1905: HENRYK SIENKIEWICZ - QUO VADIS?
I: HENRYK SIENKIEWICZ
Henryk Sienkiewicz nació en el Imperio Ruso en 1846 en una familia aristocrática de la región polaca de Lublin en una época en la que Polonia se hallaba repartida entre Rusia, Austria y Prusia. Su posición social le permitió recibir una formación elitista pero la ruina económica de sus padres hizo que el joven Sienkiewicz se dedicara a la escritura sin llegar a terminar sus estudios universitarios. Así, en 1867 comienza su carrera como periodista, en la que con el tiempo alcanzará gran éxito, y poco después publica su primera colección de relatos cortos, de contenido satírico. Asiduo colaborador de la Gaceta Polaca, su prestigio como cronista le permite emprender en 1874 su primer viaje fuera de Polonia, al que seguirá otro a los EE.UU., de dos años, durante el que escribirá sus Cartas de América, primer éxito editorial.
En 1883 Sienkiewicz comienza la redacción de las grandes novelas históricas que van a hacer de él un auténtico héroe nacional: Por el hierro y por el fuego, El Diluvio y El señor Wołodyjowski. Estas obras tenían una finalidad patriótica: despertar la conciencia nacional polaca para luchar por la independencia y la libertad de Polonia y de la iglesia católica exaltando el glorioso pasado polaco del siglo XVII. Todo ello, junto con la admiración de sus compatriotas, suscitará la inquietud de la censura rusa, que llega a prohibirle seguir escribiendo sobre la historia polaca; de ahí que en los años siguientes Sienkiewicz publique varias novelas de costumbres como Sin dogma, de 1891.
Durante uno de sus viajes europeos el escritor había conocido en Venecia a la que sería su mujer y madre de sus dos hijos, María Szetkiewicz. Con ella se había casado en 1881 pero poco después, con solo 31 años, María había muerto de tuberculosis. A los 47 años, Sienkiewicz volvió a casarse, con una joven de 19, que lo abandonó pocos días después de la boda. Anulado el matrimonio, todavía se casaría una tercera vez.
El mayor éxito de Sienkiewicz fue la novela histórica Quo vadis?, publicada en el folletón de la Gaceta Polaca en 1895. Su éxito multitudinario fue inmediato y desde entonces se ha traducido a más de 40 lenguas y ha tenido varias adaptaciones cinematográficas, alguna de ellas de inmenso éxito. A partir de su publicación, Sienkiewicz se vio obligado a viajar de incógnito para evitar a sus miles de admiradores.
En 1900 volvió a servirse de la historia de Polonia para escribir Los caballeros teutónicos, el último de sus grandes éxitos, pero también le hizo famoso entre los jóvenes A través del desierto y la selva, de 1911, que narra las aventuras de dos adolescentes en el África colonial. Henryk Siekiewicz recibió el Premio Nobel de Literatura en 1905 sobre todo por el inmenso prestigio que le había aportado su novela Quo vadis? y, de hecho, su fama en Polonia fue tanta que incluso se llevó a cabo una suscripción nacional para regalarle el castillo ancestral de su familia en Oblegorek, hoy museo Sienkiewicz. Sin embargo, precisamente este prestigio nacional hizo que la presencia del escritor resultara incómoda en aquella Polonia ocupada por Rusia, por lo que al estallar la I Guerra Mundial el escritor trasladó su residencia a Suiza. Allí murió en 1916, pocos meses antes de que su patria recuperara la independencia.
En sus primeras novelas Sienkiewicz había defendido la literatura realista como representación de la vida social, con especial preocupación por la extinción de la vida patriarcal (El viejo criado, 1875), el destino del campesinado (Janko, el músico, 1879) y la emigración polaca a los EE.UU. (Por el pan, 1880). En algunos de sus escritos teóricos mostró sus críticas contra el Decadentismo y el Naturalismo siendo muy crítico con Zola, al que reprochaba su complacencia en la descripción de situaciones demasiado negras que ahogaban la visión de la belleza de la vida. Al final de su vida, mostrará también una hostilidad correspondida hacia la Joven Polonia, un movimiento literario modernista.
II: QUO VADIS?
