F. PRESA (Coord.): HISTORIA DE LAS LITERATURAS ESLAVAS
F. Presa (Coord.): Historia de las literaturas eslavas, Cátedra, Madrid, 1997.
En principio, se escribiría una historia de las literaturas eslavas como podría escribirse otra de las literaturas románicas u otra de las germánicas. El punto de partida es, evidentemente, lingüístico y, por lo tanto, se entiende la literatura como la manifestación artística del uso de una lengua o, en este caso, de una familia de lenguas. Desde una perspectiva histórica, se analiza el tronco común del que proceden las literaturas de distintos idiomas y se va avanzando hacia la particularización provocada por el desarrollo de las más o menos numerosas variedades lingüísticas que proceden de él. Una historia de las literaturas románicas se centraría en el legado original latino y luego desarrollaría la literatura francesa, rumana, castellana , provenzal… La de las literaturas germánicas arrancaría de una teórica comunidad lingüística y literaria previa y luego se bifurcaría en las literaturas danesa, neerlandesa, alemana o inglesa. La de las literaturas eslavas, pues, partiría igualmente de un tronco común primigenio y señalaría después su desarrollo posterior hacia unas literaturas soraba, serbia, polaca o rusa actuales.
En teoría el planteamiento resulta sencillo pero en la práctica no lo es tanto. Por ejemplo, las jarchas mozárabes, la primera manifestación lírica de la Romania, ¿pertenecen a la historia de la literatura castellana? De acuerdo con las premisas anteriores, no; deberían incluirse en un apartado exento, tan ajeno a la literatura castellana como a la portuguesa, catalana o italiana, un apartado que comenzaría y terminaría con ellas. Otro ejemplo: los poemas de amor y de taberna recogidos en el manuscrito de Buren (Baviera), los Carmina Burana escritos en latín por monjes germanos, ¿pertenecen a la literatura alemana? De acuerdo con las premisas anteriores, no. Deberían ser incluidos en la misma historia de la literatura que incluyera a Livio Andrónico junto con Propercio, Agustín de Hipona, Abelardo, Erasmo de Roterdam e Isaac Newton. Y en el caso que nos ocupa, la traducción de la Biblia atribuida a Cirilo, ¿dónde habría que incluirla? Se trata de un texto judío pero tomado de una ya secular y canónica versión griega y traducido a una lengua eslava meramente literaria, que, sin embargo, a partir de ese momento será común para historias de la literatura de lenguas tan diversas como el búlgaro, el ruso, el polaco o el serbio. ¿Tenemos, pues, que presuponer un periodo literario en la Alta Edad Media que habría que denominar eslavo común? No parece difícil plantear esta solución, y, sin embargo, no existe un apartado así en el magno estudio sobre las literaturas eslavas que ahora comentamos. ¿Por qué? Porque ninguna de las historias de las literaturas de matriz lingüística a las que hemos aludido al principio parecen ser capaces de desarrollar de forma rigurosa ese presupuesto. En la práctica, más pronto que tarde la historia literaria de cualquier lengua acaba interfiriendo con la historia nacional de algún estado, contaminando y distorsionando el desarrollo de la idea primitiva. Así, en el caso que nos ocupa, mientras que la literatura rusa tiene un primer apartado, escrito por Tatiana Drosdov, que, bajo el epígrafe “La literatura rusa desde sus orígenes hasta el siglo XVII”, ocupa 32 páginas, el mismo tramo histórico en el capítulo dedicado a la literatura ucraniana, escrito por Irina Usiatínskaia, ocupa 6 páginas, desequilibrio especialmente llamativo si se tiene en cuenta que la literatura más importante de ese periodo se desarrolla en el Principado de Kiev, es decir, en Ucrania. Sin embargo, el hecho de que desde el siglo XVIII el estado eslavo más poderoso haya sido Rusia ha condicionado que no solo no se haya establecido una periodización que identificara la literatura de la Rus de Kiev como un bloque previo y común a buen número de las literaturas eslavas modernas, sino que se suele estudiar, como aquí y como establecieron de forma interesada los propios filólogos rusos del siglo XIX, como un apartado propio de la literatura específicamente rusa.
De todos modos, esta deficiencia de planteamiento, similar, como hemos visto, a cualquier otra historia literaria de raíz lingüística, no desmerece la ingente labor recopiladora del volumen que comentamos. En él encontramos, tras una llamativa introducción teórica sobre indoeuropeo y eslavística y un muy completo e interesantísimo resumen histórico sobre la evolución estatal de los pueblos eslavos, los siguientes bloques independientes clasificados por orden alfabético: literatura bielorrusa, búlgara, checa, croata, eslovaca, eslovena, macedonia, polaca, rusa, serbia, serbolusaciana y ucraniana. Hoy en día, llama la atención que se distinga entre literatura serbia y croata y no entre serbia y montenegrina pero eso se debe a que en la fecha de edición del volumen, Serbia y Montenegro todavía formaban un único estado. Así, la división no coincide ni con la lengua de los escritores, el serbocroata -al menos en los siglos XIX y XX- ni con los estados existentes hoy en día.
Para terminar, hay que añadir, junto con el glosario y el índice, un par de apéndices, uno curioso, sobre “literatura apócrifa eslava” y otro, fuera de lugar, sobre literatura “yídica”, que parece estar justificado por el hecho de que esa literatura germánica fue escrita “en las tierras eslavas”.
Como es de suponer, el conjunto abarca un espacio considerable, un total de 1.513 páginas, distribuidas de forma proporcional a la importancia literaria de cada una de las diferentes literaturas que incluye. Así las más extensas, con 440 y 400 respectivamente, son las literaturas polaca y rusa, mientras que otras, como la serbolusaciana o la macedonia no ocupan más que 15 y 12 páginas cada una. Del mismo modo, el número de especialistas responsables de cada uno de estos apartados varía en el mismo sentido, aunque en este caso hay un claro desequilibrio a favor de la literatura rusa (17 especialistas) mientras que la polaca solo cuenta con 4. Las menos relevantes están redactadas por un solo especialista e incluso uno de ellos, F. J. Juez Gálvez, se hace cargo de 4 literaturas: croata, eslovena, macedonia y serbia, en otras palabras, de lo que solo cinco años antes de la publicación de la obra hubiera sido un único apartado, el de la literatura yugoeslava. Hasta ese punto los estudios de algo tan aparentemente apolítico como la historia secular de una literatura escrita en una determinada lengua depende de los condicionamientos políticos contemporáneos del estudioso. [E. G.]