1998: JOSÉ SARAMAGO - ENSAYO SOBRE LA CEGUERA

 

I: JOSÉ SARAMAGO

    José Saramago nació en 1922 en un pequeño pueblo de Portugal, en una familia de agricultores sin tierras y con problemas económicos que pocos años después se trasladó a Lisboa. Aunque con doce años comenzó estudios técnicos, no pudo llegar a terminar siquiera esta formación práctica y hubo de trabajar como obrero en diversos oficios para ayudar a su familia. Con poco más de veinte años consiguió un puesto de funcionario público y, en 1944, se casó con su primera mujer Ilda Reis, con quien tuvo a su única hija, Violante.

    Su primer libro fue la novela Tierra de pecado, de 1947, pero la falta de reconocimiento público hizo que a partir de entonces y durante dos décadas se dedicara sobre todo a la traducción y al periodismo, como crítico de revistas culturales y redactor y subdirector del Diário de Noticias, uno de los periódicos más prestigiosos de Portugal. Enfrentado ideológicamente a la dictadura de Salazar, Saramago ingresó en el Partido Comunista de Portugal en 1966, del que fue miembro durante el resto de su vida. Por esas fechas, publicó también varios libros de poesía, sin lograr tampoco el éxito.

    Solo en 1977, ya con 55 años, alejado del periodismo y superada la dictadura, Saramago vuelve a escribir novelas -Manual de pintura y caligrafía- aunque el primer libro en el que manifestó su estilo más personal y novedoso fue Alzado del suelo, de 1980. A partir de ese momento aparecen las que son consideradas sus mejores obras: El año de la muerte de Ricardo Reis, de 1985, sobre las supuestas andanzas de uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, Historia del cerco de Lisboa, de 1989, en la que imagina una novela anti-histórica reconstruyendo un pasado alternativo, o Ensayo sobre la ceguera, de 1995, una de sus obras más lúcidas y reveladoras de la miseria y grandeza de la condición humana. Precisamente ese mismo año Saramago recibió el Premio Camôes, el más importante de las letras portuguesas.

    Tras la publicación de El evangelio según Jesucristo en 1991, el gobierno de Portugal se negó a presentar a Saramago al Premio Literario Europeo y, como respuesta a ese rechazo, el novelista se trasladó a vivir a Lanzarote junto con su segunda mujer, la traductora de sus libros al castellano, Pilar del Río. En esa misma isla canaria recibió el Premio Nobel de 1998, escribió sus últimas produccioness y murió, consagrado ya como el novelista portugués más importante del siglo XX, en 2010.

    Saramago se hizo famoso por el uso de un estilo oral, propio de los cuentos populares, en los que la vivacidad de la comunicación es más importante que la corrección ortográfica de la lengua escrita. Así, en sus novelas utiliza frases y periodos extensos, aplicando la puntuación de una forma poco convencional. Los diálogos de los personajes están insertos en el propio discurso indirecto, lo que acerca su forma de escribir al flujo de consciencia. Sus periodos son muy amplios, con oraciones que ocupan más de una página, usando comas donde la mayoría de los escritores usarían puntos. En conjunto, Saramago ha sido capaz de servirse de una serie de técnicas literarias novedosas para tratar temas trascendentales en torno a la sociedad y al ser humano.

    Siempre comprometido contra las injusticias de la era moderna, Saramago se ha servido de la palabra para llamar la atención sobre las más diversas causas sociales como el valor del trabajo de los desposeídos, el apoyo a la unión entre Portugal y España o la crítica de la religión institucionalizada. Sin embargo, lo más interesante de su obra tiene que ver con la reflexión sobre la propia condición humana, la fragilidad del hombre condenado a la muerte en un mundo sin sentido y, al mismo tiempo, la irrenunciable dignidad de quien no tiene otro valor que el de sus propia existencia.

