1955: HALLDÓR LAXNESS - LA CAMPANA DE ISLANDIA

 

I: HALLDÓR LAXNESS

Halldór Guðjónsson, conocido tras su conversión y bautismo en 1922 como Halldór Laxness, nació en Reykiavik en 1902. Pasó su infancia en la granja de su padre, en el pueblo de Laxness, de donde tomó el apellido que lo haría famoso como escritor. A los 17 años publicó su primera novela, Hijos de la naturaleza, y poco después, en 1921, durante un largo viaje que lo llevó por buena parte de Europa, adoptó la fe católica y se unió por un tiempo a la congregación benedictina de la abadía de San Mauricio y San Mauro en Clervaux (Luxemburgo). De esa época datan también sus primeras lecturas de sus principales influencias artísticas: Marcel Proust, August Strindberg y, sobre todo, el sicoanálisis. Poco después de su bautizo en Clervaux, se hizo miembro de un grupo religioso que predicaba la conversión de los países nórdicos y publicó su primera novela importante El gran tejedor de Cachemira (1927). 

Sin embargo, su religiosidad no duró mucho. A finales de la década de los años 20, Laxness viajó a América del Norte donde trabó amistad con el novelista Upton Sinclair, y, a través de él se comprometió con las ideas socialistas y las tesis del comunismo. Se declaró ateo y simpatizante de la Unión Soviética. Además, se dedicó a la crítica militante de la sociedad norteamericana y en 1929 publicó un artículo en una revista canadiense que tuvo como consecuencias su detención y la retirada de su pasaporte. Con ayuda de Sinclair se le retiraron los cargos y Laxness pudo regresar a Islandia. 

En 1930 se casa y en 1934 publica Gente independiente, novela en la que describe la lucha de un campesino islandés para vivir liberado de cualquier tutela. Siguiendo el ejemplo de Knut Hamsun, a quien admiraba y cuya obra es un panegírico del mundo rural noruego, Laxness pinta con admiración la vida de los campesinos islandeses. Alaba su determinación, su coraje y su tenacidad frente a una tierra dura y una evolución socioeconómica que les es hostil. En los años 30, Laxness viajó también a la URSS y escribió aprobando el sistema soviético y su cultura. Obras de esta época como Hacia el Este y La aventura rusa reafirman su compromiso proletario.

A continuación, con un nuevo cambio de tono, firma grandes novelas folclóricas de aliento  épico , nutridas de historia y de humor, que la crítica considera como sus obras principales: La luz del mundo (1940) y, sobre todo, La campana de Islandia (1943), que narra el destino de un campesino truculento, jovial y enérgico, condenado a muerte sin pruebas por haber asesinado al verdugo del rey. En 1950 él mismo la adaptará para el teatro con éxito. Laxness se divorció en 1936 y volvió a casarse en 1945. En esa época restringió su campo de influencias al tradicionalismo, el repertorio legendario y el patrimonio colectivo islandés con La Virgen rubia (1944) e Incendio en Copenhague (1946), fresco novelesco en la tradición de las epopeyas islandesas, consagradas a la lucha de su país contra la Dinamarca del siglo XVII.

En un tono muy diferente, Estación atómica (1948), escrita en el contexto de la ocupación militar de Islandia por las tropas británicas y americanas, se concibe como una sátira del modo de vida capitalista y del militarismo. Al mismo tiempo, en el transcurso de sus viajes a la URSS, Laxness había tomado conciencia de los excesos y errores del estalinismo y poco a poco se fue alejando del comunismo. Por todo ello, en los años 50 tiene un periodo menos comprometido y de nuevo religioso, vuelto hacia la meditación. Es entonces, en 1955, cuando gana el Premio Nobel de Literatura por su «poder vívido y épico que ha renovado la gran narrativa islandesa”.

El taoísmo, que abraza ahora, aflora en Los Anales de Brekkukot (1957) y, sobre todo en El Paraíso recobrado (1960), que evoca con ternura e ironía la difícil búsqueda de la espiritualidad. Su producción novelesca posterior continúa su elogio de la ruralidad y su crítica de la urbanización de la sociedad. En ella, reenvía de nuevo Islandia a la dimensión mítica de sus valores inmemoriales. Laxness, aquejado de la enfermedad de Alzheimer, entró en una residencia de ancianos en 1995 y murió en 1998. 



II: LA CAMPANA DE ISLANDIA (ÍSLANDSKLUKKAN)

La lectura de un libro completamente desconocido, al igual que su autor, por mucho que recibiera en su momento el Premio Nobel, de otra época y de una temática histórica igualmente ajena por completo al lector, supone una extraña inmersión en la pura literatura. Sin contexto de producción, sin referentes textuales, sin prejuicios favorables ni desfavorables, leer un inmenso proyecto narrativo como La campana de Islandia en tres libros, publicados entre 1943 y 1946, de un escritor islandés que desarrolla ignotos e irrelevantes acontecimientos histórico del siglo XVIII en el más lejano norte europeo, no deja de ser una pintoresca aventura literaria, que, como toda aventura, no tiene por qué contar con un final feliz.

