REINO UNIDO: EL IMPERIO BRITÁNICO COLONIZA EL MUNDO

    En principio, desde el punto de vista histórico no habría razones para establecer diferencias entre Inglaterra y el Reino Unido puesto que éste último, básicamente, no es más que una ampliación política del anterior, como España lo es de Castilla o la Francia de la Era Moderna de la Francia medieval. Sin embargo, conviene utilizar este término para referirse a la historia de Inglaterra a partir del siglo XVIII porque coincide con un largo periodo de indudable éxito político, social y cultural de la entidad política que acababa de designarse a sí misma como Reino Unido, éxito que lo convirtió en uno de los núcleos rectores de la cultura europea e incluso que le permitió desarrollar una cierta individualidad creadora durante la Etapa Disolvente, posición que Inglaterra por sí misma nunca había llegado a ocupar con anterioridad.

    El Reino Unido del siglo XVIII se caracterizó por sentar las bases de un control de las vías marítimas por todo el mundo sobre el que sustentaría, en el siglo XIX, la formación de su imperio global. Durante esta primera etapa la cultura británica continuó, como la del resto de Europa, dependiendo del desarrollo del Clasicismo que procedía de Francia, de manera que, al menos durante la primera mitad del siglo, no provienen de allí grandes innovaciones. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que ya a principios del XVIII encontramos una novela tan trascendental como Robinson Crusoe. De hecho, el desarrollo de la novela moderna fue la principal aportación británica a la cultura del continente en esa fase final de la Etapa Clásica.

    La situación, sin embargo, cambió a finales del siglo porque la reacción contra el clasicismo partió de las dos grandes regiones germánicas: Reino Unido y el Imperio. En el primer caso, la razón del enfrentamiento tuvo que ver, además, con la pugna política y militar por la supremacía europea. El triunfo británico en las guerras napoleónicas colocó al Reino Unido a la cabeza de Europa a la vez que le permitió consolidar un sistema imperial solo comparable al que había logrado España en el siglo XVI. Pero, además, Reino Unido consiguió generalizar su modelo económico, industrializado, capitalista e imperialista, y su modelo político democrático como las aportaciones más novedosas al desarrollo de la cultura europea del siglo XIX. De hecho, la evolución de las diferentes regiones de Europa en la segunda mitad de ese siglo puede estudiarse como los procesos de adaptación de los esquemas previos a esta nueva mentalidad de origen británico, desde la creación del Reich alemán a la construcción de los ferrocarriles italianos, desde la construcción del parlamento húngaro de Budapest hasta el establecimiento del turno de partidos en España, sin hablar de la pasión colonizadora de todo el continente o del reparto de África.

    El largo y exitoso reinado de Victoria I se convirtió en el momento de máxima gloria del Imperio Británico. Pero, sustentado sobre la explotación económica de medio mundo y en conflicto con el resto de los países europeos, que aspiraban a lo mismo, esa grandeza estaba condenada a la destrucción, que tuvo lugar a partir de 1914. Sin embargo, hasta entonces, conscientes de su poderío, los británicos llegaron a construir un sistema cultural innovador, al menos en forma embrionaria. No hay nada parecido al teatro de Óscar Wilde, la poesía de Tennysson o las novelas de Stevenson en el resto de la cultura europea de finales del siglo. De hecho, la influencia de la pintura prerrafaelita sobre el Modernismo europeo permite imaginar cómo habría podido influir Gran Bretaña sobre el resto de Europa de no haber sobrevenido la I Guerra Mundial y con ella el triunfo devastador de las vanguardias.

    A pesar de haber vencido en la Gran Guerra, el hecho de que Gran Bretaña debiera su victoria a la intervención de los EE.UU. y la incapacidad demostrada durante los años 20 para impedir que la debacle europea se repitiera hicieron que esa victoria solo fuera el preludio de la desintegración final. Tras la II Guerra Mundial, pese a que el modelo cultural británico, en la versión norteamericana, se hizo con la hegemonía mundial, la presencia cultural de Gran Bretaña en el mundo no ha hecho más que disminuir. En la actualidad puede decirse que Gran Bretaña tiene una mínima relevancia internacional pero solo como uno más, el último, de los estados de la Unión. En todo caso, la cómoda superioridad que le otorga esta situación parece ser la razón básica por la que no parece interesada lo más mínimo en el desarrollo común de Europa.