ERAST FANDORIN: NOVELA POLICIACA EN LA RUSIA ZARISTA

Boris Akunin: El ángel caído, Salamandra, Barcelona, 2004.            
 

I: ERAST FANDORIN

    Erast Petrovich Fandorin es el nombre de este inicialmente modesto investigador de la policía moscovita del último tercio del siglo XIX. Más complicado es el de su creador, Grigori Shálvovich Chjartishvili, alias Boris Akunin, un historiador y filólogo ruso, de origen georgiano, que empezó a publicar las novelas policiacas que le han hecho famoso en 1998. El ángel caído, Азазель (Azazel) en ruso, la obra que ahora comentaremos, es la primera de una larga serie, que luego se ha incrementado con catorce más hasta Не прощаюсь (Sin decir adiós), de 2018, última y probablemente cierre. En conjunto estas novelas componen uno de los mayores éxitos editoriales de la literatura rusa en estos inicios de siglo y han convertido a Fandorin en el investigador criminal más famoso a nivel internacional de toda la literatura eslava.
    Lo más llamativo de esta serie policiaca, lo que le da una especial originalidad y atractivo es el hecho de que son novelas históricas, es decir, que, de forma alternativa a casi todos los otros investigadores de los que venimos hablando en estas páginas, los crímenes no son contemporáneos del autor. Entre Akunin y su Fandorin median casi 125 años. Solo Quirke, el forense creado por John Banville para su heterónimo Benjamin Black, vive en una época pasada, los años 50, pero hay que recordar que ese es el mundo habitual de las narraciones de Banville, no un contexto especialmente creado para Quirke, como sucede con Fandorin.
    Esto nos obliga a plantearnos la razón que llevó a Akunin a elegir una ambientación histórica para sus relatos. Subrayaremos, en este sentido, la coincidencia de ese contexto, el último tercio del siglo XIX, con el mundo en el que transcurren las aventuras creadas por sir Arthur Conan Doyle para Sherlock Holmes. En efecto, el Moscú, la Rusia que hallamos en las primeras novelas de Boris Akunin remiten e incluso comparten el mundo londinense del protoinvestigador británico: un ambiente de carruajes de tiro, de los primeros inventos contemporáneos, del contraste entre la tradición y la modernidad en una Europa de grandes ciudades. Aunque Fandorin no se presenta como un investigador privado a la manera de Holmes y la Rusia de Alejandro II difiere mucho en el ámbito político de la Inglaterra victoriana, da la impresión de que Boris Akunin ha querido remontar sus relatos a los orígenes del género y recrear un Holmes ruso, sin renunciar a los grandes cambios que la novela de detectives ha sufrido desde los tiempos de Doyle.
    Porque, desde luego, Fandorin tiene mucho más de  Montalbano  o de Jaritos que de Holmes. De acuerdo con una tendencia a la que ya nos hemos referido en otra ocasión, el protagonista de la serie forma parte, al menos en sus orígenes, de la policia zarista y se ve obligado a manejarse con la maquinaria burocrática del imperio ruso. Además, su vida privada es más interesante y compleja que la de Holmes o Poirot, de manera que la sucesión de las novelas de Akunin no se reduce a la suma de sus investigaciones sino que la vida y la personalidad del protagonista añade un atractivo hilo conductor al conjunto. Por último, otro rasgo peculiar conecta estas novelas rusas con algunas de sus homólogos mediterráneos: el tono desenfadado. Desde el propio título de los capítulos, el lector tiene la sensación de que, como Vázquez Montalbán o Márkaris, el autor no acaba de tomarse en serio su relato, o, al menos, no le interesa la formalidad. Fandorin se nos muestra en más de una ocasión torpe, incapaz de seguir con prudencia una pista, a merced de los acontecimientos… Personajes como el jefe de la policía, Grushin, o el padre de Lizanka responden más a estereotipos previsibles que a auténticas creaciones literarias. El propio argumento general de estas novelas, a la manera de un 007 decimonónico, no deja de provocar una sonrisa continuada en el lector, que entrevé en todo momento en el autor un cierto gusto por el anacronismo, no muy bien disimulado.