Acaso uno de los síntomas anticipatorios de la ruina cultural de la Europa del siglo XX pueda encontrarse en estas tópicas novelas de romanos del XIX, Los últimos días de Pompeya, Fabiola y, sobre todo, Quo vadis?, en las que, sobre la descripción del mundo supuestamente decadente de la Roma imperial -tan poderoso en realidad-, se impone la esperanza en una nueva cultura ajena y purificadora. Aunque ni Bulwer-Lytton, ni el cardenal Wiseman ni el propio Sienkiewicz podían imaginar que el mundo que acabaría finalmente con su decadente Europa alzaría hoces y esvásticas en vez de los Evangelios.
Ahora bien, lo que al novelista polaco más le interesaba, al escribir Quo vadis?, no era la construcción de un orbe nuevo sino la reelaboración de un mito antiguo, el de la vieja Polonia católica e imperial que él mismo había recreado en su gran trilogía histórica. Por eso, uno de los aspectos más interesantes de su novela es el planteamiento político y cultural subyacente a una obra aparentemente tan ajena a la Polonia del autor.
Un punto de partida en este sentido es el nombre de la propia protagonista. Se llama Calina -obvio juego con el Kalí griego, “hermosa”- pero se la conoce como Ligia por ser una princesa de los ligios, llegada como rehén a Roma a casa de Aulo Plaucio. Pues bien, los ligios, para los historiadores de la época de Sienkiewicz, eran un pueblo no germano que vivía, en el siglo I, en el cauce alto de los ríos Óder y Vístula, es decir, en un territorio puramente “polaco”. De este modo, al menos para los lectores cultos de Polonia, Ligia, la protagonista, se presentaba como la imagen más atractiva de su más antigua patria. Pero además Ligia, al igual que Ursus, es ya en esa época, a tan solo 30 años de la muerte de Cristo, y desde la primera página de la novela, cristiana, como si los polacos siempre lo hubieran sido, como si no se pudiera ser polaco sin serlo. Y su cristianismo se vincula a un acontecimiento trascendental de la historia del Cristianismo, que da nombre, incluso, a la obra: el martirio de San Pedro en Roma. Recuérdese que la legendaria crucifixión de Pedro en la colina del Vaticano es el punto de partida doctrinal de la proclamación del Papa, obispo de Roma y sucesor del apóstol, como cabeza de la Iglesia, dogma esencial de la ortodoxia católica. Es decir, estos “polacos” del siglo I no solo son católicos sino también apostólicos y romanos.
Por último, la bellísima Ligia conquistará el corazón del valeroso soldado Marco Vinicio, logrando que el cristianismo se una al imperialismo romano abriéndose camino hacia un Imperio Cristiano. Parece mentira que tras esta interesada construcción ideológica no se hallen más que un par de capítulos de Tácito (Anales XII, 29-20 y XIII, 32). Sin embargo, las alusiones son tan leves, indirectas y ocasionales y la historia de amor y violencia se desarrolla de forma tan coherente y precisa que la novela de Sienkiewicz ha sabido imponerse a estas limitaciones originales, tan propias de la época.
Ahora bien, ¿qué nos queda hoy de Quo vadis? Si fuera posible tener en mente tan solo la novela, acaso no pudiéramos salvar más que a Petronio. De nuevo arranca Sienkiewicz de Tácito (Anales XVI, 18-19) pero su habilidad narrativa sabe hacer de su personaje una de las creaciones literarias más atractivas de la novela histórica de su tiempo, un dandy en la corte del emperador Nerón, un acertadísimo anacronismo lleno de ironía, sofisticación y, sobre todo, elegancia. Puede uno hoy leer Quo vadis? solo por saber de Petronio y se tiene al final la sensación de que al novelista no le hubiera disgustado que la decadencia de Roma se hubiera prolongado, a cambio de más hombres como él.
Pero en esta segunda década del siglo XXI la novela de Sienkiewicz está ya indefectiblemente unida a la película de la Metro de 1951. Y aunque se pueda prescindir sin demasiada pérdida de la pareja protagonista ¿qué sería de nosotros sin la antológica interpretación de Peter Ustinov como Nerón? Tal y como observó Borges, es el futuro quien condiciona el pasado y, en este caso, el Nerón de 1951 modela y mejora de forma irreversible al de 1895, dándole una complejidad moral que Sienkiewicz nunca pudo imaginar mientras lo creaba. [E.G.]