EUROPA NOBEL

1932: JOHN GALSWORTHY - EL PROPIETARIO

 

I: JOHN GALSWORTHY

    John Galsworthy nació en 1867 en la mansión de una próspera familia inglesa en las cercanías de Londres. Estudió Derecho en Oxford y trabajó un tiempo como abogado pero lo dejó para dedicarse a la empresa naviera de la familia. En la última década del siglo XIX durante sus viajes de trabajo conoció al novelista Joseph Conrad, que le animó a dedicarse a la literatura y al que le unió una amistad de por vida. En el ámbito familiar, lo más destacable fueron las relaciones que mantuvo en esta misma época con su futura mujer, Ada Pearson, casada con otro Galsworthy, y a la que convirtió en su esposa 10 años después, en 1905, cuando ella consiguió el divorcio.

    Sus primeras obras literarias las publicó, hasta 1904, con el seudónimo de John Sinjohn. Su primera obra de teatro, The Silver Box, ya con su verdadero nombre, data de 1906 y fue también su primer éxito. Ese mismo año, vio la luz también la novela El propietario (The Man of Property), el primer tomo de lo que quince años después continuará como su primera trilogía sobre la familia Forsyte. Pese al éxito de estas novelas, durante casi toda su vida Galsworthy fue apreciado sobre todo como dramaturgo. A la manera de George Bernard Shaw, sus obras de teatro ponen al descubierto muchos de los problemas sociales de mayor vigencia en aquellos momentos en Gran Bretaña y, muy en especial, el decadente sistema de clases imperante. Entre estas obras dramáticas son las más conocidas Strife (1909) y The Skin Game (1920).

    En cualquier caso, Galsworthy recibió ya el Premio Nobel, en 1932, -y hoy en día es también más conocido- por sus novelas, especialmente por La Saga de los Forsyte, una triple trilogía que escribió, aparte de esta obra inicial de 1906, entre 1918 y 1935, pues la última End of the Chapter, se publicó póstuma. Todas estas novelas, a las que aún hay que sumar varios relatos cortos, tratan sobre la vida de la clase media alta británica de su tiempo, elitista, materialista y atrapada en su propio y perverso código moral. En este sentido, a Galsworthy se le valoró en su momento como uno de los principales críticos de los caducos ideales de la Inglaterra victoriana. El tema de una mujer atrapada en un matrimonio desdichado es también otro de los temas recurrentes de su obra, como puede verse en El propietario y alguna otra novela de las que la continúan. La situación de su propia mujer, Ada, durante su primer matrimonio parece haber sido el modelo para la figura de Irene en la Saga.

    En general en todos sus escritos, pero sobre todo en sus obras de teatro, Galsworthy se implicó en una gran variedad de causas sociales y políticas como la reforma penitenciaria, los derechos de la mujer o la lucha contra la censura. En el ámbito del bienestar animal, fue uno de los primeros escritores importantes en luchar por los derechos de los animales y contra el maltrato. En el ámbito político, en 1914 no solo apoyó la implicación de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial sino que durante la guerra él y su mujer trabajaron en un hospital de campaña en Francia, lo que le valió, tras la guerra, el máximo respeto entre sus compatriotas. En 1921 fue elegido primer presidente del club literario PEN internacional y llegó a recibir, en 1929, el mayor galardón civil de Gran Bretaña, la Orden del Mérito. El Premio Nobel de Literatura otorgado en 1932 supuso su consagración defitinitiva a nivel internacional. Ese mismo año murió de un tumor cerebral.

    A pesar de todo el éxito que Galsworthy conoció en vida, la popularidad de su teatro y de sus novelas se desvaneció rápidamente después de su muerte y en la actualidad se le considera un escritor de escasa relevancia europea. De todos modos, su fama recibió aún un fuerte impulso en 1967 con la adaptación de La saga de los Forsyte para la televisión, que tuvo un éxito internacional equiparable al que tuvieron en su momento las novelas en las que estaba basada.


 

II: EL PROPIETARIO (LA SAGA DE LOS FORSYTE I)

     En el año 1887 en el que transcurre buena parte de la acción de esta primera novela de La saga de los Forsyte, la reina Victoria celebró sus 50 años de reinado y una década de su coronación como emperatriz de la India. Estamos, por lo tanto y tal vez no por casualidad, en pleno centro de la era victoriana, todavía muy lejos de la muerte de la reina y del inicio de la I Guerra Mundial. De hecho, esta primera novela de la serie, de 1906, destaca del resto por haber sido escrita en unos años aún muy cercanos a la época que describe. Las siguientes datan de los años 1918 a 1921, cuando la matanza en los campos de Picardía y en Gallípoli habían dejado ya al descubierto el sombrajo de títeres que ocultaban los oropeles imperiales.