Islandia tiene en la actualidad 350.000 habitantes, hace un siglo alcanzaba apenas los 100.000 y en el siglo XVIII no llegaba a los 50.000, población que hoy tiene, por hacernos una idea, la ciudad de Huesca. Conviene tener estas cifras en cuenta a la hora de relativizar la trascendencia de una narrativa “nacional” como la de Laxness. Por mucho que el episodio que da título a la novela o la personalidad y trascendencia de las colecciones de manuscritos de Arnas Arneus, uno de los protagonistas de la novela, puedan ser relevantes para Islandia, estamos hablando de acontecimientos provincianos, de relevancia local y que, por lo tanto, solo pueden tener una trascendencia literaria en la medida en que reflejen algún tipo de estereotipo humano del que podamos sentirnos solidarios durante la lectura.

En este sentido, más que la peripecia legal tan compleja como absurda de Jon Hregguðsson que da unidad a la novela, nos puede interesar la desmesurada, incongruente y radical personalidad de los tres protagonistas, los mencionados Arnas y Jon, y la hermosa Snaefriður Islandssól. Cuando leemos la novela entendemos que la intención del autor, a través de las complejas personalidades de sus personajes, es la de representar la forma de ser de los islandeses como pueblo, consecuencia del aislamiento de la isla y de la extrema violencia de las condiciones naturales de su emplazamiento. Sin embargo, para nosotros, el interés de estos seres humanos y de su peripecia estriba en esa personalidad extrema y alternativa que, por otra parte, vincula el ambiente literario de esta novela con el de otros textos, siempre anteriores y muy famosos, de cuya estirpe resultan herederos.

La personalidad de Jon, por ejemplo, parece sacada de una novela de Dostoievski. Borracho, impulsivo, vitalista, lenguaraz, bonachón e imprevisible, no cambiaría mucho si su nombre hubiera sido Dmitri Karamázov. Solamente en un caso así podríamos aceptar que después de 500 páginas de novela sigamos sin saber, y el propio personaje tampoco llegue a saberlo, si fue él o no quien mató al verdugo del rey de Dinamarca al comienzo de la trilogía. La protagonista, Snaefriður, a su vez, parece salida de una novela -salvaje y por ello improbable, desde luego- de Henry James. La forma en que vuelca toda su dignidad en el respeto a sus compromisos personales, sin renunciar por ello a la pureza de sus sentimientos, la vinculan directamente a los infortunios de Elisabeth Archer, la lamentable pero dignísima protagonista de Retrato de una dama.

La diferencia, esencial sin duda, tanto para el autor como para los lectores de la novela de Laxness, está en la magnífica y pormenorizada descripción de la sociedad y la naturaleza islandesa durante la época de hambrunas y dominación danesa del siglo XVIII. Caseríos aislados en mitad de una naturaleza salvaje que no se deja domar. Tradiciones casi milenarias que apenas se conservan, como un viejo mobiliario en desuso que uno se resiste a tirar. Una sociedad desarticulada, apenas vinculada a una iglesia nacional poco comprometida con su pueblo y sin apenas conciencia de sí misma. El cuadro historicista que presenta Laxness acerca de su propia patria no puede ser más desolador aunque, eso sí, vinculado a la dominación histórica de una  Dinamarca  opresora y distante.

En este contexto sobresale el personaje de Arnas Arnaeus, el coleccionista de manuscritos medievales, inspirado en un erudito real, el más original de los personajes de la novela. Como su modelo histórico, Arnas Magnússon, Arnaeus ocupa puestos importantes en el gobierno y las instituciones danesas de su tiempo. Laxness hace de él un intelectual consagrado a la conservación del riquísimo patrimonio literario medieval islandés como forma de devolver la dignidad y el futuro a su pueblo. Su renuncia al amor de su vida para poder seguir con su trabajo y el fracaso de esta tarea en el incendio de Copenhague, ocurrido realmente en 1728, hacen de él un personaje trágico que puede ser considerado una de las mejores creaciones artísticas de la novela.

Probablemente Laxness recibió el Premio Nobel de Literatura por ser islandés, es decir, que su principal mérito era escribir en una lengua escandinava, la única en ese momento que no contaba todavía con este premio. Ya dijimos en otro lugar que, sobre todo en las primeras décadas de su existencia, el Nobel pecaba de localista. Esto ya no era así, por supuesto, en 1955, pero a la Comisión le faltaba todavía cumplir con Islandia. De todos modos, la lectura de una novela como La campana de Islandia, sin aportar nada novedoso a la literatura de su época y siendo poco más que una buena novela histórica en la mejor tradición del siglo XIX, nos permite ver también la amplitud de las técnicas y los motivos que triunfaron en Europa antes de las vanguardias y la capacidad de adaptación a las más diversas realidades regionales del continente que las caracterizó. [E. G.]