KURT WALLANDER: EL PROTOTIPO DEL POLI MODERNO

Henning Mankell: La leona blanca, Tusquets, 2008.

 

I: KURT WALLANDER

 

    El inspector de la policía de la comisaría de Ystad, en Escania (Suecia), Kurt Wallander se dio a conocer en la novela Asesinos sin rostro (Mördare utan ansikte) en 1991 y de despidió de la literatura doce volúmenes después en El hombre inquieto (Den orolige mannen) de 2009. Entretanto, a lo largo de esos 18 años de publicaciones casi anuales, el lector pudo ir conociendo, junto con los casos concretos en los que se centra cada novela, la evolución de un personaje que ha hecho escuela. Téngase en cuenta que de la mayoría de los ya numerosos investigadores policiales que han ido apareciendo en las páginas de esta web (Sveinsson, Adamsberg, Hole, Szacki e incluso Quirke y Montalbano) Wallander es el decano y el que asentó el tópico del policía desubicado, con problemas familiares, crisis neuróticas y comportamiento errático que luego, cada uno con sus matices, ha reutilizado gran parte de los autores de novela negra europea. Al mismo tiempo, Wallander y la comisaría de Ystad surgen como herederos directos de la serie protagonizada por el también sueco Martin Beck, por lo que hacen de nexo entre el noir europeo más clásico y el boom editorial contemporáneo. De hecho, no se entendería la inmensa proliferación de novela negra escandinava en lo que va de siglo (Nesbø, Läckberg, Larsson…) sin la presencia de este auténtico patriarca de las letras suecas.

    En la serie Wallander conviene destacar dos perspectivas diferentes. Por un lado, el trabajo de la comisaría y los casos criminales a resolver; por otro, la vida personal y familiar del propio protagonista. En cuanto a lo primero, lo principal es que Ystad, la ciudad donde vive y trabaja el comisario, es un reducido enclave portuario de la costa de Escania, en el sur de Suecia. Sus pequeñas dimensiones -Ystad cuenta en realidad con solo 20.000 habitantes- dan al trabajo de la brigada unas características específicas limitadas, en principio, a pequeños crímenes locales sin demasiada trascendencia, y ese suele ser el planteamiento de muchas de las novelas. La vinculación de esos asesinatos con oscuras tramas y problemas sociales de mayor complejidad sobreviene más adelante y forma parte de la habilidad del autor para enriquecer el argumento. En este sentido, la situación geográfica de Ystad en la costa sueca adquiere una especial relevancia ya que su cercanía a Malmö y el puente de Øresund y sus conexiones con la orilla sur del Báltico sirven también como punto de partida a varias de las novelas, que adquieren así una perspectiva internacional (Dinamarca, Letonia, Sudáfrica…) inesperada.

    Por lo que a la vida familiar del inspector respecta, Mankell plantea desde el principio lo que ahora es un clásico de la novela negra, el policía incapaz de mantener a flote una vida familiar acosada por los peligros y los traumas inherentes a su trabajo. La serie comienza con la ruptura del matrimonio de Wallander, de poco más de 40 años, con su esposa Mona y el progresivo alejamiento de su única hija Linda. A ello se suma todavía la tensa relación que mantiene desde siempre con su padre, que vive aislado del mundo pintando una y otra vez el mismo paisaje, con o sin urogallo. Conforme avanza la serie, con su capacidad y denuedo para la resolución de los crímenes, el protagonista va mostrando igualmente sus dificultades para desarrollar nuevas relaciones sentimentales con otras mujeres, sobre todo la letona Baiba Liepa, a la que conoce en Los perros de Riga, y con la que mantiene una lejana e intermitente relación afectiva.

    En los últimos libros, a estos problemas íntimos aún se suma el inicio de una profunda degeneración física, que comienza por un diagnóstico de diabetes y llega hasta los primeros síntomas del alzheimer, heredado de su padre. Sin embargo, al mismo tiempo, en un único rasgo emocional positivo, su relación con Linda va mejorando y haciéndose más sólida de modo que en Antes de que hiele (Innan frosten), de 2002, ya es ella la que se convierte en la protagonista de la novela, recogiendo de este modo también la hija la herencia de su padre en el que acaso sea el rasgo más original de la serie.

