ANÓNIMO: CUANDO CUALQUIERA ES IGUAL A NADIE
El anonimato en la literatura medieval tiene que ver sobre todo, en un ámbito general, no solo literario, con el desinterés por la originalidad en la cultura europea de la época y, más en concreto, en el ámbito de la Literatura, con el predominio de la literatura oral.
Resulta muy endeble la teoría de que el anonimato derivaría de un cierto desprecio por la propia personalidad o con una ofrenda desinteresada a Dios. Entre los teólogos profesionales, por ejemplo, cualquier supuesto progreso intelectual llevaba la firma de su creador y las disputas personalistas parecen haber sido habituales en ese campo concreto del pensamiento. En el otro extremo, la presencia del artesano creador en su obra era algo habitual de ser necesario por cuestiones prácticas, como se constata en las marcas de los canteros, imprescindibles para cobrar adecuadamente por su trabajo. Por supuesto, nosotros no consideramos eso parte de un proceso artístico sino productivo y no creemos que tenga relevancia en esta discusión pero debemos preguntarnos si en los otros casos, imagineros, pintores, escultores… no sucedía lo mismo, aunque a nosotros nos parezcan actividades muy diferentes.
Quiero decir que para el escultor que entregaba una imagen de la Virgen destinada al altar, su trabajo no tenía por qué ser significativamente diferente del que había realizado el cantero que había erigido ese altar, y lo mismo podía pasar con quien tallaba los capiteles del claustro de San Juan de la Peña o quien pintaba los muros de Sant Climent de Tahull. Era su trabajo y cobraban por ello. ¿Qué necesidad había de dejar constancia de sus nombres? Tampoco tenían por qué pensar que hacían algo especial puesto que precisamente una parte esencial de su trabajo consistía en no hacerlo. Es decir, al no valorarse la originalidad como algo propio de la creación artística, el papel del artista consistía en acercarse lo máximo posible a unos modelos preestablecidos y a las peticiones de los comitentes. Insistir en las peculiaridades de su trabajo sería llamar la atención sobre rasgos que no tenían por qué ser considerados positivos.
Además, en el caso de la literatura está la cuestión de la oralidad. En una recitación o en una canción, no aparece el autor en el propio texto y, al transmitirse gracias a la memoria, la repetición posterior prescindirá de ese dato. Solamente cuando ese texto se ponga por escrito, alguien puede tener interés en dejar constancia de su intervención, no tanto por el valor de lo que se escribe como por el hecho de tener la capacidad de escribirlo. En la sociedad medieval tendría mucho más prestigio esta actividad que ahora se nos antoja meramente mecánica que la habilidad para crear un nuevo texto. En este sentido la literatura medieval progresaría, en cuanto al anonimato, como en los chistes actuales, que todo el mundo cuenta, cada uno como buenamente puede dependiendo de la gracia que tenga, pero nadie sabe a quién pertenecen.
Algo de esto puede verse en los casos del Poema de Mio Cid, donde el único nombre de autor que aparece se corresponde con el del copista y en los poemas de Berceo, donde la presentación del autor tiene que ver con su habilidad para transformar una materia previa de origen latino en un poema escrito de acuerdo con unas características técnicas muy concretas propias de una lengua vulgar. Es decir, el poeta tiene consciencia de que es una persona que lleva a cabo un trabajo especial y, en consecuencia, deja constancia de su nombre. [E.G.]