DULCITIUS: LA NECESIDAD DE RECONSTRUIR LA ANTIGÜEDAD
Carecería de sentido pretender que Dulcitius, una de las piececitas de teatro que la monja sajona Hroswitha compuso en Gandersheim para sus compañeras de convento, deba ser considerada una gran creación de la literatura europea. Se trata de una obrita de apenas unas pocas páginas, escrita en un latín de segunda mano carente de pretensiones literarias, con una puesta en escena simplona y algo torpe –se pretende jugar con el color negro en una estancia sin iluminación- y un contenido hagiográfico poco original. No hay nada en esas pocas líneas de esta canonesa germana del siglo X que pueda compararse y mucho menos hacer sombra a una sola escena de El sueño de una noche de verano, de Tartufo o de La importancia de llamarse Ernesto. Resulta imprescindible aquí, por lo tanto, explicar la presencia de este texto en nuestra Antología Mayor, lo cual servirá, de paso, para insistir una vez más en el objetivo básico que persiguen estas páginas.
Dulcitius, de Hroswitha de Gandersheim fue, de hecho, una de las primeras obras literarias elegidas por el autor de esta web para formar parte de la Antología Mayor y una de las pocas sobre cuya inclusión en ningún momento se ha tenido ninguna duda. Estamos trabajando sobre el canon de la historia de la literatura europea y esta canon lo componen, por supuesto, las grandes obras maestras de nuestra cultura, las que por derecho propio formarían parte de la mejor tarjeta de presentación de Europa ante el mundo. Esas obras, algunas al menos, están recogidas en la Antología Esencial. Junto a ellas hay otros textos literarios, igualmente importantes para nosotros, que muestran lo más selecto de nuestra capacidad creativa en el ámbito de la literatura. Tal vez no todos ellos merecerían figurar en una hipotética Antología de la Literatura Universal pero, desde luego, deberían formar parte del bagaje cultural de cualquier europeo instruido. Estas obras, junto con las anteriores, forman nuestra Antología Menor.
Por último, la confección de una historia de la literatura europea exige también la inclusión de muchas otras obras cuya selección depende de otros dos factores diferentes. En un caso ha habido que buscar obras menores pero representativas del contexto cultural de una época, obras que ejemplifican las aportaciones de una lengua o de una región a la cultura común, o que hablan, incluso mejor que las obras maestras, de los gustos estéticos del momento en el que se escribieron. En otros casos, por último, lo que se buscaba era establecer los nexos de unión en el tiempo y en el espacio que permiten dar sentido al propio concepto de “literatura europea”. A este último tipo de obras responde la inclusión de Dulcitius, porque pocas obras literarias, como esta, manifiestan de forma tan evidente la idea general de lo que aquí se tiene por una cultura compartida por todos los europeos y, más exactamente, sobre los orígenes de esa cultura.
Dulcitius es una de las seis únicas piezas dramáticas compuestas por la canonesa Hroswitha en su abadía de Gandersheim hacia 975. Se trata de una breve representación de temática hagiográfica, escrita en latín, que trata sobre el martirio de las santas vírgenes Ágapes, Chionia e Hirena. La acción se sitúa en el Imperio de Diocleciano y forman el elenco de personajes, además del propio emperador y las mártires cristianas, el prefecto de Macedonia, Dulcitius, que da título a la obra. El argumento, por supuesto, no es original sino que está tomado de las Actas de los mártires, y remite a la devoción por unas santas cuya fiesta canónica se celebra, en efecto, el 3 de abril en el martirologio de la Iglesia de Roma. Según esta tradición, la muerte violenta de las tres vírgenes tuvo lugar en Tesalónica, Grecia, en el año 304.
Este es el material religioso del que partía Hroswitha para crear su pieza teatral. Pero el teatro es un género literario y, como tal, responde a unos modelos que a la canonesa de Gandersheim le eran tan imprescindibles como la tradición devota de sus mártires. Esa tradición específicamente literaria se la proporcionó también el Imperio Romano, más concretamente Publio Terencio Afro, un comediógrafo latino del siglo II. a.C. de procedencia africana que escribía para los nuevos teatros de Roma todavía en la época de la República. Como la propia autora de Dulcitius anota, su intención como escritora era aprovechar la forma dialogada del teatro de Terencio para escribir obras latinas que sirvieran para la educación de sus discípulas pero, a la vez, sustituir la temática pagana y libertina de unos textos que gozaban del prestigio de la Antigüedad por una temática religiosa y moral acorde con la espiritualidad cristiana de su abadía. Y todo esto pasaba en Gandersheim, un gran establecimiento religioso sajón de fundación y patronazgo imperiales, en la segunda mitad del siglo X, mil cien años después de la muerte de Terencio y a casi setecientos de la de Diocleciano, a más de mil kilómetros de Roma y a casi dos mil de Tesalónica.
Todo lo anterior nos lleva a reflexionar sobre la palabra que mejor define a nuestra cultura desde sus orígenes: Reconstrucción. La ruptura cultural que se dio entre los siglos V y VII en el sur de Europa obligó a los europeos a construir su propia identidad con los pecios supervivientes del naufragio del Imperio Romano de Occidente. Hroswitha de Gandersheim contaba en su abadía con textos de Terencio, acaso los mismos que han llegado hasta nosotros, pero desconocía todo el contexto cultural que había rodeado a las representaciones teatrales de la Antigüedad. Nunca había visto un teatro, no imaginaba la existencia de compañías de actores ni podía suponer lo que significaba un festival dramático. Para ella Terencio y el teatro grecorromano eran, tan solo, el diálogo de unos personajes y la libertad lingüística y vital que manifestaban. En su celda de Gandersheim, donde no había llegado ningún ciudadano romano desde la derrota de Teutoburgo hacía mil años y donde solo cien años antes del nacimiento de Hroswitha todavía se veneraba el Irminsul sajón, Hroswitha se siente, pese a todo, heredera de una religión semita y mediterránea y de un mundo cultural desaparecido e incomprensible para ella. No hay mejor ejemplo de los orígenes de la cultura europea: una voluntad anacrónica, sostenida en el tiempo y cada vez más amplia en el espacio, de querer reconstruir de acuerdo con la propia mentalidad un mundo desaparecido, mitificado e inaprensible. [E. G.]
EDICIONES ELECTRÓNICAS
TEXTO ORIGINAL: https://www.hs-augsburg.de/~harsch/Chronologia/Lspost10/Hrotsvitha/hro_dr02.html
TRADUCCIÓN INGLESA: https://legacy.fordham.edu/halsall/basis/roswitha-dulcitius.asp
TRADUCCIÓN ALEMANA:
TRADUCCIÓN FRANCESA: https://remacle.org/bloodwolf/tragediens/roswitha/theatre.htm
TRADUCCIÓN CASTELLANA: