1 DE ENERO DE 2020, POR EJEMPLO
Todos sabemos que a Julio César lo cosieron a puñaladas el día de los idus de marzo; menos, que eso fue en el año DCCIX. Su heredero, el futuro Augusto, por entonces de 18 años, había nacido, según Suetonio, “M. Tullio Cicerone C. Antonio conss. XIIII. Kal. Octob., paulo ante solis exortum”. Que Octavio viniera al mundo poco antes de la salida del sol parece poco relevante pero no deja de ser molesto que entre tanto dato solo entendamos los nombres de los meses, marzo -César- y octubre -su sobrino-. ¿Qué eso de los “idus” y de las “kalendas”? ¿Del consulado de Cicerón al 709 van 18 años? ¿Cómo que 709?
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Nos movemos en un mundo de convenciones. Algunas, de tan cotidianas, nunca mejor dicho, las damos por supuestas. Sin embargo condicionan nuestro día a día. ¿Es exacto, indiscutible, absoluto, que hoy sea 1 de enero de 2020? ¿Incluso, que el primer día del año haya de ser el día 1 y el siguiente el 2? ¿Por qué enero? ¿Por qué 2020? Pueden parecer preguntas absurdas, tan acostumbrados estamos a dar por obvias nuestras costumbres. Sin embargo, nuestros propios antepasados, los mismos que dieron nombre a los meses de marzo y octubre, discreparían.
Para ellos, el primer día del mes eran las “Kalendas”. ¿Por qué? ¿Y por qué no? De hecho, nosotros mismos no tenemos ningún reparo en llamar “calendario” al conjunto de todas las convenciones de las que vamos a hablar hoy en este artículo. Alguien dirá: bueno, pero eso qué más da. Si querían dar un nombre especial al primer día del mes, bien hacían. Pero tras el día primero seguro que iba el segundo y luego el tercero, como nosotros. Pues no, en Roma a las “Kalendas” seguían el “IV Nonas” y el “III Nonas”; eso en “januarius”, porque si el mes era “martius” u “octobris” seguían el “VI Nonas” y el “V Nonas”. De 1, 2, 3, nada.
No es este el sitio para desentrañar la compleja estructura del calendario romano pero vayan unas líneas para explicar en qué consiste su diferencia básica con el nuestro. En origen, el romano era, como tantos otros, un calendario lunar: “kalendas” era el día de la luna nueva e “idus” el de la luna llena. Incluía también las “nonas”, a mitad de camino entre las calendas y los idus y se aludía a los días de acuerdo con su situación antes de estas tres fechas destacadas. Augusto nació, pues, según Suetonio, catorce días antes del inicio -luna nueva- de octubre. Su tío había muerto justo el día de la luna llena de marzo.
Luego, la cosa se complica con meses con más días y meses con menos, y, por lo tanto, de más o menos días antes de las calendas, antes de las nonas y antes los idus. ¡Y todo esto sin mencionar febrero!
ENERO
La secuencia de los meses, en cambio, nos resulta más cercana ya que ese januarius de principios de año es el obvio origen del “january” inglés y del “janvier” francés. También, aunque no esté tan claro, de nuestro “enero.” Pero ¿qué lógica tiene en el mundo actual que nos refiramos al primer mes del año como el mes de Jano y al tercero como el de Marte, dios de la guerra? Más aún, ¿no es una tomadura de pelo, desde cualquier punto de vista, llamar “octavo” -octobris- al décimo mes del año?
Seguimos, pues, con nuestras convenciones, heredadas, en este caso sí, de los romanos. Sin embargo, para ellos el primer mes del año fue durante siglos marzo, y en ese mes renovaban todas las magistraturas los descendientes de Rómulo y Remo, hijos de Marte. El año comenzaba, pues, con la primera luna llena de primavera y ese día se elegía, sobre todo, a los dos cónsules -magistrados supremos y generales en jefe- que darían nombre al año. Echando cuentas desde marzo entenderemos ese absurdo aparente de que nuestro mes undécimo, “noviembre”, sea llamado noveno: seguimos con su denominación más antigua.
Pero con el paso del tiempo, a los propios romanos se les hizo incómodo comenzar el año en primavera, con miles de soldados lejos de la Ciudad haciendo tiempo a que llegara el nuevo cónsul para iniciar las operaciones. Así hasta que un año bien conocido, el 601, se produjo el cambio, y la causa tiene un nombre: Segeda.
Segeda hoy no es más que un pequeño yacimiento arqueológico celtíbero en la comarca de Calatayud. Pero en el año DCI -pongámoslo así, como Suetonio- los habitantes de Segeda junto con los de Numancia derrotaron al ejército romano del cónsul Quinto Fulvio Nobilior, un desastre tan grande que ese día, el 23 de agosto, pasó a ser considerado un día infausto para Roma. Para facilitar al sustituto de Nobilior que llegara cuanto antes con refuerzos, las elecciones se adelantaron a enero y ese fue desde entonces el inicio de año político en Roma. Y hasta hoy.
2020
Estas, las convenciones más sencillas. Pero en lo que respecta a nuestra forma de medir el paso del tiempo, falta la más compleja: la que nos permite fechar el año. Hasta ahora hemos mencionado dos posibilidades, ambas romanas: el nombre de los cónsules y un número de secuencia anual. No olvidemos que ya en la Antigüedad existían otras: los griegos, sin ir más lejos, utilizaban también una secuencia pero cuatrienal: Sócrates, por ejemplo, bebió la cicuta en el tercer año de la 294.ª olimpiada.
Pero no nos vayamos de Roma. De las dos posibilidades mencionadas, utilizar el nombre de los cónsules resulta complicado cuando ya no los hay, por lo que la secuencia numérica se impuso aunque también plantea un serio problema: ¿dónde colocamos el 1? De hecho, las cifras que hemos utilizado hasta ahora, para la derrota de Nobilior o para la muerte de César, resultaban extravagantes porque hemos omitido “ab urbe condita”. En efecto, los romanos fechaban “desde la fundación de la Ciudad”, Roma, y de ese modo este artículo habría podido titularse, por ejemplo, Kalendas Januarii de 2772.
Nosotros colocamos el 1 en el nacimiento de Cristo. Este cambio se produjo tras la adopción del Cristianismo como religión oficial del Imperio en el siglo IV d. C, es decir, hacia el año 1100 ab urbe condita. De este modo, entre nosotros el cómputo anual romano desapareció, sustituido por la era cristiana, pero en el mundo actual quedan otros muchos. Los judíos, por ejemplo, cuentan con un calendario que remite a la Biblia y comienza con la propia creación del mundo, ab orbe condito podríamos decir. De acuerdo con esa convención, por ejemplo, para ellos nuestro flamante 1 de enero de 2020 no es más que un anodino 4 de Tevet de 5780. Y para los musulmanes, que cuentan desde la Hégira -la huida de Mahoma de La Meca-, hoy será el 5 de Yumada al-Wula de 1441. Y para los chinos, el 7 del 12 de 4717. Por ejemplo.
Estas son nuestras convenciones, ni mejores ni peores que las de los demás, pero nuestras. Son fruto de nuestra historia, configuran nuestro presente y se ofrecen a nuestras decisiones futuras. Con ellas ordenamos nuestro mundo, tratamos de interpretarlo y hacemos como que lo entendemos para no dejar que triunfe el caos. Porque como dijo Bécquer: “y comer… y engordar… ¡y que desgracia / que esto solo no baste!"
FELIZ AÑO NUEVO 2020 DE VUESTRO AMIGO ENRIQUE