VISIGODOS: EL PRIMER PUEBLO GERMANOEUROPEO

    La relación de los visigodos con la civilización occidental es bastante anterior a la desaparición del Imperio Romano de Occidente. Evangelizados por el misionero arriano Ulfilas a mediados del siglo IV en sus asentamientos de la Dacia, los visigodos cruzaron poco después el Danubio, empujados por los hunos, y ocuparon tierras del Imperio en su parte europea más oriental (Mesia y Tracia). Pronto hubieron de enfrentarse a los ejércitos romanos, a los que derrotaron en la batalla de Adrianópolis (378). Esto obligó al emperador Teodosio a llegar a acuerdos con ellos al mismo tiempo que procuraba alejarlos hacia occidente para salvaguardar Constantinopla.

    En un primer momento a los visigodos se les asignó la provincia de Iliria, en el Adriático, para que se establecieran pero muy poco después, a principios del siglo V, el rey Alarico condujo a su pueblo hasta el norte de la península itálica y asoló Roma en el 410. Por el contrario, su sucesor, Ataúlfo, no solo dejó de luchar contra los romanos sino que se casó con Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, y acordó con este el establecimiento definitivo de los visigodos en la diócesis gala de Aquitania Secunda. De este modo se llegó a un pacto (foedus) en el 418 entre Honorio y Walia por el que los visigodos recibían tierras donde establecerse, a cambio de defender al Imperio frente a otros invasores. Los reyes visigodos recibían sus dominios del emperador, para su administración y beneficio propio, aunque bajo la autoridad teórica del prefecto del Pretorio de las Galias, situación que se mantuvo hasta la caída del Imperio Romano en 476. A principios del siglo V, por lo tanto, el reino visigodo es ya una entidad política consolidada, con capital en Tolosa (Toulousse), en cuya organización se adoptaron y aprovecharon diversas instituciones romanas; así, la corte real tolosana se asemejaba al Palatium imperial, fusionando elementos romanos, como el comes stabuli, y germánicos, como el comes armiger. Sin embargo, se mantuvo inicialmente una clara diferenciación étnica entre la clase militar visigoda en el poder, de religión arriana y lengua germánica, y sus súbditos romanos, de lengua latina y religión católica. Incluso las leyes que se aplicaban a cada una de las comunidades eran diferentes: de acuerdo con la tradición oral germánica para los visigodos y con la tradición escrita latina para los romanos.

    En la historia política de los visigodos se suele distinguir entre el reino de Tolosa, desde el año 418 al 507, y el de Toledo, desde esa fecha hasta su desaparición a principios del siglo VIII. El acontecimiento que sirve de cesura es la derrota de los visigodos en Vouillé frente a los francos, que supuso su retirada de las diócesis aquitanas y su concentración en Hispania. Sin embargo, esa división resulta un tanto artificial ya que la organización social, económica o cultural de los visigodos no sufrió apenas modificaciones a principios del siglo VI. Mucho más trascendente que la derrota de Vouillé fue, por ejemplo, la conversión al catolicismo de los visigodos en el 587. En realidad, incluso desde una perspectiva geográfica el reino visigodo presenta una gran continuidad y especialmente en lo que respecta a su dominio de las diócesis costeras de la Narbonense (Septimania), que fueron visigodas ininterrumpidamente durante 300 años. De hecho, solo a mediados del siglo VI, durante el reinado de Teudis, se trasladó la capital, que había permanecido en Narbona después de Vouillé, a Toledo, y Narbona regresó de nuevo durante los últimos años del Reino.

    En cualquier caso, además de sus posesiones en el sur de la Galia, ya desde el reinado de Walia los visigodos ampliaron sus dominios en Hispania, echando a los alanos de las mesetas centrales y ocupando el reino vándalo de la Bética. Décadas después, durante los reinados de Leovigildo y de Suintila todavía se anexionaron el reino suevo de la Gallaecia, los territorios cántabros y las posesiones de la reestablecida provincia bizantina de Hispania en la costa mediterránea.

    La conversión al catolicismo de Recaredo a finales del siglo VII en el III Concilio de Toledo tuvo dos consecuencias trascendentales para el reino visigodo. Por un lado, los concilios se convirtieron en una de las fuerzas políticas principales del estado visigodo, propiciando el debilitamiento de la monarquía. Y por otro, la élite militar germana, que ya había abandonado su lengua materna por el latín, aceptaba de este modo el último elemento cultural propio del Imperio, la religión. Así, el proceso de asimilación entre los nuevos gobernantes bárbaros y los antiguos habitantes del Imperio acabó de completarse a lo largo de ese mismo siglo VII. De ahí que sea esta la época de mayor esplendor cultural visigodo: a lo largo de todo el siglo destacan las figuras de grandes intelectuales y escritores como Isidoro de Sevilla, hijo de padre hispanorromano y madre visigoda, Braulio de Zaragoza y Eugenio de Toledo, coincidentes todos ellos en unir a su profesión religiosa un profundo conocimiento e interés por la Antigüedad. De hecho, el mayor y más trascendente testimonio europeo de esta supervivencia de la cultura tardorromana en el siglo VII va a ser la magna “enciclopedia” latina escrita por San Isidoro con el título de Etimologiae. En el mismo sentido, hacia 654 el rey Recesvinto promulgó el Liber Iudiciorum, una reforma, también en latín, por supuesto, de las antiguas legislaciones germana y romana para que el uso conjunto de toda la población. Nos hallamos ya, por lo tanto, ante uno de esos primitivos modelos de amalgama cultural germanolatina propia de los Orígenes de la cultura europea.

    La debilidad de este modelo cultural quedó de manifiesto, sin embargo, con su fulminante desaparición a principios del siglo VIII. El Islam se impuso tras la invasión de 711 en apenas una década desde Sevilla hasta Narbona, sin que haya constancia de ningún núcleo de resistencia significativo. Por el contrario, la sustitución de esta cultura germanolatina occidental por otra islámica oriental fue completa y casi automática, de una forma que aún hoy en día sigue sin ser explicada de forma convincente. Los visigodos apenas mantuvieron durante unos pocos años su control sobre la Septimania pero hacia 725, fecha en la que se pierde cualquier noticia del último rey visigodo, Ardón, también estos territorios habían pasado a poder de los musulmanes. [E. G.]