LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

ÍTACA de KONSTANTINOS KAVAFIS

 
        I: TEXTO: Konstantino Kavafis: Poesías completas, Hiperión, Madrid, 1983, pp. 46-47.
 
 

Ιθάκη

 

Σα βγεις στον πηγαιμό για την Ιθάκη,

να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος,

γεμάτος περιπέτειες, γεμάτος γνώσεις.

Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,

τον θυμωμένο Ποσειδώνα μη φοβάσαι,

τέτοια στον δρόμο σου ποτέ σου δεν θα βρεις,

αν μέν’ η σκέψις σου υψηλή, αν εκλεκτή

συγκίνησις το πνεύμα και το σώμα σου αγγίζει.

Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,

τον άγριο Ποσειδώνα δεν θα συναντήσεις,

αν δεν τους κουβανείς μες στην ψυχή σου,

αν η ψυχή σου δεν τους στήνει εμπρός σου.

 

Να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος.

Πολλά τα καλοκαιρινά πρωιά να είναι

που με τι ευχαρίστησι, με τι χαρά

θα μπαίνεις σε λιμένας πρωτοειδωμένους·

να σταματήσεις σ’ εμπορεία Φοινικικά,

και τες καλές πραγμάτειες ν’ αποκτήσεις,

σεντέφια και κοράλλια, κεχριμπάρια κ’ έβενους,

και ηδονικά μυρωδικά κάθε λογής,

όσο μπορείς πιο άφθονα ηδονικά μυρωδικά·

σε πόλεις Aιγυπτιακές πολλές να πας,

να μάθεις και να μάθεις απ’ τους σπουδασμένους.

 

Πάντα στον νου σου νάχεις την Ιθάκη.

Το φθάσιμον εκεί είν’ ο προορισμός σου.

Aλλά μη βιάζεις το ταξείδι διόλου.

Καλλίτερα χρόνια πολλά να διαρκέσει·

και γέρος πια ν’ αράξεις στο νησί,

πλούσιος με όσα κέρδισες στον δρόμο,

μη προσδοκώντας πλούτη να σε δώσει η Ιθάκη.

 

Η Ιθάκη σ’ έδωσε τ’ ωραίο ταξείδι.

Χωρίς αυτήν δεν θάβγαινες στον δρόμο.

Άλλα δεν έχει να σε δώσει πια.

 

Κι αν πτωχική την βρεις, η Ιθάκη δεν σε γέλασε.

Έτσι σοφός που έγινες, με τόση πείρα,

ήδη θα το κατάλαβες η Ιθάκες τι σημαίνουν.

ÍTACA

 

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

pide que el camino sea largo,

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al colérico Poseidón,

seres tales jamás hallarás en tu camino,

si tu pensar es elevado, si selecta

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

Ni a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al salvaje Poseidón encontrarás,

si no los llevas dentro de tu alma,

si no los yergue tu alma ante ti.

 

 

 

 

Pide que el camino sea largo.

Que muchas sean las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos nunca vistos antes.

Detente en los emporios de Fenicia

y hazte con hermosas mercancías,

nácar y coral, ámbar y ébano

y toda suerte de perfumes sensuales,

cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.

Ve a muchas ciudades egipcias

a aprender, a aprender de sus sabios.

 

 

 

 

Ten siempre a Itaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

 

 

 

 

Itaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.

 

 

 

 

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

entenderás ya qué significan las Itacas.

 

                                   Trad.: Pedro Bádenas de la Peña     

 

 

II: COMENTARIO - Ítaca fue escrito hace más de cien años en un remoto rincón del Mediterráneo y, sin embargo, hoy solo con cierto pudor me atrevo a incluirlo aquí por temor a ser considerado, yo, el antólogo, ridículamente posmoderno, new age incluso. Y, cierto, hay algo en ese “si no los llevas dentro de tu alma” de esa absurda y cínica moda actual que todo lo cifra en frases cursis que invitan al “me gusta”. Para evitarlo, podría, quizás, hacer valer la modernidad sorprendente de  Kavafis  y sumarla al prestigio consolidado de su marginalidad y de su “identidad de género”. No quisiera privar al gran poeta griego de esos laureles que tan lejos estuvieron de serlo en su época pero que, quién sabe, tal vez sean en verdad algo más que el oropel del tiempo.

