GÉNERO DRAMÁTICO: LA TRADICIÓN TEATRAL EUROPEA
El teatro es el género literario más específicamente europeo. Es cierto que diversos tipos de representaciones dramáticas forman parte de diferentes culturas como la japonesa o la hindú en condiciones materiales más o menos similares a las nuestras, pero todo el conjunto de factores textuales y contextuales que intervienen en una representación teatral, tal y como se entiende ésta de forma estandarizada en Europa, no encuentra parangón en ninguna otra cultura. De hecho, el teatro europeo de la Etapa Disolvente puede ser considerado como el producto cultural de mayor sofisticación y el más condicionado por los procesos históricos de toda la civilización occidental.
Tal y como detectó Aristóteles en su análisis del teatro griego del siglo V a. C., el elemento básico de la representación teatral en Occidente y, por lo tanto, en la cultura europea, es la “mímesis”, la imitación. Pero a este punto de partida técnico, que afecta a la elaboración del texto y a su puesta en escena y que admite muchas y muy diferentes interpretaciones, ha de añadirse otro elemento fundamental sobre el que Aristóteles, por su ausencia de perspectiva histórica, no profundiza, el contexto social de la representación. Así, la reconstrucción del teatro grecorromano durante el Renacimiento fue capaz de recuperar en buena medida, a partir de la relectura de los textos teatrales antiguos y de la propia Poética de Aristóteles, la idea de “mímesis” pero, lógicamente, no pudo recrear las motivaciones y los condicionantes sociales que estaban detrás de la propia representación, y esta imposibilidad fue lo que dio lugar a un nuevo teatro, específicamente europeo, sobre el que volveremos más adelante.
Entre tanto, durante la Etapa Constituyente, los escritores y el público europeos vivieron una época de auténtica necesidad dramática. Quienes, como Hroswitha o Rojas, deseaban recuperar y recrear unos textos de gran prestigio para ellos, carecían de los conocimientos necesarios, e incluso del interés por los elementos materiales imprescindibles para la correcta recepción de esos textos. Por otro lado, quienes de forma natural o, sobre todo, inducidos por las posibilidades dramáticas de la liturgia cristiana, fueron capaces de generar nuevos modelos de representación como los Misterios, no llegaron a configurar un mecanismo compacto que aunara texto y puesta en escena capaz de sobrevivir al paso a la Etapa Clásica. Por todo ello, el éxito del teatro clasicista a partir del siglo XVI prácticamente acabó con esas experiencias medievales.
A partir del Renacimiento y de una forma paradigmática en la historia de la cultura europea, los esfuerzos, parcialmente mal encaminados y en cierto modo fallidos, por recuperar la cultura grecorromana dieron lugar a un modelo teatral en buena medida novedoso y específicamente europeo. Esta novedad literaria aparece subrayada por el éxito de tres escuelas dramáticas claramente no clásicas durante los primeros pasos del teatro europeo en esta etapa: la “commedia dell´arte” italiana , la comedia clásica española y el teatro isabelino inglés. En los tres casos, la novedad de la representación, sus condicionantes externos, se imponen en un primer momento a la presión recreadora de las normas clásicas. Se trata de un teatro eminentemente popular y que, por lo tanto, satisface los gustos de un público sobre el que apenas ejercen presión los prejuicios intelectuales. Además, el contexto de producción –iniciativa privada, compañías de teatro estables y ambulantes, escritores semiprofesionales- se desarrolla al margen de cualquier pretensión teórica, condicionando a su vez la configuración escénica e incluso textual del nuevo teatro.
De todos modos, este proceso de innovaciones cambió de rumbo durante el siglo XVIII debido al triunfo del Neoclasicismo y a la conversión del teatro en un género ligado al ámbito culto y cortesano. En este contexto, que se va imponiendo a partir de la segunda mitad del siglo XVII, los elementos textuales ligados al prestigio de las obras clásicas ganaron fuerza al mismo tiempo que la mayor parte de la sociedad quedaba al margen de estas representaciones de mayor prestigio cultural. La ficción de que el teatro europeo consistía en la recuperación de su homólogo grecorromano se generalizó por toda Europa y con ella el establecimiento de contextos de representación –teatros lujosos y cerrados dependientes de los grandes particulares- que, sin tener apenas que ver con los modelos antiguos, sin embargo mantenían la pretensión de haber recuperado una cultura de prestigio.
Los cambios sociales producidos por la Revolución Francesa repercutieron directamente y de forma radical en la concepción del teatro europeo. Hay que tener en cuenta que, como venimos viendo, el teatro es el más socializado de todos los géneros literarios, es decir, el que más depende de los cambios producidos en el medio humano para el que se representa. Por ello, el drama decimonónico incorpora de inmediato a su modelo textual todas las innovaciones anticlasicistas propugnadas por los románticos y, en la 2.ª ½ del siglo XIX llega a convertirse en el vehículo de expresión de más prestigio cultural de la burguesía. De todos modos, por lo que a la puesta en escena se refiere, fue preciso la llegada del siglo XX para romper con el modelo de teatro cerrado y selecto y con el lugar preferente concedido al texto en toda la historia de la dramaturgia europea. De hecho, las grandes innovaciones que pretendían acabar con la lógica del lenguaje en la escena y con el propio concepto de “mímesis” aristotélica –Beckett, Ionesco...- se incorporaron a la escena solo en la 2ª ½ del siglo XX y vinieron a ser el canto de cisne de nuestra cultura.
En la actualidad, el género teatral ha sido sustituido casi por completo por el cine y más concretamente, por los subgéneros cinemátográficos y audiovisuales desarrollados en EE.UU. De este modo, nuestro nuevo modelo cultural occidental mantiene el punto de partida básico del teatro occidental, la mímesis aristotélica, adaptado a un nuevo contexto de producción, radicalmente diferente del griego y del europeo, tal y como ya había sucedido en la Etapa Clásica de nuestra cultura. [E. G.]