LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

A CYRIACK SKINNER de JOHN MILTON

 

     I: TEXTO - John Milton: The complete poetry of John Milton. New York, Anchor, 1971, p. 245.

 

SONNET 22

   Cyriack, this three years day these eyes, though clear

To outward view, of blemish or of spot;

Bereft of light, thir seeing have forgot,

Nor to thir idle orbs doth sight appear

 

   Of Sun or Moon or Starre throughout the year,

Or man or woman. Yet I argue not

Against heav'ns hand or will, nor bate a jot

Of heart or hope; but still bear up and steer

 

   Right onward. What supports me, dost thou ask?

The conscience, Friend, t' have lost them overply'd

In liberties defence, my noble task,

 

   Of which all Europe talks from side to side.

This thought might lead me through the worlds vain mask

Content though blind, had I no better guide.

 

   Cyriack, este día de tres años, estos ojos, aunque limpios

para ver el exterior, por mancha o impureza

privados de luz, se han olvidado de ver,

y en sus globos perezosos no hay visión

 

   del sol, la luna o las estrellas en todo el año,

del hombre o la mujer. Aún no arguyo

contra la mano del Cielo o su deseo, ni resto lo más mínimo

al corazón o a la esperanza; sino que navego avante y rijo

 

el timón firme. ¿Qué me sostiene, preguntas?

La conciencia, amigo, de haberlos perdido esforzándome

en defensa de las libertades, noble misión mía

 

de la que habla toda Europa de punta a punta.

Este pensamiento me permite atravesar la vana máscara del mundo

feliz aunque ciego: no tengo mejor guía.

Trad. personal.

 

     II: COMENTARIO - Algunos de los poemas más famosos de John Milton responden al afán combativo y dogmático que le movió durante toda su vida adulta. Milton fue un fanático enfervorecido con ideas religiosas, morales y políticas extremistas y belicosas y son famosos, por ejemplo, poemas que dedicó a Oliver Cromwell tras el golpe de estado que lo convirtió en dictador o a hechos de armas sangrientos como el asedio de Colchester por Lord Fairfax. En la misma línea, uno de sus sonetos más conocidos es el que dedicó a los valdenses perseguidos en lo que se conoce como las Pascuas Piamontesas, que comienza: “Avenge, o Lord…!” Se trata, por supuesto, de poesía de circunstancias, relacionada, incluso, con el propio cursus honorum del poeta, pero es indudable que se imbrica perfectamente con el resto de la producción literaria del autor, fustigador incansable del catolicismo, la monarquía e incluso desviaciones confesionales menores como el divorcio o la autoridad de los obispos.

   Llegado a los más altos resortes del poder de la mano de Cromwell y su ejército de puritanos, tras la restauración de Carlos II, Milton fue perseguido en consecuencia, encarcelado y condenado al ostracismo social. No se le ejecutó, sin embargo, al revés de lo que su gobierno había hecho con miles de católicos en Irlanda y de realistas y presbiterianos en el Yorkshire y Escocia. Debemos a esta clemencia de sus enemigos, nunca agradecida, la posibilidad de que escribiera Paradise Lost.

   Quien haya leído hasta aquí se preguntará sin duda: Si tan poco aprecio siente el antólogo por este poeta, ¿qué le hace incluirlo en su antología? Sus poemas, por supuesto, que no merecen ser tratados con la parcialidad con la que Milton se condujo en vida. Otro gran escritor, G. K. Chesterton, ya dejó dicho hace un siglo: “he is a poet whom we cannot help liking, and a man whom we cannot like”. Apreciemos, pues, su poesía en este magnífico soneto, que el poeta envía a su amigo Cyriack Skinner con motivo de su ceguera.

   Un hombre para el que la lectura lo es todo, su fuente de aprendizaje y de estudio, su forma de subsistencia y la razón de su estatus social, además de, como para cualquiera, la principal puerta de acceso al mundo, se queda en unos pocos años ciego para siempre. Ese hombre cree profundamente que Dios se ocupa específicamente de su estancia sobre la tierra y podría haber pensado que su ceguera -brusca, brutal, incapacitante y definitiva- era un castigo por sus pecados. Cualquiera hubiera podido pensar lo mismo. Milton, no. Él está tan seguro de sí mismo que solo puede interpretar la enfermedad como un regalo de Dios: solo un gran poeta, otro Homero, puede recibir el don de ser ciego. Aquí está el origen del Paraíso Perdido: la ceguera de Milton es la señal que le envía su Dios para mostrarle su alto destino.

   Algo de eso hay ya en este soneto a Cyriack Skinner, muy anterior a su obra maestra. Responda o no a la pregunta real de un amigo, no cabe duda de que es una respuesta para el propio enfermo: “¿Cómo debo interpretar lo que me está pasando?” Y en estos primeros años -Milton vivirá todavía otros 20 ciego- el poeta ya tiene muy claro que su falta de visión corporal no es un castigo de su Dios sino una condecoración. Obligado por la enfermedad a renunciar al mundo exterior y a sus confusiones - “Sun or Moon or Starre throughout the year, / Or man or woman”-, se siente orgulloso de haber dado sus ojos por una buena causa. Él ya es un campeón de la libertad -palabra que en Milton puede leerse como “que yo pueda hacer lo que quiero y nadie lo que no”- ¡en toda Europa! Esa satisfacción es muy superior a “the worlds vain mask” que ha perdido. La fuerza, el convencimiento, la seguridad con la que Milton expresa esa íntima convicción suya revela una capacidad de resistencia frente a la adversidad, una voluntad tan férrea de no dejarse hundir por las circunstancias que parece meramente tópica, como sacada de un previsible manual de autoayuda. Sin embargo, ya en 1655 estos versos preludiaban la obsesión de poeta para llevar adelante su gran proyecto poético, capaz de condenar a sus propias hijas a vivir durante décadas a su servicio para lograrlo. Porque solo un fanatismo de ese tipo, esa seguridad irracional en la grandeza de la misión propia, podría lograr que un hombre ciego al cargo de tres hijas, forzado a la miseria y perseguido por su gobierno, anciano y agotado, fuera capaz de emular en pleno siglo XVII la ingente tarea de Homero. Había algo grande, perverso pero muy grande, en Milton, una fuerza espiritual que igual que destilaba duros tratados dogmáticos para perseguir a sus enemigos, le insuflaba al poeta energía y pasión para escribir una de las más impresionantes obras maestras de nuestra literatura.

    Lo cierto es que no buscamos para nuestra antología grandes hombres sino grandes poetas. Y Milton lo era. [E.G.]