TRATADO: LA REFLEXIÓN INTELECTUAL MÁS AMBICIOSA

    El Tratado es un subgénero especulativo de la literatura europea que se caracteriza por desarrollar de forma razonada, extensa, detallada, sistemática y totalizadora una idea abstracta o una serie organizada de ideas sobre alguno de los temas propios de las disciplinas humanas –filosofía, política, moral...- o científicas –biología, física, matemáticas...- en que se organiza la estructura del pensamiento occidental. La finalidad de un tratado es didáctica ya que se propone transmitir al lector algún tipo de conocimiento formativo mediante el razonamiento abstracto, la presentación de pruebas comprobables y la extracción de conclusiones, para lo que el autor utiliza de forma general los recursos lingüísticos tanto de la oratoria pública como del método científico. Por lo que respecta a su tipología textual, se trata de un subgénero en prosa, que se redacta en tercera persona y carece de emisor y receptor explícitos. Utiliza un lenguaje culto y formalizado, un léxico técnico y muy abstracto y un tono objetivo y generalizador que pretende dar forma a una argumentación abstracta de carácter universal e impersonal basada en criterios puramente racionales.

        Los primeros textos de este tipo pertenecientes a la civilización europea que han llegado hasta nosotros son las obras filosóficas de Platón pero la forma dialogada en que están escritas no representan el estilo tradicional que ha caracterizado a este subgénero en la tradición europea por lo que se suele considerar que los primeros tratados propiamente dichos de la Antigüedad clásica son las obras filosóficas, morales y científicas de Aristóteles.

    Precisamente Aristóteles y Agustín de Hipona, autor de uno de los tratados más influyentes de política religiosa, La ciudad de Dios, fueron los modelos grecorromanos más influyentes en el desarrollo del género especulativo durante la Etapa Constituyente de la cultura europea. De este modo, a lo largo de toda la Edad Media, los tratados más típicos y de mayor trascendencia cultural se ocuparon de temas metafísicos y teológicos, como la Suma Teológica de Tomás de Aquino. Se trataba de grandes compendios generalistas de especulaciones religiosas que trataban de reunir y razonar todo el acervo doctrinal de la Iglesia católica. Por su temática y por su finalidad dogmática eran obras propias de los ambientes más cultos de la sociedad; de ahí que se escribieran en latín y que su difusión fuera general por todo el ámbito cultural europeo. Se convirtieron, por lo tanto, en obras fundamentales en su momento para dar forma a ese sustrato cultural homogéneo que la Edad Media creó y legó al resto de la historia de Europa.

    Pero la religión no fue el único tema de los tratados medievales. También tuvieron gran influencia, por ejemplo, los lapidarios y los bestiarios, catálogos razonados, aunque en buena medida también fabulados, de las características y propiedades de piedras y de animales, respectivamente. Por lo que a lo que hoy consideraríamos más cercano a nuestro concepto de ciencia, podemos mencionar obras como el Opus Maius del inglés Roger Bacon, con estudios de óptica muy avanzados para su tiempo, o el Libro del saber de Astronomía castellano, donde se aplicaban las matemáticas más avanzadas del momento a la reflexión teórica sobre la influencia de los astros en el comportamiento humano.

    Ya en la Etapa Clásica, el tratado teológico medieval va siendo relevado en muchos contextos por otros modelos especulativos altenativos como la sátira filosófica de humanistas como Erasmo (Elogio de la locura) o el diálogo de tipo platónico, como hace Galileo en el Diálogo de los dos sistemas... Además, esta es también la época en la que aparece el otro gran subgénero especulativo de nuestra cultura, el ensayo moderno, creado por Montaigne a finales del siglo XVI.

    Debido al desarrollo de la ciencia moderna, que tiene lugar en estos mismos momentos, a partir del siglo XVII pueden distinguirse dos tipos de tratados bastante diferentes, los que podríamos llamar humanísticos y los científicos. Estos últimos, de acuerdo con el método de investigación consolidado por los grandes científicos europeos de la época, plantean su argumentación a partir de un conjunto de pruebas empíricas diseñadas para comprobar la validez de determinadas hipótesis y cuyos resultados se expresan finalmente en lenguaje matemático. Aprovechando todavía la unidad de conocimientos que mantenía la educación superior europea en su red de universidades, la lengua de difusión de estos primeros grandes avances científicos siguió siendo durante bastante tiempo el latín y su divulgación, por lo tanto, se realizaba de forma rápida y generalizada por toda Europa. Buenos ejemplos de ello los encontramos en la trascendental teoría del heliocentrismo planteada por el polaco Nicolas Copérnico en su De revolutionibus... o en los grandes tratados de física del inglés Isaac Newton, como sus Principia mathematica.

    Otro tipo diferente de tratado lo representan los que se referían a disciplinas relacionadas particularmente con el ser humano como la antropología, la política o la moral. En ellos se mantenía en mayor medida el estilo propio de la especulación medieval basada sobre todo en la coherencia, profundidad y habilidad expositiva del razonamiento teórico. Pero frente al predominio absoluto de la temática religiosa en el periodo anterior, ahora encontramos una gran variedad temática puesto que gozan cada vez de mayor popularidad tratados de tipo político como El espíritu de las leyes del barón de Montesquieu o económico como La riqueza de las naciones de Adam Smith. Además, la gran importancia que adquiere en estos siglos el subgénero ensayístico hace que el tratado se impregne de esa subjetividad propia del estilo de Montaigne y llegue a ser considerado por algunos escritores, ya en el siglo XVIII, simplemente como un ensayo de gran extensión; de ahí que textos cuyas características formales coincidían con las que caracterizan a un tratado llevaran, sin embargo, el título de ensayo como el Ensayo sobre el concepto de Población de Malthus. Por último, esta mayor libertad formal de los tratados de temática humanística facilitó que la exposición razonada y extensa de las ideas se hiciera también a través de obras de tipo narrativo como el Emilio de Rousseau o epistolar como las Cartas persas del propio Montesquieu.

    Esta situación cambió de forma definitiva en el siglo XIX cuando el modelo de investigación científica que se había consolidado durante los siglos anteriores se convirtió en el paradigma del razonamiento intelectual europeo. Entonces se inició un proceso generalizado de adaptación a ese modelo científico de carácter experimental en el campo de las que han llegado a conocerse incluso como “ciencias humanas”. En ese proceso el subgénero especulativo del Tratado se convirtió de nuevo en uno de los vehículos principales de difusión de las ideas. Nuevas ciencias como la sociología (Principios de sociología de Herbert Spencer), la economía política (El capital de Karl Marx) o la psicología (La interpretación de los sueños de Sigmund Freud) y disciplinas más tradicionales como la historia, la filología o la política van a sustituir sus antiguas técnicas didácticas basadas en la retórica y el razonamiento deductivo por una a menudo imperfecta y confusa amalgama de técnicas basadas en la aportación de datos empíricos, la comprobación de hipótesis y, en mucha menor medida, la predicción de resultados.

    Curiosamente, a este proceso de generalización de la exposición “científica” solo parece haber permanecido ajena la propia Filosofía pese a ser la heredera directa de los iniciales tratados de Aristóteles. En obras capitales del pensamiento europeo del siglo XX como el precisamente llamado Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein el género se disuelve en una especie de colección de aforismos interrelacionados que, en cierto modo, preludia el pensamiento fragmentario pero consistente de otros intelectuales de nuestros días como Cioran. [E.G.]