TRÍADAS: 1.2.1 Soldados

 

    El Acto IV del Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand nos lleva al asedio de Arrás por los franceses en 1640. Tanto el bello cadete Christian de Neuvillete como el tosco Cyrano pasan hambre, bloqueados por los españoles. Impertérrito, el protagonista cruza un día tras otro las líneas enemigas para hacer llegar a su amada las cartas de amor, que firma como Christian. La última, escrita el día de la muerte en combate del joven y teñida con su sangre, será conservada durante dos décadas por la hermosa Roxana, que consuela su pena con la lectura de sus versos: “J’ai l’âme lourde encor d’amour inexprimée, / Et je meurs!” Los tópicos son espesos y difíciles de atravesar, por lo que nos resulta más fácil imaginar un soldadote guaperas pero lerdo como Christian que un militar ilustrado que arriesga su vida en la refriega mientras compone delicados versos de amor. La tríada siguiente, que reúne a tres escritores que supieron manejar tanto la pluma y la estilográfica como la espada y el máuser, debería hacernos reflexionar al respecto.

    Un siglo antes de que el francés Christian de Neuvillete cayera en Arras combatiendo a los españoles, un español, Garcilaso de la Vega, lo hacía en Fréjus combatiendo a los franceses. Garcilaso, que había nacido en Toledo a finales del siglo XV en una importante familia de la nobleza castellana, se puso desde su juventud al servicio de la corona tanto en quehaceres cortesanos como en el ejercicio de las armas. Así, participó en varios conflictos bélicos como la Guerra de las Comunidades hacia 1520, en el socorro frustrado de la isla de Rodas en 1522 y en el exitoso asedio de la fortaleza de Fuenterrabía en 1524, pero, además, en su condición de “contino”, una especie de guardia noble del rey, obligado como estaba a servir en la Corte, estuvo presente en la coronación de Carlos V como emperador en Bolonia en 1530. 

    Sin embargo, esta cercanía a la Corona también tenía sus inconvenientes. El hermano de Garcilaso había apoyado la revuelta de las Comunidades, por lo que al emperador le molestó que el poeta asistiera en 1531 sin su permiso a la boda de su sobrino. Garcilaso fue detenido y confinado en una isla del Danubio cerca de Ratisbona. Solo la intercesión del Duque de Alba hizo que se le levantara el castigo y se le permitiera residir en Nápoles, desde donde en 1535 todavía tomó parte en la conquista de Túnez.

    Poco después, estalla una nueva guerra, la tercera, contra los franceses, en la que Garcilaso participa como maestre de campo al mando de un tercio de 3.000 hombres. Con el propio emperador a la cabeza de las tropas, el ejército español invade en 1536 Provenza. Ese septiembre, la fortaleza de Le Muy, que se niega a rendirse, es asaltada por el tercio de Garcilaso. Él es el primero en escalar las almenas, protegido solo por su rodela, pero una piedra le golpea y le hace caer, herido, al foso. Pocos días después moría en Niza.

    Nacido 300 años después y a 3.500 kilómetros de distancia, pero en un medio social equivalente, también Mijaíl Yúrievich  Lérmontov  estaba predestinado al servicio de las armas, aunque en este caso podemos considerarlo un soldado profesional. Tras un fugaz e infecundo paso por la Universidad de Moscú, a los 18 años la abuela de Lérmontov, una importante aristócrata, se trasladó con él a la Corte, en San Petersburgo, para que ingresara en la escuela de cadetes del regimiento de húsares de la Guardia imperial. De todos modos, acantonado a pocos kilómetros del Palacio de Invierno, la juventud de Lérmontov transcurrió alejada de cualquier frente de batalla. Incluso cuando con 23 años, en 1837, el poeta es desterrado al Cáucaso por el Zar, molesto por un crítico poema que había compuesto tras la muerte de Pushkin, la rápida mediación de su influyente abuela le permitió regresar casi de inmediato. 

    Este disipado estilo de vida de Húsar de la Guardia, que permitía a Lérmontov dedicarse a su obra poética, tenía también sus riesgos. Un duelo de honor con el hijo del embajador francés hizo que el poeta fuera arrestado y enviado de nuevo al Cáucaso en 1840, donde por fin entró en combate. El teniente Lérmontov y su compañeros del Regimiento Tenginsky debían desarmar a las tribus chechenas que se negaban a aceptar el dominio ruso y el escritor no solo se hizo famoso pronto por ser el primero en lanzarse al combate sino que se distinguió también en un combate personal durante la Batalla del río Valerik, lo que le proporcionó elogios de sus superiores y un buen tema para uno de sus poemas.

    Pese a todo, la muerte le va a llegar a Lérmontov sin ningún tipo de gloria. Envuelto en otra de esas absurdas discusiones de salón seguidas de duelo, tan propias de los románticos rusos, Lérmontov se enfrentó a uno de sus compañeros de armas el 27 de julio de 1841. La suerte quiso que a su oponente le tocara disparar primero. El poeta no llegó a hacerlo.

    Considerar aquí un soldado, sin más, al escritor británico Eric Arthur Blair, a quien la historia de la literatura conoce como George Orwell, parecerá, sin duda fuera de lugar. Y, en efecto, no fue Orwell un auténtico soldado, o al menos solo lo fue durante los cinco años que sirvió como oficial, entre 1922 y 1927, en la policía imperial de Birmania. No se puede negar, sin embargo, que ejerció como tal de manera efectiva aunque irregular durante la primera mitad del año 1937, combatiendo a los militares que se habían sublevado contra la República en España. 

    La guerra había comenzado en julio del año anterior y de inmediato atrajo a jóvenes revolucionarios antifascistas como Orwell, que en diciembre de 1936 llegaba a Barcelona. Una vez allí, enrolado en las milicias del POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista, es enviado a la sierra de Alcubierre, donde participa a partir de enero del 37 en la estéril guerra de trincheras en la que se había convertido el conflicto en ese periodo y ese lugar.

    En mayo, durante un permiso en Barcelona, Orwell vive la terrible represión que ejerce el PSUC, el Partido Socialista Unificado de Cataluña, de ideología comunista, contra el resto de movimientos revolucionarios, con los que colabora el escritor. Pese a todo, a finales de mes Orwell vuelve al frente, aunque su estancia allí, esta vez, será breve. Al poco de su llegada, un francotirador enemigo le acierta en el cuello. A punto de morir ahogado por su propia sangre, Orwell es enviado a un hospital en Lérida donde logra recuperarse, pero su etapa como soldado ha terminado ya que los médicos lo declaran inútil para el servicio de las armas. Además, por esos mismos días, el POUM es ilegalizado y sus miembros, entre ellos los propios mandos militares del escritor, son detenidos, encarcelados y en muchos casos ejecutados. Orwell, que se siente perseguido por los mismos para los que combatía, abandona para siempre España y la lucha en las trincheras. A partir de entonces seguirá enfrentándose al totalitarismo desde las páginas de sus libros. [E. G.]