosexualidad, y, en general, cierta libertad sexual privada venía siendo tolerada, sobre todo entre los hombres. Esto cambió de forma radical al convertirse el Cristianismo en la religión del Imperio en el siglo III: la heterosexualidad reproductiva se convirtió, con la sola excepción de la castidad ritual, en el único modelo sexual permisible. Y la literatura europea se ha atenido a esta restricción moral durante 15 siglos, ocultando, censurando o burlándose de cualquier otro tipo de manifestación erótica en sus páginas. Todavía en 1911, en su famosa Muerte en Venecia,  Thomas Mann , cuando se atreve a poner de manifiesto de forma directa la pasión de von Aschenbach por Taszio, lo hace con estos terribles adjetivos: “Musitó la fórmula fija del deseo, imposible en este caso, absurda, abyecta, ridícula”. La vida de los tres escritores que vienen a continuación quiere resumir el largo trayecto que Europa ha tenido que recorrer en este ámbito hacia la libertad.

    Nuestro punto de partida será la todavía hoy irresuelta muerte del conde de Villamediana, uno de los mejores y el más famoso de los seguidores de Luis de Góngora en la lírica barroca española de principios del siglo XVII. Juan de Tassis y Peralta, Correo Mayor del Reino y II conde de Villamediana, murió acuchillado en plena calle Mayor de Madrid el día 21 de agosto de 1622, con tan solo 40 años. Nunca se encontró al culpable. El poeta era ya famoso tanto por sus versos como por su vida disipada y amoral. Había sido desterrado en varias ocasiones por su carácter altivo y pendenciero, por sus gastos desmesurados, que lo habían arruinado, y por sus galanteos indecorosos con las damas de la corte. Así, durante tres siglos su fama póstuma y su propia muerte estuvieron ligados a una supuesta relación íntima del conde con la reina, Isabel de Borbón.

    Sin embargo, hace ahora casi un siglo se descubrió que la vida sexual de Villamediana había sido bastante más heterodoxa y reservada de lo que daba a entender su leyenda. Precisamente por esas mismas fechas en que fue asesinado, se estaba llevando a cabo un proceso judicial en Madrid por sodomía en el que se hallaban implicados -y de hecho fueron condenados y quemados en la hoguera en diciembre de ese mismo año- varios de sus criados junto con el propio Juan de Tassis. El mismo rey, tras la muerte del poeta, entendida acaso como auténtica “justicia poética”, intervino para que se echara tierra sobre su implicación en este proceso, de modo que no se manchara el apellido de algunas de las familias más importantes de la Corte. Habría sido en realidad la bisexualidad del escritor y no su condición de donjuán lo que había provocado una auténtica “ejecución extrajudicial”, al mismo tiempo que se ponía en marcha la maquinaria literaria que iba a convertir al conde de Villamediana en un mártir romántico. Y todavía en 1928, el biógrafo del conde que había descubierto el documento que arrojaba luz sobre su asesinato, cerraba así su investigación: “Expliquen los modernos psicópatas y sexualistas, y hasta justifiquen, si ello es posible, el caso Villamediana”.

    Si una reflexión tan desafortunada era lo máximo que se podía esperar todavía a principios del siglo XX de un intelectual que, pese a todo, apreciaba a su biografiado, qué habríamos de decir de la situación a la que hubo de enfrentarse, cien años antes, durante toda su vida, el gran escritor  danés  Hans Christian Andersen. En realidad, una de las cuestiones más llamativas en estos casos es que incluso resulta difícil dar un nombre concreto a la más plausible tendencia sexual de personalidades como la del autor de La sirenita: no es de fácil aplicación una taxonomía creada en nuestros días para la manifestación abierta de todo tipo de expresiones sexuales a la experiencia íntima de estos artistas, educados en la rigidez moral, religiosa y legal de un sistema que, desde su misma infancia, les obligó a ocultar a los demás, e incluso a sí mismos, su más profundas tendencias eróticas y sentimentales. De este modo, Andersen, que tan confuso y angustiado se muestra al respecto en sus escritos más íntimos, puede ser hoy considerado tanto como un adelantado de la asexualidad, que él mismo reivindicaba para sí en alguno de sus diarios juveniles, como un típico homosexual reprimido, que solo en contadas ocasiones, como durante su tormentosa relación con Harald Scharff, pudo manifestar de forma abierta pero, al mismo tiempo frustrante, su amor por otro hombre, e incluso como un atípico bisexual, ya que, al mismo tiempo, mujeres como Riborg Voigt o Jenny Lind se cuentan también entre las relaciones sentimentales más largas y profundas de su vida. Tal vez desde nuestra atalaya de esta tercera década del siglo XXI debamos otorgar al escritor danés una de esas personalidades sexuales de naturaleza fluida, no limitada por la concepción binaria del género, que hoy englobamos en el término queer. Sea como fuere, Andersen, que tanto y de tan variadas maneras buscó el amor en su vida, parece haber llegado a su muerte virgen con 67 años.

    Nacida en 1903, 100 años después que Andersen, la vida de Marguerite Yourcenar muestra la luz en el largo túnel que ha llevado en Europa a la libre manifestación de tendencias sentimentales no limitadas por la heterosexualidad cristiana. Desde su primera novela, Alexis o Tratado del inútil combate, construida en torno a la homosexualidad del protagonista, la temática relacionada con la identidad sexual de sus personajes va a formar parte esencial de la narrativa de esta escritora franco-americana. Pero no se trata solo de la importancia de su obra literaria, con algunas de las manifestaciones más famosas y trascendentes de la libertad sexual en la literatura europea del siglo XX, como la pasión de su Adriano por Antínoo. En su propia vida privada, a partir de una educación atípica, forjada en los ideales clásicos y precristianos de la Antigüedad, Yourcenar exploró todo tipo de posibilidades eróticas y sentimentales, desde su atracción por el escritor y editor homosexual André Fraigneau a su pasión por la bella joven griega Lucy Kyriakos, en una ampliación del campo de batalla de los sentimientos equivalente a la que, en el ámbito literario, aparece en la primera de sus obras maestras, El tiro de gracia.

    Sin embargo, la vida de Yourcenar nos sirve hoy aquí, sobre todo, como reconocimiento de un primer momento en el que, al menos en la periferia europea, una sexualidad alternativa, el lesbianismo, se asienta ya con una cierta normalidad en el mundo de nuestra cultura. Marguerite Youcenar y Grace Frick, una profesora universitaria estadounidense a la que había conocido en los años 30, se convirtieron pocos años después en una pareja homosexual de convivencia estable en la ciudad de Hartford, en el estado de Connecticut, en los EE.UU. De allí, ya en los años 50, se trasladaron a la que iba a ser su casa familiar, Petite Plaisance, en Mount Desert Island, Maine, donde vivieron juntas hasta la muerte de Grace en 1979. Y donde reposan hoy los restos de ambas como los de cualquier otra pareja, visitados por quienes, siéndonos irrelevantes sus gustos o tendencias sexuales, hemos admirado siempre la grandeza literaria de la primera mujer que entró en la Academia Francesa. [E.G.]