EL ÁNGEL CAÍDO - АЗАЗЕЛЬ

    En su edición rusa original, el título de la primera novela del ciclo de Erast Fandorin es, en cirílico, Azazel, traducido al castellano como El ángel caído, acaso por desconfiar los editores de los conocimientos en mitología cristiana del posible lector. En realidad es “Azazel” la palabra exacta que cumple una función vertebradora de la novela, aparte del significado simbólico de Lucifer en la concepción de la trama.
    El propio Boris Akunin ha dejado claro que concibió desde el principio las novelas de esta serie como un amplio proyecto destinado a la redacción de obras representativas de las diferentes variantes típicas del género. Su Azazel representa la modalidad de tramas conspirativas, en las que el investigador, para resolver los crímenes, ha de adentrarse en un mundo de sociedades secretas concebidas, de forma algo tópica, para dominar el mundo. No vamos a desmenuzar aquí cuál es esa sociedad secreta en la novela, cuáles son sus métodos o sus objetivos, pero hay que reconocer que ciertas escenas y localizaciones del argumento invitan a darle a Erast Fandorin el rostro juvenil de Sean Connery.
    De todos modos, dado que, debido precisamente a la ambición del proyecto de Akunin, este, en concreto, no es uno de los rasgos esenciales de la serie, resulta más interesante analizar los elementos que caracterizan a El ángel caído como su apertura. En esta novela, el autor presenta a su personaje protagonista, Fandorin. Sabemos desde los primeros capítulos que procede de una familia noble venida a menos -todavía no que sus antepasados germanos, los von Dorn, ya eran aristócratas- y que cuenta con poco más que un buen guardarropía, unos modales exquisitos, una mente despejada y toda una vida por delante. Lo conocemos mientras trabaja aún en un puesto de escasa categoría de una oficina moscovita de la policía secreta. Al final, sin embargo, Erast Petrovich Fandorin ha dado ya un salto enorme en el escalafón, convertido en un prestigioso funcionario adscrito a misiones especiales, condecorado con la cruz de Vladímir. Ya no está soltero y, como indica el propio título del último capítulo, “se despide de la juventud”. Por lo demás, algunas alusiones a ciertos acontecimientos en Constantinopla van preparando, sin que el lector lo sepa, el argumento para la segunda novela de la serie, Gambito turco, dedicada, en este caso, al subgénero de los espías.
    Entremedias, asistimos a la formación como investigador del protagonista, mero burócrata en un primer momento, al servicio de Ksaveri Feofilaktovich Grushin, comisario de la Dirección de la Policía Secreta. Fandorin cuenta ya entonces con una intuición y un arrojo intelectual que su superior valora pero no comparte. Va a ser la llegada de un investigador especial, “el hombre del futuro” Iván Frantzevich Brilling, y la íntima relación que surgirá entre este y el protagonista lo que permitirá a Fandorin desarrollar todas sus dotes y convertirse a lo largo de la novela en el policía lúcido, valiente y efectivo que necesita la serie. Brilling es, como lo define Grushin, “un partidario de la aplicación exclusiva de métodos científicos en la investigación criminal” y esta será una de las características de la novela y de la serie: el contraste entre el mundo antiguo y tradicional de la Rusia zarista y las nuevas y sorprendentes innovaciones tecnológicas de la Europa de finales de siglo.
    En resumen, El ángel caído, sin ser una gran novela policiaca y a pesar de la forzada grandilocuencia del argumento conspirativo en torno al cual se construye, resulta una lectura agradable, original e incluso sorprendente. No es de extrañar que en Rusia haya gozado de tanto éxito una apuesta por la literatura de género que no solo muestra una técnica sólida y desacomplejada sino que se propone ir más allá de la mera imitación innovando en la puesta en escena y agotando todas sus posibilidades, en lo que no deja de ser un demostración de maestría. [E. G.]