MRS. DALLOWAY: EL MILAGRO DE LA VIDA DIARIA
Resulta poco acertada la simplificación habitual que resume el argumento de Mrs. Dalloway de Virginia Woolf (1925) como el relato de las actividades desplegadas por la mujer que da nombre a la novela a lo largo de un solo día, dedicado a la celebración de una de sus fiestas. Puede aceptarse centrar el foco en las “actividades” de Clarissa Dalloway aunque, como veremos más adelante, lo fundamental del relato no son los “actos”. Pero lo cierto es que el día discurre y los acontecimientos se suceden desde que Clarissa decide ocuparse ella misma de las flores por la mañana hasta que solo quedan sus más íntimos invitados por la noche. Lo que resulta poco correcto y, sobre todo, distorsiona la magistral estructura compositiva de la novela es limitar su contenido a la figura de Clarissa Dalloway. Empecemos por aquí.
Como indica el propio título, Clarissa es el personaje principal pero no tanto porque la acción del relato gire en torno a ella como porque el resto de las múltiples líneas narrativas trazadas por la autora está, de alguna manera, vinculado a ella. El papel principal de Clarissa queda resaltado, también, por el hecho de que la novela comienza y finaliza enfocándola, todo lo cual nos obliga a preguntarnos: “¿Si la novela trata de Mrs. Dalloway, por qué en realidad bastante más de la mitad se dispersa siguiendo a cualquier otro personaje?”.
Todos los críticos han insistido a este respecto en el valor particular del personaje de Septimus Warren Smith, el soldado paranoico con el que nos encontramos casi al principio y que acaba suicidándose poco antes del final. En efecto, este personaje y, sobre todo, el de su esposa italiana Rezia, en cuyo desconcierto y sufrimiento se demora mucho más la autora que en el de su marido, son los más alejados de la señora Dalloway, a la que no conocen y con la que no tienen contacto directo en ningún momento. La relación entre ellos, indirecta y ocasional, se establece a través del doctor Branshaw, que atiende a Septimus y a Rezia, y comenta el suicidio durante la fiesta. Se ha subrayado el contrapunto que dibujan las trayectorias vitales de Clarissa y de Septimus –yo diría, mejor, Rezia- durante la novela y, sobre todo, de qué modo la alusión al suicidio supone la aparición descarnada del tema de la muerte en un contexto, el de Clarissa, de donde parece voluntariamente desterrado.
Sin embargo, una lectura atenta y desprejuiciada de la novela obliga a reconocer que la posición narrativa de la historia de Septimus no es comparable a la de Clarissa y ni siquiera es superior a la de otros personajes sobre los que no se suele llamar tanto la atención, sobre todo Peter Walsh. Como Clarissa, Peter es un personaje que estructura todo el argumento. Aparece ya en el primer recuerdo de Clarissa y es quien la tiene en cuenta en la última línea. Entremedio, Peter es, primero, un fantasma del pasado y, en la segunda mitad, una presencia turbadora para Clarissa y uno de los personajes a los que con más interés sigue la autora.
La figura de Peter Walsh nos permite hablar de Mrs. Dalloway como de una novela no tanto de contrapunto como de capas. Lo que hace Virginia Woolf es trazar la constelación de relaciones humanas que se entretejen alrededor del personaje central, Mrs. Dalloway. Además de ella, en el centro, están su familia más cercana -su marido y su hija-, las personas a las que más íntimamente ligada se siente -sobre todo, Peter-, quienes, como la señorita Kilman, solo tienen una relación indirecta con ella, los meros conocidos -Lady Bruton o el doctor Branshaw- que acudirán a su fiesta, y, por fin, los desconocidos, como el matrimonio Smith, por supuesto, pero también el pasajero innominado de ese coche al que la novela sigue por medio Londres al principio de la obra. Virginia Woolf recrea el complejo microcosmos organizado en torno a una mujer normal de la clase alta londinense, resaltando, sobre todo, que, a su vez, cada uno de los personajes que rodean, más o menos de cerca, a Clarissa son también el centro de otros tantos microcosmos en cuyas capas, más o menos exteriores, también podríamos encontar a Clarissa preparando su fiesta.