Con todo, es otra la idea a la que me agarro con más fuerza cada vez para justificar la grandeza y la inmortalidad de este poema: “Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca”, esa isla que “ninguna otra cosa puede darte”. En un mundo como el nuestro, que adora las pompas de jabón tornasoladas, quién se atrevería a confesar la pobreza de su sueño. La idea es, en sí, provocadora hoy: no te importe que tus ilusiones no valgan nada. Da igual si estás destinado a nada, si no llegas a nada. No importa el valor de lo que esperes porque lo que esperas no tiene valor alguno. ¿Entonces, qué? “¡Vive!” Y de nuevo esta invitación de Kavafis, solo digna, en principio, del envoltorio de unas zapatillas de moda, acaba siendo apasionante. Porque no es solo una apuesta por el placer sensual de los “voluptuosos y delicados perfumes”, de esas “bahías nunca vistas” a las que cualquier crucero del Mediterráneo estaría encantado de dirigirse, si todavía existieran. Empobreceríamos el poema si olvidásemos que en realidad el protagonista del texto es la dualidad “experiencias / conocimiento”, “saber / vida”, que la visita, hoy tópica en Europa, de “muchas ciudades de Egipto” tiene como excéntrico motivo ir “a aprender, a aprender de sus sabios”, no un crucero de novios por el Nilo.

Por otro lado, más allá de la llamativa actualidad del poema más famoso de Kavafis y de la impronta que viene dejando en la cultura europea y occidental de los últimos cincuenta años, Ítaca plantea una interesante reflexión sobre la inteligibilidad de la lírica. Resulta difícil imaginar a algún lector, en cualquier lengua europea, que no sea capaz de recibir, de conectar con la más profunda intención comunicativa de este centenario poeta griego de Alejandría. Kavafis publicó Ítaca en la revista alejandrina Grammata en 1911, con una difusión poco más que local y sin repercusión alguna en el mundo literario europeo hasta que fue traducido por vez primera al inglés y publicado por T. S. Eliot en su revista literaria Criterion en 1924. Aun así, la fama internacional de Kavafis no se consolidó hasta que ciertos novelistas ingleses de posguerra difundieron su obra en nuevas traducciones que lo hicieron lo suficientemente famoso como para recibir la atención de otros poetas italianos, franceses o españoles, no siempre en disposición de acceder directamente a los originales griegos. En la actualidad, yo mismo, como la mayoría de mis lectores, accedemos a Kavafis a través de traducciones al castellano más o menos directamente basadas en el original. Sería hasta impertinente pretender que nada se pierde en el proceso. Supongo que al propio poeta le espantaría esta idea. Sin embargo, me niego a creer que yo, como lector, no puedo alcanzar, en la traducción castellana, incluso en una traducción castellana de una traducción inglesa, la esencia de este magnífico poema. Me resulta casi inconcebible la idea de que pueda haber en estos momentos un griego, en Alejandría o en Atenas, que sienta, al leer por vez primera la Ítaca de Kavafis, la profunda emoción íntima, la sensación de comunión artística que sentí yo hace ya 30 años e incluso la que siento aún hoy al recordar alguno de sus pasajes en determinados momentos de mi vida. Si la poesía tiene como objeto comunicar un sentimiento, posibilitar el acceso de otra persona a la sensibilidad, a los pensamientos más íntimos del poeta, inocular en un alma por alguna razón cercana, a pesar del tiempo o de la distancia, a pesar incluso de la lengua y del alfabeto, la semilla de un vínculo personal, una traducción puede ser tan válida como el propio poema. De hecho, viene siéndolo desde hace más de cien años en este caso.

Vuelvo a Ítaca cada vez con más frecuencia. Ahora, cuando no puedo evitar la sensación de que hasta Telémaco ha abandonado ya palacio, tiendo a hacer recuento de mi viaje, con la inquietud, tampoco muy dramática, de que no aprendí lo suficiente de los sabios egipcios, de que acaso mi viaje fue algo corto, de que no debería haberme dado tanta prisa por regresar a casa. Sin embargo, mientras escribo estas líneas recuerdo también que Ulises aún salió otra vez de viaje. Tal vez en realidad yo mismo siga de viaje todavía sin saberlo. Me siento cansado, es cierto, y hay cierto alivio en creer que he arribado a buen puerto. Pero es difícil sentirse “rico en saber y en vida”; más bien tiende uno a sentirse pobre siempre, aún tan pobre… [E. G.]