LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA
ABATIMIENTO: UNA ODA de SAMUEL T. COLERIDGE
I – TEXTO: https://www.poetryfoundation.org/poems/43973/dejection-an-ode.
DEJECTION: AN ODE (II)
A grief without a pang, void, dark, and drear,
A stifled, drowsy, unimpassioned grief,
Which finds no natural outlet, no relief,
In word, or sigh, or tear—
O Lady! in this wan and heartless mood,
To other thoughts by yonder throstle woo'd,
All this long eve, so balmy and serene,
Have I been gazing on the western sky,
And its peculiar tint of yellow green:
And still I gaze—and with how blank an eye!
And those thin clouds above, in flakes and bars,
That give away their motion to the stars;
Those stars, that glide behind them or between,
Now sparkling, now bedimmed, but always seen:
Yon crescent Moon, as fixed as if it grew
In its own cloudless, starless lake of blue;
I see them all so excellently fair,
I see, not feel, how beautiful they are!
ABATIMIENTO: UNA ODA (II)
Dolor sin un espasmo, vacío, oscuro, grave,
sofocado dolor, aturdido, impasible,
sin hallar desahogo ni alivio natural
en palabra, o susprio, o lágrima —¡oh Señora!—,
en este estado de ánimo, macilento y sin vida,
seducido por ese tordo hacia otros pensares,
toda esta larga tarde, tan calma y perfumada,
ha estado contemplando el cielo de poniente
con ese peculiar matiz verde amarillo:
y contemplando sigo ¡con qué ojos tan sin nada!
Las altas nubecillas, en cúmulos y líneas,
que revelan y entregan su marcha a las estrellas;
las estrellas que brillan entre ellas o detrás,
ya chispeantes, ya tenues, pero siempre visibles:
esa luna en creciente, fija, como creciendo
en su lago de azul, sin nubes, sin estrellas:
esas cosas las veo tan claras, tan hermosas,
las veo, pero no siento qué bellas son.
Trad.: José María Valverde.
II – COMENTARIO: No hay unanimidad en la traducción al castellano del título de esta famosa oda del poeta inglés Samuel T. Coleridge . Mientras J. M. Valverde escoge el término menos marcado de “abatimiento”, también menos expresivo para un lector actual, la mayoría de los traductores suele inclinarse por “melancolía”, una palabra con muchas más connotaciones en el imaginario romántico pero para la que el poeta podía haber elegido, de quererlo, “melancholy”. Se trata de una interesante cuestión filológica sobre todo porque ofrece una perspectiva muy pertinente sobre la relevancia que tuvieron tanto el propio poema como su autor en la historia de la literatura europea de su tiempo.
Para cualquiera de nosotros, otrora estudiantes de Bachillerato, no cabe duda de que el término más oportuno para designar los sentimientos que expresa Coleridge en su poema es el de “melancolía”. De hecho, la idea de que la melancolía, que pronto se convertirá en hastío, es uno de los sentimientos básicos del Romanticismo, es una de las primeras que impartimos los profesores en la explicación teórica de este tema. Muchos libros de texto ilustran incluso esas páginas con el célebre grabado de Durero, Melencolia I, aunque no sepa uno muy bien qué relación puede tener un romboedro con el “mal du siècle”. El poema de Coleridge, sin embargo, no menciona ni una sola vez ese sustantivo -“melancholy”- en sus más de 100 versos, de los que aquí hemos copiado solo la segunda estrofa. Y, sin embargo, este texto -por eso lo hemos seleccionado- es uno de los más famosos de su autor y un modelo poético definitivo de la expresión de esta sentimentalidad que tan bien caracteriza a los románticos.
Coleridge escribió “Dejection”, uno de sus influyentes “conversation poems”, hacia 1800 con el título de Letter to Sara Hutchinson, hermana menor de la mujer de Wordsworth, durante una etapa en la que las familias de ambos poetas vivían juntos en el Lake District de Cumberland. El hecho de que Coleridge estuviera casado y la impresión -acaso inexacta- de que el poema pudiera estar haciendo pública una relación adúltera, hizo que se cambiara el título del poema para su publicación en el Morning Post en 1802. Esta fecha es relevante, además, porque nos remite a los inicios del Romanticismo inglés: Byron apenas tiene 14 años, Shelley no ha ido aún a Eton y Keats ni siquiera es huérfano. Este romántico sentimiento seminal que explora Coleridge en su versos y que pronto se convertirá en un lugar común de la literatura europea durante más de medio siglo no tenía todavía nombre. “Dejection” no es, pues, más que una propuesta del poeta para este tipo novedoso de sentimentalidad que se propone explorar, y el nombre, por cierto, no va a tener éxito entre los escritores que siguieron sus huellas.
Sin embargo, el “tedium” clásico, el mucho más moderno y poderoso “ennui” de raíz francesa, que se volvieron omnipresentes en la cultura europea de las décadas posteriores, está ya prefigurado en estos tempranos versos de Coleridge. El poeta reconoce la belleza del mundo, la grandeza de la Naturaleza y de la vida, pero no la siente. No participa de ella. Toda esa objetiva maravilla natural que describe no arranca ningún eco en su alma. Y aquí sigue el poema con una reflexión definitiva: “we receive but what we give”. En realidad, el ser humano suele puede acceder a lo que ya tiene dentro. La realidad exterior depende, para nosotros, de la forma que le podamos dar en nuestro interior. Si no hallamos nada en nuestra alma nada encontraremos fuera. Estamos ante otra de las grandes creaciones teóricas del Romanticismo, ese idealismo absoluto que convierte a la realidad, sobre todo a la Naturaleza, en una mera expresión de nuestros sentimientos.
Podríamos pensar, igualmente, que el poema de Coleridge es, de esta manera, una manifestación también primigenia de la egolatría romántica. Sin embargo, el tono con el que el poeta se acerca a sí mismo no puede ser más negativo: Coleridge constata lo que él cree una realidad, su desasimiento del mundo, pero no se muestra en absoluto satisfecho consigo mismo ni se considera por ello un ser más libre, más poderoso o superior. Esa “dejection” que le abruma y que hoy, conociendo las circunstancias que rodeaban al poeta, podríamos identificar más bien con una “depresión” causada por el consumo de drogas, es algo que le causa dolor, que más bien rechaza. En cualquier caso, Coleridge no solo no se lo desea a su amada sino que espera que Sara, por el contrario, “evermore rejoice”, tal y como acaba el poema.
Atrapado en un frío matrimonio sin amor, enamorado apasionadamente de una joven que no le corresponde, con dolorosas enfermedades que le condujeron al consumo y a la adicción al opio, la existencia de Coleridge, excepto por su larga duración -murió a los 62 años- responde a los cánones del buen romántico. No es extraño, por lo tanto, que, acaso sin darse cuenta, a sus 30 años supiera dar forma en estos versos a ese sentimiento sin nombre que va a carcomer, a partir de ese momento, la expresión literaria de todos sus contemporáneos, un sufrimiento “vacío, oscuro, grave”, un estado “macilento y sin vida”, esa “negra sombra” de Rosalía, que todavía hoy, más de 200 años después de esta desesperada confesión de Coleridge a su querida Sara Hutchinson, sigue formando parte no solo del imaginario básico del Romanticismo sino de la propia cultura occidental de nuestros tiempos. [E. G.]