    Tiene mérito, pues, El Propietario por lo temprano de su aparición pero parece que con ella Galsworthy no pretendía ir mucho más allá de ese impulso de escritor eduardiano que quiere ajustar cuentas con la generación de sus mayores. Gozó de fama y honores con sus Forsyte mientras sus propios lectores ingleses podían engañarse con la idea de que ese mundo de opereta de la alta burguesía victoriana había sido mejorado por ellos mismos. Pero la II Guerra Mundial se llevó por delante de forma definitiva a ambos, autor y personajes, como manifestaciones paralelas del mismo error histórico, el imperialismo británico. Y ahora los Forsyte ya solo pueden aspirar a aquello para lo que en realidad nacieron: ser meras creaciones literarias equiparables a los alegres compañeros de Robin Hood o a las modositas hermanas Bennet: gente pintoresca que hace mucho, mucho tiempo fuimos nosotros, los ingleses, según dicen.

    John Galsworthy consagró la mitad de su vida y casi todo su prestigio literario a un puñado de ricachos londinenses que se pasean por sus clubes de caballeros sin echar ni un solo vistazo más allá de las gavetas de sus escritorios. Tal vez no haya otro ejemplo tan exagerado en la literatura europea de condensación temática. No hay sitio para un obrero, un noble, un dependiente, un periodista… No hay extranjeros en este Londres raquítico, ni siquiera un escocés o un estadounidense: solo un par de barrios y la City. No hay ciencia, ni religión, ni filosofía… A decir verdad, la sociedad parece reducirse a una única realidad: el 3%.

    En esta inmensa familia a nadie se le ha ocurrido en ningún momento la posibilidad, al parecer excéntrica, de trabajar, y esto se debe, a ese curioso 3%. He de reconocer que encontrar este mecanismo social, habituados como estamos a su prevalencia durante décadas en Cataluña, en una novela inglesa que remite a una sociedad 100 años anterior a Jordi Pujol, me ha resultado a la vez entrañable y pintoresco. Resulta que, como la del independentismo catalán actual, la sociedad de los Forsyte existe y sobrevive gracias a ese 3%, que se corresponde con el porcentaje que les devengan ciertas cantidades indeterminadas invertidas en negocios a los que apenas se alude, con excepción de esos absurdos consejos de administración a los que solo uno de ellos, el viejo Jolyon, asiste.

    Cuando leemos famosas novelas históricas como Ivanhoe o Los tres mosqueteros a nadie nos importa la fuente de ingresos de sus protagonistas. No se nos informa de los métodos por los que un noble normando se hacía con las gabelas de sus feudatarios ni tampoco el sistema recaudatorio ideado por Richelieu para financiar su propia guardia de mosqueteros. Con los Forsyte sucede igual: el argumento de sus vidas fluye para estos inversores o empresarios o banqueros o lo que sean, sin que sepamos de dónde viene el dinero que les permite vivir así. Sin embargo, Soames Forsyte no es Cedric de Rotherwood, orgullo de los sajones, ni el Conde de la Fère, deshonrado por Milady de Winter. La vida de los Forsyte no tiene objeto más allá de ese dinero suyo del que no sabemos nada. Litigan por unas cuantas libras en la construcción de una casa, modifican sus testamentos para corregir alguna de sus mandas, viven pendientes tan solo de las manifestaciones externas de esa montaña de libras que parece caerles por la chimenea al sólido ritmo del 3%.

    Así, la sociedad que muestra Galsworthy es tan meramente literaria como la de Scott o Dumas, pero mucho más fantasmal y anodina. Thomas Mann en sus Buddenbrock supo, al menos, mostrar el trasfondo empresarial y humano de ese mundo cuya hechura es el dinero. Los Forsyte, en cambio, aparentan moverse en un ámbito de normas sociales y morales consistentes por sí mismas. Galsworthy no deja claro en ningún momento, probablemente porque él no lo creía así, que esa sociedad solo existe porque existe el 3% y esta es su única realidad.

    Hoy leemos ya La saga de los Forsyte como una novela histórica bastante sosa, con personajes anacrónicos y un trasfondo social irrelevante. Los padecimientos de Soames y de Jolyon, incluso los de June, Irene y Bossiney, se nos antojan tan ajenos y ficticios como los de Lady Rowena y Wilfredo de Ivanhoe. Con la gran diferencia de que todos estos Forsyte resultan, por encima de cualquier otra consideración, extraordinariamente aburridos. [E. G.]