J.-B. ADAMSBERG: EL PODER DE LA INTUICIÓN
I: JEAN-BAPTISTE ADAMSBERG
El comisario Jean-Baptiste Adamsberg, de la comisaría del distrito 5 de París al principio y de la brigada de homicidios del distrito 13 después, comparte con buena parte de sus colegas europeos de novela negra una compleja e insatisfactoria vida personal. A lo largo de las nueve novelas tradicionales y dos novelas gráficas -además de un libro de relatos- que hasta este momento componen la serie desde El hombre de los círculos azules, de 1991, sus relaciones sentimentales con Camille Forestier, basadas en la imposibilidad tanto de vivir juntos como de no hacerlo, van diseñando un difuso cauce de amplios meandros. A partir de esta relación, y de la que mantiene con su segundo, Adrien Danglard, vamos accediendo a la personalidad del comisario, un individuo incapaz de amplias reflexiones, poco dotado para las relaciones personales y ensimismado permanentemente en esas lúcidas intuiciones que resolverán el caso.
Procedente de las recónditas estribaciones del Pirineo y deudor de un pasado con el que novela a novela irá reencontrándose, la fama de los éxitos policiales del comisario Adamsberg le precede pero su forma heterodoxa y asistemática de enfrentarse a los crímenes no facilita su integración en la comisaría ni sus relaciones con el metódico y racional Danglard. El contraste entre estas dos personalidades y el afecto y la admiración que tras las primeras reticencias va creciendo entre ellos son otro de los pilares sobre los que se sostiene la serie.
Con todo, lo que marca una diferencia radical entre este y cualquier otro conjunto de novelas policiacas europeas procede de la personalidad literaria de la propia autora y es compartido, por lo tanto, por la otra serie menor de Vargas, la de Los evangelistas: el barroquismo esencial de los argumentos. Nada es sencillo ni obvio en el desarrollo de cualquiera de estas novelas, sobre todo en lo que respecta a la puesta en escena de los crímenes: una sociedad recreacionista de la Revolución Francesa, el rastro inaceptable de un hombre-lobo, una especie de “instalación” por las aceras de París, fragmentos de tratados clásicos sobre la peste… Ante una novela de Fred Vargas resulta difícil dar ese paso elemental que nos permite creer que los crímenes son verosímiles. El planteamiento es tan teatral que sentimos en todo momento que estamos ante una obra literaria, cerrada sobre sí misma, impermeable a la realidad, un puro juego de ingenio.
Fred Vargas ha conseguido hacer de este rasgo de estilo su sello de calidad y poco a poco se le ha ido reconociendo el valor y el acierto de su apuesta. Sobre todo, porque ha sabido complementarla con otro rasgo menor pero también muy característico, la creación de un mundillo de personajes secundarios de una originalidad y una vitalidad sorprendentes. Podríamos decir que Fred Vargas, más que recoger de las calles de París y de los pueblos de Francia modelos característicos, los crea ella misma para incorporarlos a la realidad desde sus novelas. Lo hace ya en la primera de la serie con la compleja figura de la ictióloga Mathilde Forestier y vuelve a hacerlo con el mismo acierto en esta que ahora pasamos a comentar.
II: PARS VITE ET REVIENS TARD
En efecto, una de las grandes virtudes literarias de Fred Vargas reside en su fértil capacidad para la creación de personajes secundarios. Varios son los ejemplos que se podrían entresacar de esta novela de 2001, la tercera protagonizada por el comisario Adamsberg, pero el más sobresaliente es el de Joss Le Guern, el pregonero con el que se abre el relato. Se trata de un figurante del todo improbable, un viejo marino bretón que ha probado fortuna en la gran ciudad reinventando el anacrónico oficio de pregonar a viva voz los mensajes de sus conciudadanos. ¿Qué autor de novelas policiacas se habría atrevido a plantear una obertura tan excéntrica y a regalarle las treinta primeras páginas de su obra, sin mención alguna de asesinato ni barrunto de un crimen?
Sin embargo, gracias a personajes marginales y extravagantes como este, Fred Vargas va construyendo un telón de fondo original y personalísimo contra el que proyecta esa ficción literaria, barroca y sofisticada, que es la seña de identidad de la escritora. En este caso, el argumento policiaco, que solo comenzará a concretarse a partir de la página 50 y de forma apenas tangencial, gira en torno a una epidemia de peste. Para la novelista, historiadora de profesión y autora de un libro especializado sobre Les chemins de la peste: le rat, la puce et l’homme, de 2003, la utilización de un argumento de implicaciones historicistas como este parece previsible y, de hecho, mantiene cierta relación con la temática en cierto modo etnográfica de El hombre del revés o de El ejército furioso. Sin embargo, en este caso, al traer el tema de la plaga medieval a una gran capital europea de finales del siglo XX, la antítesis peste/París hace que el argumento resulte doblemente épatant.
De este modo, el comisario Adamsberg y su adjunto Danglard, recién llegados a su nuevo destino en la brigada criminal de homicidios del distrito 13, van a tener que profundizar al mismo tiempo en ese ambiente social suburbano y marginal en el que se mueven Le Guern y su amigo Decambrais y en toda la literatura y sociología secular que rodeaba en tiempos pasados el miedo a la epidemia en Europa. De esa inmersión, del raciocinio de Danglard y de las intuiciones de Adamsberg, saldrá la resolución final de los asesinatos. Pero ante la construcción del relato y la sofisticación del argumento, la investigación del caso palidece, como lo hacen, igualmente, los problemas personales del comisario, aquí más que nunca en un segundo plano. [E. G.]