LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

TANTO GENTILE... de DANTE ALIGHIERI

 

 

    I: TEXTO: Dante Alighieri: Vita Nuova

 

 Tanto gentile e tanto onesta pare

la donna mia, quand'ella altrui saluta,

ch'ogne lingua devèn, tremando, muta,

e li occhi no l'ardiscon di guardare.

 

Ella si va, sentendosi laudare,

benignamente e d'umiltà vestuta,

e par che sia una cosa venuta

da cielo in terra a miracol mostrare. 

 

Mostrasi sì piacente a chi la mira

che dà per li occhi una dolcezza al core,

che 'ntender no la può chi no la prova; 

 

e par che de la sua labbia si mova

un spirito soave pien d'amore,

che va dicendo a l'anima: Sospira.

 

 

 

Tanto es gentil el porte de mi amada,

tanto digna de amor cuando saluda,

que toda lengua permanece muda

y a todos avasalla su mirada.

 

Rauda se aleja oyéndose ensalzada

-humildad que la viste y que la escuda-,

y es a la tierra cual celeste ayuda

en humano prodigio transformada.

 

Tanto embeleso el contemplarla inspira,

que al corazón embriaga de ternura:

lo siente y lo comprende quien la mira.

 

Y en sus labios, cual signo de ventura,

vagar parece un rizo de dulzura

que al alma va diciéndole: ¡Suspira!

Versión de Carlos López Narváez.

 

 

    II: COMENTARIO: Seres humanos que somos, sentimos como cualquiera la atracción por el otro sexo que se llama amor. Sin ella, sin ese sentimiento atávico, no se habría perpetuado nuestra especie ni existiríamos; sin embargo, sentir el amor no explica por si solo este poema de Dante ni nuestra relación con estos versos. No explica por qué forma parte de nuestra herencia colectiva como europeos este poema.

    En Florencia, a finales del siglo XIII, un joven intelectual de buena familia conoce a una doncella, poco más que una niña, y siente esa atracción natural por ella, la misma que millones de hombres antes que él, la misma que millones después. Y eso es todo: ella se casa con otro hombre, tiene un hijo con él y muere, acaso en el parto, como millones de mujeres antes que ella, como millones después. El joven forma a su vez su propia familia, se enreda en política, padece el exilio, conoce la gloria literaria, muere igualmente.

    Pero antes ha escrito estos versos. De forma novedosa para su tiempo, se esfuerza por disponer once sílabas en cada línea y catorce líneas en cada poema, usando una lengua poética, que, pese a ser la suya, apenas iban aprendiendo a manejar sus compatriotas entonces para estos menesteres, para dar forma literaria a la atracción que sintió un día por esa joven ya fallecida.

    Dante disponía de una tradición bien consolidada en otra lengua romance, el provenzal, en la que en los dos siglos anteriores poetas de la Occitania y del Po venían cantando con éxito sus penas de amor. Pero considera anacrónicas esas quejas de siervo por su señor, la vana invocación a la muerte de amor, la innecesaria complejidad de versos y estrofas concebidas para un complemento musical que no le interesa demasiado. También contaba con la otra tradición, más atractiva para él acaso, de los líricos latinos. Conocía bien su lengua, a pesar de los siglos, y apreciaba su maestría en la composición, la delicadeza de su estilo, la elegante disciplina de su poética. Pero Dante no quería estrechar el ámbito de sus lectores. En su entorno, el latín era sobre todo la lengua de la Iglesia y de los filósofos. ¿Qué iban a decir los clérigos de sus poemas de amor? ¿Qué entendían ellos?

    Así que el joven poeta florentino se atreve a crear su propio idioma poético, una forma personal de acercarse, en su lengua materna, a ese mundo del amor que es fuente esencial de la lírica de los hombres. ¿Podía imaginar, aun con su desmedida soberbia, lo que estaba haciendo? ¿Podía soñar siquiera que sus versos de amor por Beatriz Portinari, convertida en una imagen angelical, etérea, apenas encarnada, daría las pautas poéticas de la expresión del sentimiento amoroso en Europa durante casi un milenio?

    Desde el Ponte Vecchio sobre el Arno en aquellos años finales del siglo XIII hasta los salones moscovitas en los que el príncipe Andrei Bolkonski vio bailar por vez primera a la joven Natasha Rostov a principios del XIX. Desde los delicados versos de este soneto italiano al amargo lamento por Annabel Lee en la orilla americana del Atlántico. De la elegante pluma de Dante en la Vita Nuova a la cursi plumilla de Disney en Sleeping Beauty. De Beatriz a Laura de Noves. De la Laura de Petrarca a Isabel Freyre. De la Elisa de Garcilaso a Hélène de Surgères. De la Hélène de Ronsard a Esther Johnson. De la Stella de Swift a la Leonor Izquierdo, también poco más que una niña, de Machado. Mujeres reales idealizadas, mujeres ideales con un pie en la realidad. Mujeres de carne y hueso inmortalizadas como ángeles en puros bloques de mármol de Carrara, en los trazos delicados de los pintores prerrafaelitas, en centenares de sonetos, de canciones, de odas, de baladas… a lo largo de ocho siglos.

    El suspiro final de este soneto de Dante llega, desvanecido y desprestigiado, hasta nuestro tiempo, que ha intentado forjar otra imagen del amor, más carnal, menos retórica, más obvia, ligando el sentimiento amoroso al deseo sexual de donde nace.

    Dante procedió de forma inversa. Desposeyó a Beatriz de su faceta erótica y reproductora. Como si no fuera una hembra de la especie humana sino uno más de los ángeles del Señor, hizo de ella un vínculo de unión del hombre con la divinidad. El amor se manifiesta así, en Dante, como un ímpetu del alma, no del cuerpo, una manifestación luminosa de un germen divino que habita dentro de nosotros, un eco de nuestra residencia original en los cielos. La “donna angelicata” vincula nuestra alma, a través del amor que suscita en nosotros, a la fuente última de ese sentimiento puro, Dios. El bello envoltorio que muestra el cuerpo de la dama, sus cabellos, sus ojos, el color de su tez, las formas de su carne, solo son reflejos terrenales de una belleza superior, a la que ella nos acerca. La comunión de las dos almas es un objetivo superior a la conjunción de los dos cuerpos. Beatriz es una manifestación y una promesa de Dios, un reflejo de su gloria, un adelanto de la Salvación que ha de llegarnos a través de ese sentimiento, recién inventado por Dante, que llamaremos, igualmente, Amor. Ciertamente, se non é vero, é ben trovato. [E. G.]