 

II: ENSAYO SOBRE LA CEGUERA

    Una de las lecturas posibles del Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, de las más enriquecedoras, sin duda, y la que mejor manifiesta el poderoso tour de force que entraña la novela consiste en su comparación con su hermana mayor, previa al menos, La peste de Albert Camus. Las similitudes son obvias. En ambas obras, la comunidad se ve “atacada” de improviso por una enfermedad que subvierte el modelo social establecido. Camus, echando la vista atrás, reutiliza el tema de las pestes medievales, una plaga real y bien conocida que ofrecía al autor un planteamiento verosímil. Saramago, más retórico, se inventa una plaga literaria, una especie de ceguera contagiosa, un mal ficticio pero igualmente pavoroso para ir creando, a partir de él, esas secuencias verosímiles que darán cuerpo a su novela.

    Otro de las temas heredados es el encierro. La ciudad norteafricana es puesta en cuarentena y sus habitantes han de adaptarse a una vida aislada del exterior. El aislamiento en el Ensayo es mucho más terrible puesto que los ciegos dependen de sus reclusores para su supervivencia y el enfrentamiento dentro/fuera se carga de cinismo y violencia. De todos modos, en los dos tercios del libro que transcurren durante el internamiento, el planteamiento literario es similar: presentar de la forma más honrada y creíble la respuesta de diferentes personajes a una situación tan inesperada, determinante y angustiosa. También en este sentido, escritores tan cercanos como Camus y Saramago no difieren demasiado: el ser humano aparece representado en toda su gloria y toda su miseria, capaz de la mayor nobleza de sentimientos, como los protagonistas, y de la mayor de las crueldades y desesperación. Cada personaje, interrogado por la tragedia sobrevenida, ha de reaccionar sacando de los más profundo de sí mismo aquello que de más noble o de más indigno lo define.

    Y todavía debemos subrayar otra coincidencia entre ambas novelas: la peripecia del protagonista. Como Tarrou, la mujer del oftalmólogo atraviesa incólume la novela para tener que enfrentarse a la plaga en las últimas páginas. Y en un último suspiro le agradecemos a Saramago que al menos las cinco últimas palabras de su novela no sigan a Camus.

    Pese a todo lo anterior, se equivocaría quien pensara que el Ensayo sobre la ceguera no es más que una reescritura, una revisión actualizada de la novela francesa. Por el contrario, las similitudes anteriores, queridas por el autor, no hacen sino resaltar la especificidad literaria del relato de Saramago. La peste es una novela de factura clásica, con un narrador “externo”, heredado de la mejor tradición realista del último tercio del siglo XIX, que fía la interpretación del argumento a la perspicacia del lector y a la sutilidad del propio relato. El rasgo sin duda más original del Ensayo sobre la ceguera, también el más atractivo es, por el contrario, su narrador invasivo, ese moralista omnisciente y omnipresente, que nos interpela una y otra vez con sus comentarios sobre la acción, sus reflexiones agudas, trascendentales o simplemente bienhumoradas. A su vez, esta interacción permanente del narrador-autor con su relato se corresponde con un mecanismo sintáctico en la redacción del texto que alcanza niveles de verdadero virtuosismo.

    Saramago se sirve de lo que podemos llamar una “sintaxis simpática”, que enlaza las frases del discurso de acuerdo con la proximidad emocional del discurso, más allá de las relaciones lógicas que rigen la expresión estándar de la lengua escrita. De este modo, el periodo -término más apropiado en este caso que el de oración- se expande combinando diferentes perspectivas textuales. Y a esto todavía hay que añadir la personal puntuación de Saramago, que prescinde, por ejemplo, de los signos de interrogación o que, de acuerdo con una tradición vanguardista más asentada, inserta el estilo directo dentro de la narración en un continuo textual característico. Y en este modelo estilístico tan personal y tan alejado de La peste hallamos al mejor Saramago, uno de los novelistas europeos más interesantes de la segunda mitad del siglo XX. [E. G.]