SIGLO X: AMPLIACIÓN Y DISGREGACIÓN DE EUROPA

 

    Los siglos inmediatamente posteriores al imperio carolingio, es decir, la época que se extiende aproximadamente entre finales del siglo IX y mediados del siglo XI puede considerarse una época de transición en Europa. La primera reconstrucción del imaginario romano sobre las nuevas bases germánicas de Occidente había concluido con el éxito efímero pero trascendental de Carlomagno. El hecho de que a principios del siglo X de su tarea unificadora quedara poco más que el recuerdo no debe hacernos olvidar ni menospreciar la importancia mítica que mantendrá ese recuerdo. Sin embargo, mayor relevancia inmediata va a tener el hecho de que sus sucesores no sean capaces de mantener la frágil unidad del Imperio. De hecho, esta transición desemboca en una fragmentación definitiva que se consolidará como elemento esencial y distintivo de Europa en la Edad Media Central.

    Nos hallamos, por lo tanto, en el inicio del camino que llevará al feudalismo en muchas zonas de Europa y, en general, al modelo feudal como pauta de organización política propia del continente. El primer paso en ese camino lo representa la disgregación del Imperio entre los sucesores de Carlomagno. El siglo X muestra ya, de una forma casi definitiva, la estructura general que se consolidará en los siglos siguientes: la parte occidental del Imperio queda en mano de unos monarcas carolingios cada vez menos capacitados para mantener un control efectivo sobre sus dominios, sobre todo más allá del Loira; la parte oriental, por el contrario, asiste a la sustitución de los descendientes de Carlomagno por otra familia, de origen sajón, los otónidas, que, sin embargo, siguen recurriendo al prestigio del título de emperador para mantener el control sobre sus posesiones y ampliarlas. En la península itálica, por último, aunque todavía se mantiene la vinculación con el Imperio, el debilitamiento del poder central permitirá ya en el siglo XI una mayor libertad para las ciudades lombardas del norte y una mayor autonomía y expansión del poder fáctico del Papado romano en el centro.

    Pero en los márgenes del deshilachado imperio de Carlomagno quedaban otros territorios igualmente europeos cuya situación era muy dispar. La más llamativa era la situación de la antigua Hispania, una provincia romana que, como tantas otras, ahora formaba parte del mundo musulmán. Sin embargo, en el norte de la península ibérica habían sobrevivido unos residuos políticos –León y Navarra- que reivindicaban su origen preislámico. A lo largo del siglo X la situación de estos reinos cristianos se va a consolidar gracias a la desintegración del califato andalusí y finalmente Navarra, cuyos orígenes vascones eran en realidad ajenos incluso al mundo romano, se va a convertir en uno de los primeros estados puramente europeos, es decir, una creación política construida directamente sobre un imaginario étnico-cultural-religioso que por su novedad podemos denominar ya Europa.

    En una dirección similar van a desarrollarse los acontecimientos en el norte del continente. Los pueblos germánicos escandinavos llevaban siglos en contacto con Europa mediante intercambios mercantiles y expediciones militares. De hecho, la presión vikinga sobre las costas atlánticas de Bretaña y Galia condicionó enormemente la evolución política y social de estas regiones. Pero lo trascendental de siglo X fueron dos aspectos nuevos de esa relación: el establecimiento de importantes asentamientos vikingos en zonas ya europeizadas como la Normandía franca, el Dublín irlandés o el Danelaw británico y, a la inversa, la adopción cada vez más generalizada por parte de la aristocracia escandinava de los modelos políticos europeos para la organización de sus estados. Con mayor o menor fortuna, los gobernantes daneses, suecos y noruegos van a convertirse en “reyes” a la manera franca o sajona y este proceso, junto con la conversión masiva de todos estos pueblos escandinavos al cristianismo a partir de esta misma época, nos obliga a incluir ya en Europa a casi todas las tierras que se extienden al norte de Jutlandia.

    La incorporación de Escandinavia a Europa a finales del siglo X nos obliga a reflexionar sobre de la importancia del catolicismo romano como elemento esencial de la expansión europea en estos siglos. Esta parece haber sido la principal y más duradera herencia de Carlomagno. Desde que a finales del siglo  VIII  comenzó sus guerras sajonas, Carlomagno había hecho de la fe católica un signo de identidad frante al paganismo de ese otro pueblo germánico al que combatía. Menos de un siglo después, al acceder al poder imperial una familia sajona, los otónidas aparecen completamente identificados con esa catolicidad del Imperio. Ya en el siglo X, Europa se va a construir como un conglomerado cristiano,  más específicamente católico, frente al Islam en Hispania y también frente al paganismo escandinavo o húngaro, proceso que continuará con las cruzadas en Palestina o en Prusia ya en el siglo XIII. Más aún, durante este siglo X podemos ver que la alianza entre Imperio y Papado resulta provechosa para ambos ya que la creación de arzobispados germanos, como el de Magdeburgo, con autoridad sobre territorios eslavos, amplió al mismo tiempo las fronteras del Imperio y las de la Cristiandad.

    En la misma línea, el prestigio del Imperio se consolidó como elemento básico de protección de Europa frente a los enemigos exteriores. En este sentido resulta especialmente significativa la victoria de Otón I en la batalla de Lechfeld frente a los húngaros en 955 con un ejército en el que encontramos también, a las órdenes del futuro emperador, las tropas eslavas de Boleslao I de Bohemia, recién cristianizado. Lechfeld supuso la neutralización del peligro húngaro y el asentamiento de la interpretación del gobierno otónida como relevo europeo del imaginario carolingio.

    Por último, el siglo X es una época de recuperación del Imperio Bizantino, que había estado a punto de desaparecer a causa de la expansión árabe. Paradójicamente, la supervivencia de Bizancio va a implicar un enfrentamiento mayor entre los dos ámbitos culturales herederos del Imperio Romano, y en consecuencia, un desarrollo histórico independiente de la Europa occidental y central. Las relaciones entre Roma y Bizancio van a ser cada vez más distantes, al tiempo que el Papado comenzaba a desarrollar su relato clásico de superioridad y exclusividad espiritual en el seno del Cristianismo. Políticamente, Italia va a perder casi por completo sus vínculos con Bizancio debido a la conquista árabe de Sicilia y en el Danubio, el asentamiento de eslavos y húngaros en la cuenca central hará de colchón político y religioso entre ambos imperios hasta que la conquista mongol de Kiev haga imposible la comunicación directa entre Oriente y Occidente. A partir de entonces, Bizancio sobrevivirá aislado, en un extremo de Europa, en contacto solo con búlgaros y eslavos del sur hasta la época de las cruzadas, ya en el siglo XII. [E. G.]