LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

UNDER DER LINDEN de WALTHER von der VOGELWEIDE

 

        I – TEXTO: Bernd Dietz (ed.): Antología del Minnesang, Hiperión, 1981, p. 100.

 

   Under der linden

án der heide,

dâ únser zweier bette was,

Dâ muget ir vinden

schône beide

gebrochen bluomen unde gras.

Vór dem walde in einem tal,

tandaradei,

schône sanc diu nahtegal.

 

   Ich kam gegangen

zuo der ouwe:

dô was mîn friedel komen ê.

Dâ wart ich empfangen,

hêre frouwe,

daz ich bin saelic iemer mê.

Kuster mich? wol tûsentstunt:

tandaradei,

séht wie rôt mir ist der munt.

 

   Dô het er gemachet

alsô rîche

von bluomen eine bettestat.

Des wirt noch gelachet

inneclîche,

kumt iemen an daz selbe pfat.

Bî den rôsen er wol mac,

tandaradei,

merken wâ mirz houbet lac.

 

   Daz er bî mir laege,

wessez iemen

(nu enwélle got!), sô schamt ich mich.

Wes er mit mir pflaege,

niemer niemen

bevinde daz, wan er und ich.

Und ein kleinez vogellîn:

tandaradei,

daz mac wol getriuwe sîn.

 

 

 

Bajo el tilo

en la campiña,

donde estaba nuestro lecho,

encontraréis

donde los dos

quebramos flores y hierbas.

En un valle frente al bosque,

tandaradai,

cantaba bello el ruiseñor.

 

 

 

 

Fui andando

hasta la pradera:

mi amado ya había llegado.

Allí, ay,

fui acogida;

dichosa soy desde entonces.

¿Sus besos? ¡Deleite sin fin,

 tandaradai ,

ved qué roja está mi boca!

 

 

 

 

Le vi cómo hacía

con flores

nuestro lecho primoroso.

De ello reirá

con ternura

quien transite ese camino.

Las rosas le descubrirán,

tandaradai,

dónde apoyé mi cabeza.

 

 

 

 

Que mi amor

yació conmigo,

nadie (quiera Dios) se entere.

Lo que él

conmigo hizo,

solo él y yo sepamos,

y un pequeño pajarillo,

tandaradai,

que nos guardará el secreto.

 

 

Trad.: Bernd Dietz.

 

 

 

        II: COMENTARIO – También ahora, contra lo que pudiera parecer, apenas tenemos acceso a otra lírica que no sea culta. Incluso en lo que se conoce como música popular actual, lo que llega hasta nosotros en esencialmente culto, en el sentido de elaborado, premeditado, estudiado… Depende de una rígida aplicación de normas establecidas por los canales comerciales y de distribución, que ajustan sus formas y contenidos a los modelos imperantes a nivel global y a los estudios de mercado. TrIunfan hoy las letras supuestamente “populares” del regetón y el trap, pero la selección de su vocabulario, su temática y la repetición de modelos de éxito no es mucho menos rigurosa y restringida que la de los poetas de cancionero del siglo XV, acaso la más rígida, “culta” y elitista de las líricas de nuestra historia literaria.

    Hago referencia a estas creaciones actuales porque, como en la lírica de los minnesänger germanos o, en general, en toda la poesía de tipo trovadoresco de la Edad Media Central, el texto escrito no puede disociarse de su complemento musical; son las dos caras de la misma moneda. No debe distraernos el hecho de que apenas se conserven las melodías originales medievales; la disposición métrica de los poemas que han llegado hasta nosotros se justifica por su adaptación melódica al acompañamiento musical, o a la inversa, según los casos. Las exigencias técnicas son, pues, esenciales, y la preceptiva temática o léxica a la que se atienen no menos rigurosa. Así pues, debemos partir de la idea de que todos los poemas conservados de los minnesänger nos ofrecen una lírica culta, incluso cuando, como en este “Under der Linden”, el más famoso poema de Walther von der Vogelweide, el más importante de los líricos germanos de la Edad Media, el escritor pueda estar adaptando modelos formales y temáticas que acaso procedan de la lírica popular tradicional, sea lo que sea lo que la crítica literaria ha venido designando con esa etiqueta desde el siglo XIX.

    Hay un tipo de poemas de la lírica medieval europea que se caracteriza por que la voz poética, el punto de vista desde el que está escrito el poema, es la de una joven. Casi siempre los autores son hombres que impostan, pues, el tono del poema, pero las características líricas de esta joven que expresa sus sentimientos en verso están bastante estandarizadas: compone poemas de amor en los que ella cuenta la búsqueda o, como aquí, el encuentro amoroso con su enamorado, y el amor de la pareja se proyecta, de una forma u otra, sobre el telón escénico de los elementos de la Naturaleza. Magníficas expresiones de este modelo general podemos hallarlas en las cantigas de amigo de la poesía galaico-portuguesa de la época del propio Vogelweide, en poemas un poco anteriores de la lírica provenzal e, incluso entre los reducidos restos supervivientes de la lírica mozárabe de Al-Ándalus, aún más antiguos. Después, los amores de esta joven quedarán estandarizados en escritos de lírica cortesana y cancioneril de los siglos XIII y XIV, con un tono más o menos satírico y burlesco, como en la Viadeira de Cerverí, antes de dar lugar a algunas obras de, ahora sí, auténticas poetisas de la talla de Christine de Pisan.

    Este poema de Vogelweide, además de ser el más famoso de la lírica germánica medieval, merece figurar en cualquier antología de la lírica europea por su intensa belleza, su armonía y la elegancia del estilo del autor. Una joven que acaba de yacer con su amado canta de forma desenfadada para sus oyentes, acaso sus amigas, el goce y satisfacción de sus amores. La pareja ha pasado la noche junta en la pradera, “bajo el tilo”, entre las rosas, que han sido su almohada, y sobre la hierba, su mullido colchón. Todo es felicidad en el canto de la joven, tanta que en el penúltimo verso de la estrofa, ella no es capaz ya de expresarla con palabras. Así, un mero canturreo, la onomatopeya del gorjeo del ruiseñor -“nahtegal”-, una melodía carente de sentido pero plena de sentimientos, se convierte en poesía: “Tandaradei”.

    Pocas veces se ha puesto por escrito con tanta gracia la felicidad humana y mucho menos vinculada al amor carnal y el placer sexual. Lástima que desconozcamos la música que acompañaba estos versos, alborotada y vitalista, al igual, sin duda, que la danza. Pero podemos imaginar todavía sin dificultad la corte del duque de Austria, o de algún otro noble del Danubio en cuyo salones Vogelweide se pusiera en pie para interpretar de nuevo su obra más famosa. Es fácil ver con la imaginación a aquellas jóvenes damas, doncellas casaderas, siempre a la defensiva tras la vigilante mirada de sus madres, lanzándose al baile de repente -“tandaradei”, “tandaradei”-, imaginándose a sí mismas como felices protagonistas de su canto. Imaginamos, incluso, los rostros de fastidio de los jóvenes caballeros sin fortuna en el amor, celosos, a cuenta del poema, de esas jóvenes que gozan de un placer imaginario con otros hombres, “bajo el tilo”, que no son ellos. A veces la poesía es eso, sin más exigencias: celebración de la vida y del amor, creación de una realidad fingida pero exhultante, ilusiones que enriquecen la existencia, recurso al sueño, al juego, a la imaginación… [E. G.]