Se trata, por lo tanto, de un proyecto creativo enormemente complejo y sofisticado, muy moderno y típico de la narrativa renovadora de los años 20. Pero, establecido lo anterior, de nuevo se suscita otra pregunta clave para la interpretación de la obra: ¿por qué dirige Virginia Woolf el foco sobre Clarissa? ¿Por qué dar esa relevancia a una mujer no especialmente interesante que tan solo se dispone a dar una fiesta? En principio uno tiene la sensación, sin duda errónea, de que hubiera podido resultar más atractivo un relato centrado en la locura de Septimus, en la angustia de Rezia e incluso en la desorientación de Peter. ¿Por qué Mrs. Dalloway?
La respuesta en este caso tal vez esté en el análisis de algo que al principio hemos dejado para más adelante: ¿cómo está escrita esta novela? Porque si novedosa es la compleja estructura narrativa de Mrs. Dalloway, no lo es menos el modelo estilístico del que se sirve Virginia Woolf en su relato. Como ya hemos anotado, Mrs. Dalloway no se centra exactamente en las acciones de los personajes. Lo que compone esta novela es, en realidad, el mundo interior que se relaciona con esas acciones. Lo que los personajes hacen, sus actos, permanece siempre en un segundo plano; lo que leemos es lo que los personajes piensan, sienten, perciben, reflexionan e incluso sueñan mientras están actuando. De este modo, la acción se demora contantemente al verse atraída la atención de la escritora por las reflexiones, los recuerdos, las esperanzas o las inquietudes de cualquiera de sus personajes. Solo copiaré al respecto un mínimo fragmento:
“Lady Bruton dijo:
- ¿Sabéis quién está en Londres? Nuestro viejo amigo Peter Walsh.
Todos sonrieron. ¡Peter Walsh! Y el señor Dalloway se ha alegrado sinceramente, penso Milly Brush; y el señor Whitbread solo piensa en el pollo.”
Las palabras de Lady Bruton se amplían de inmediato con la reflexión ácida de Milly Brush, que será complementada con las de los otros comensales a lo largo de casi dos páginas tras las cuales la acción vuelve al punto de partida:
“- Sí, Peter Walsh ha regresado –dijo de nuevo lady Bruton”.
No ha sucedido nada. Mrs. Dalloway es una literatura de sensaciones, de vida interior aprisionada por el mundo de las convenciones, que solo se despliega en el interior de las personas. Por eso, probablemente, es por lo que para Virginia Woolf Clarissa Dalloway es la personalidad más representativa del relato, la verdadera protagonista. Se ha subrayado mucho la banalidad esencial de la vida de Clarissa, dedicada a la preparación de sus fiestas y ajena, al parecer, a cualquier posible vida interior intensa –la religiosidad de su hija, la pasión de Peter, la locura de Septimus-. Sin embargo, cuando uno lee Mrs. Dalloway no puede dejar de percibir el enorme atractivo que desprende esta mujer entregada a crear un ámbito mínimo de posibilidades para la belleza. Podrá decirse que su mundo es falso, elitista, hipócrita o irresponsable pero nada de eso lo es el fervor con que Clarissa Dalloway se entrega a crearlo y a ofrecérselo a los demás. Y es evidente que todos los otros personajes lo necesitan y lo agradecen; necesitan esa experiencia íntima de la belleza que Clarissa proporciona a cambio de su propia renuncia a las pasiones. En torno a Clarissa, en esa fiesta final en la que solo ella se estremece por la brusca intrusión de la muerte, tanto Elisabeth como Richard, Peter o Sally vuelven a tener, gracias a Clarissa, la sensación profunda de que la vida merece ser vivida. Y ello, como percibe emocionado Peter en la última línea de la novela, es posible gracias a la propia existencia de Clarissa: “For there she was”. [E. G.]
EDICIONES DIGITALES
Edición original: https://ebooks.adelaide.edu.au/w/woolf/virginia/w91md/
Traducción alemana:
Traducción francesa: https://www.ebooksgratuits.com/html/woolf_mrs_dalloway.html
Traducción castellana: https://biblio3.url.edu.gt/Libros/2011/la_se%F1o.pdf