LA TRADUCCIÓN DE LA BIBLIA EN EUROPA ( y III )

 

    En principio, toda traducción responde al interés del traductor por ofrecer un texto comprensible a lectores nativos de otras lenguas. En el caso de la Biblia, durante más de mil años, sus sucesivas traducciones al    griego   , al latín, al eslavo y a otras lenguas fueron encargadas por la propia institución eclesial para difundir la palabra sagrada entre los recién convertidos. Pero desde el siglo XII muchas de las nuevas versiones comienzan a surgir en unos contextos sociales y espirituales totalmente diferentes, hasta el punto de que va a ser la propia Iglesia quien más se va a oponer, llegando incluso a la violencia extrema, a su difusión.

    Encontramos por vez primera esta nueva actitud, ya de forma radical, frente a la traducción bíblica que utilizaron los cátaros a principios del siglo XIII. De acuerdo con los fragmentos que han llegado hasta nosotros, hay que hablar de una o varias biblias en langue d’oil traducidas a partir de la Vulgata, a las que aún habría que añadir el Nuevo Testamento cátaro de Lyon, de mediados de ese mismo siglo, versión también provenzal de un original igualmente latino. Para la espiritualidad cátara la lectura directa de la Palabra de Dios era fundamental y el hecho de que esta se presentara en un idioma, el latín, que los fieles ya no entendían, un problema innecesario que una buena versión romance solucionaba. De acuerdo con estas premisas, en Occitania se llevaron a cabo estas traducciones a los dialectos de la región para uso de los fieles, lo que fue considerado por la Iglesia de Roma uno de los más graves errores doctrinales de lo que desde el principio se tuvo por una execrable herejía. Al acabar con los cátaros, la cruzada albigense acabó también, a mediados del XIII, no solo con casi la totalidad de esas versiones sino también con la posibilidad de hacer lo mismo en el resto de las lenguas de Europa. A partir de ese momento, la tarea filológica de traducir la Biblia pasaba a ser un acto sospechoso y subversivo que podía conllevar el enfrentamiento con la Iglesia. De hecho, así volvió a suceder un siglo después en Inglaterra con John Wiclif y los lolardos. Wiclif llevó a cabo su traducción de la Biblia latina al inglés junto con sus discípulos a lo largo de la segunda mitad del siglo XIV. Lo que había comenzado como una discusión teológica más en la que Wiclif consiguió incluso el apoyo de la Corte inglesa, cuando pasó al terreno social y buena parte del campesinado se hizo eco de sus propuestas de reforma, terminó con un edicto de hoguera para los textos, una persecución a muerte contra los reformados e incluso una condena postmortem por herejía emitida contra el propio Wiclif en el Concilio de Constanza, que incluía la exhumación de su cuerpo y la quema de sus huesos. Y todavía podríamos seguir por este camino con la llamada Biblia husita, la primera traducción de la Palabra de Dios al húngaro, llevada a cabo en la primera mitad del siglo XV por discípulos del también condenado por hereje y quemado en la hoguera, pero él vivo, el gran reformador checo Jan Hus.

    Lo que diferencia por completo estas traducciones de otras de la época que mencionábamos en la sección anterior es que en estos casos los traductores realizan su trabajo con idea de difundirlo entre la mayor cantidad de personas posible, que, gracias a ello, podrán tener un acceso directo al texto sagrado. Sin duda fue esto, la posibilidad de prescindir de cualquier intermediación entre la Biblia y los fieles, lo que motivó la aversión de la jerarquía católica. Y por ello, la aparición de la imprenta a mediados del XV y, con ella, la posibilidad de una divulgación masiva de cualquier tipo de escrito serán un factor técnico esencial para el desarrollo de los grandes conflictos religiosos en torno a la traducción de la Biblia que vendrán a continuación en toda Europa .

    Sin embargo, en un primer momento la imprenta favoreció la más amplia ola de diferentes versiones bíblicas de toda la historia del Cristianismo. Solo en la época de los incunables, se imprime en primer lugar una traducción alemana, en 1466, a la que siguen al poco tiempo la traducción italiana de 1471, de Nicolò Malermi, la catalana de Bonifaci Ferrer de 1477 o la checa, conocida como Biblia de Praga, publicada en la capital de Bohemia en 1488. Pero todas estas traducciones tienen todavía un origen similar: todas remiten de una forma u otra al texto ortodoxo de San Jerónimo, sancionado desde un milenio antes por la Iglesia de Roma.

    Sin embargo, por esas mismas fechas se estaba produciendo un movimiento intelectual paralelo, también vinculado a la imprenta, de consecuencias imprevisibles. En principio, los Humanistas, los intelectuales mejor preparados y de mayor prestigio de la época, no pretendían otra cosa, en el campo de la filología bíblica, que recuperar el texto sagrado original, sin competir con la versión de San Jerónimo. Esto es evidente en la Biblia Políglota Complutense, de 1514, en la que el texto latino de la Vulgata ocupa en cada página la columna central, como la cruz de Cristo en medio de los dos ladrones (textos griego y hebreo). Y tampoco había un rechazo frontal a la Vulgata en otros grandes humanistas como Erasmo de Róterdam, a pesar de que su Novum Instrumentum de 1516 fuese la primera edición del Nuevo Testamento griego que se publicaba al margen de la traducción latina autorizada.

    Pero estos estudios filológicos de prestigio ofrecían también la posibilidad de acudir de forma directa a los textos originales griegos y hebreos. Y este nuevo punto de partida filológico, junto con una voluntad doctrinal firme de llevar la Palabra de Dios a los fieles a través de la lengua vernácula, va a condicionar desde los orígenes de la Reforma las nuevas traducciones bíblicas. Podemos decir que abrió la veda el propio Lutero, traduciendo al alemán el Nuevo Testamento griego ya en 1522 y el Viejo, del hebreo, en 1534. De inmediato le seguirán Pierre Robert Olivétan, que traducirá en 1535 el Antiguo Testamento del hebreo al francés en la que se conoce como Biblia de los Mártires. De todos modos, y puesto que va siendo hora de que lo dejemos, mencionaremos para terminar a un auténtico mártir de la filología, el inglés William Tyndale, estrangulado y quemado en la hoguera en Vilvoorde (Flandes) en 1536 tras haber dedicado los últimos quince años de su vida a redactar y difundir a través de la imprenta las primeras traducciones de buena parte de la Biblia al inglés a partir del texto griego de Erasmo y de los más fidedignos originales hebreos. [E.G.]