  

II: LA LEONA BLANCA (DEN VITA LEJONINNAN)

 

    Son varios e importantes los defectos que se le pueden achacar a La leona blanca como novela policiaca en cuanto al planteamiento de la investigación y el desarrollo de la intriga. Resulta confuso e innecesario el recurso al segundo asesino, que sustituye, además, al personaje más interesante de toda la obra por una sombra irrelevante. Es bastante ridículo el torpe vagar de Víctor Mabasha por una Suecia ignota con la mano destrozada y ningún destino. Uno se pregunta también cómo puede ser tan ineficaz un agente de la KGB y a quién se le ocurre poner en sus torpes manos semejante arsenal. Incluso, después de la inverosímil concatenación de despistes que conducen al desenlace, el lector querría poder gritarle a Mankell que a su protagonista se le ha olvidado poner por escrito el dato esencial que va a evitar el crimen y que la mera telepatía no es un buen recurso criminalístico.

    No es, pues, La leona blanca, la mejor de las novelas policiacas que el sueco Henning Mankell dedica a su atribulado investigador, el inspector de la policía de Ystad, Kurt Wallander. La superan con mucho otras de la serie como La quinta mujer, una auténtica obra maestra del género, o Antes de que hiele, donde la figura deprimida y deprimente del protagonista cede el paso a su hija Linda. Sin embargo, elegir La leona blanca para ejemplificar el valor de la narrativa de Mankell nos permite destacar la vinculación de la serie Wallander con el resto de la producción literaria y con la propia biografía del autor.

    Como es lógico, siendo el protagonista policía de una pequeña ciudad del sur de Suecia, los crímenes que investiga están relacionados con el entorno más cercano de su comisaría y, como mucho, en algunos de los títulos como Los perros de Riga, con el ámbito más amplio del Báltico, países con los que Suecia se comunica directamente a través del mar. En esta novela, sin embargo, casi la mitad de la trama, desde luego la más inesperada e interesante, transcurre nada menos que en Sudáfrica, al otro lado del mundo. De hecho, el problema más complicado con que el autor debe enfrentarse es la forma de trabar de forma verosímil y coherente los acontecimientos que suceden en el sur de África con las remotas investigaciones del inspector sueco. Aquí ahora no nos interesa tanto revisar el discutible acierto de ese engranaje como las razones de su insólito planteamiento, auténtica razón de ser de la novela. Para lo cual debemos remitirnos a la biografía del propio escritor.

    La preocupación de Mankell por la situación del África poscolonial es una contante en su vida y en su obra. Desde joven su biografía se vio vinculada, en concreto, a la historia de Mozambique y allí pasó el autor largas temporadas colaborando en el desarrollo cultural del país mediante la gestión de un teatro en Maputo. La leona blanca misma, como reza su colofón, fue escrita, o terminada, en la capital de Mozambique en 1993. Llama la atención la cercanía del lugar y de la fecha a los hechos históricos que se desarrollan en el argumento de la novela: personajes y acontecimientos reales de la historia de Sudáfrica en el año 1992, como la actuación política del presidente De Klerk o la campaña de Nelson Mandela antes de las elecciones que le dieron acceso a la presidencia del país.

    Esta cercanía espacial, temporal y, sobre todo, anímica es lo que da a la novela un especial atractivo, acercando al lector de novelas policiacas un ambiente y una temática política y social nada habitual en el género. Por otra parte, resulta evidente que para el autor de la novela, el análisis y comprensión de la situación social sudafricana de los últimos días del apartheid es mucho más interesante que el propio desarrollo de la investigación criminal. En cierto modo el asesinato que debe resolver Wallander no es más que la excusa de la que se sirve Mankell para hablar de Sudáfrica. Por supuesto, para quienes solo busquen los artificios policiacos, los errores en la investigación desacreditarán su lectura, pero para quien acepte dejar en un segundo plano los crímenes y profundizar en los dilemas históricos y morales que planteaba a finales del siglo pasado el régimen sudafricano, estos aspectos compensarán con creces los defectos a los que nos hemos referido antes.

    Henning Mankell fue un gran novelista. No tiene, desde luego, la calidad literaria que se le reconoce al irlandés John Banville pero, como este con la serie que ha delegado en su alter ego Benjamin Black, Mankell compone en su conjunto un mundo literario que muy pocos de sus colegas actuales pueden emular. Habría que retroceder, al menos, al español Manuel Vázquez Montalbán para encontrar otro autor cuya serie negra no haya devorado el resto de su producción literaria y que, a la inversa, haya sido capaz de mantener un diálogo fructífero entre ambas. [E. G.]