FLORENCIA: CULTURA Y CIUDADANÍA EUROPEAS

     La de Florencia es la historia de un fracaso político compartido y de un inmenso éxito cultural y, sobre todo, lingüístico.

     La ciudad de Florencia ejemplifica a partir del siglo X la incapacidad de las grandes ciudades europeas para ordenar por sí solas el mapa político del continente tras el hundimiento de la estructura imperial centralizada que habían intentado levantar los herederos de Carlomagno primero y los otónidas después. El fracaso de los emperadores germanos a la hora de mantener una cierta unidad política más allá de los territorios directamente controlados por su familia y sus aliados, posibilitó, sobre todo en la periferia del Imperio, el desarrollo de tendencias disgregadoras que en muchos casos provenían del auge de ciudades artesanas y comerciales como Florencia. Movimientos de este tipo se dieron tanto en la zona norte del Imperio, en las costas controladas por las ciudades de la Hansa, como en el extremo occidental, en los Países Bajos de la desembocadura del Rin y en el norte de la península itálica, en una zona largamente conflictiva por la interferencia de los intereses del Papado. Florencia aparece como una de estas ciudades que, como Pisa, Génova, Siena o Venecia intentan aprovechar la debilidad imperial para desarrollar un proyecto político propio.

     En un primer momento, en la época de Dante, la independencia urbana frente a las intromisiones del emperador tenía siempre en esta zona un buen aliado en el Papa. La situación de los Estados Pontificios en el centro de la península, rodeados desde el siglo XII por feudos de los Hohenstaufen, casi obligaba al Papado a intervenir a favor de cualquier movimiento de autonomía local que debilitase la posición de su principal enemigo en la región. Esta tensión política, que se prolongó a través de los enfrentamientos entre güelfos y gibelinos hasta el siglo XIV, favoreció enormemente el desarrollo de la autonomía local y el establecimiento en Florencia de los grandes linajes bancarios como el de los Medici, que  gobernarían la ciudad en los siglos siguientes. Pero, el retroceso de la influencia imperial en la zona tuvo otra consecuencia histórica: el enfrentamiento secular de las ciudades del Po y la Toscana por la hegemonía regional. Este proceso se agrava sobre todo en el siglo XV y va a significar la ruina política de Florencia, que nunca pudo competir con los imperios marítimos levantados por Génova y Venecia pero, tampoco, finalmente con los dos grandes estados europeos de finales de la Edad Media: Francia y España. Así, el enfrentamiento de estas dos potencias por el control de la península itálica acabó en el siglo XVI con el triunfo de la segunda y la conversión de las ciudades de la zona en simples comparsas en el escenario europeo. Así, en esos momentos, Florencia no puede aspirar a otra cosa que a mantener su mínimo estatus formal independiente. Esta situación se va a mantener incluso aumentada en el siglo XVIII tras la marcha de los españoles y la llegada de los austriacos y solo terminará a mediados del XIX cuando los  piamonteses  trasladen la capital de su reino, ya italiano, a Florencia en 1865 durante seis años, antes de instalarla definitivamente en Roma.

     Como hemos dicho al principio, de forma paralela a esta incapacidad de Florencia para establecer un sistema político autónomo relevante, se desarrolla un prolongado camino de éxitos en el ámbito cultural que hicieron de Florencia uno de los referentes constantes de la vida intelectual y artística europea de la Edad Media y del Renacimiento. En primer lugar, la época de mayor independencia municipal coincide con el momento de mayor auge cultural, protagonizado por algunos de los mejores y más influyentes escritores europeos de todos los tiempos: Dante, Petrarca y Boccaccio. Dante, en concreto, representa con su propia vida esa tensión constante entre Papado e Imperio que fue el germen del florecimiento de la ciudad. Poco tiempo después, la llegada de los Medici al gobierno va a potenciar definitivamente esta hegemonía cultural. En las décadas centrales del siglo XV, en Florencia van a trabajar casi simultáneamente el arquitecto Brunelleschi, el escultor Donatello y el pintor Boticelli. De allí, de acuerdo con el periplo del propio Michelangelo, que también trabajó para los Medici, las grandes innovaciones, las modas y las técnicas artísticas pasan a Roma y de Roma se difunden por toda Europa. Esta excepcionalidad cultural se va a mantener hasta principios del siglo XVII y podemos fijar su finalización en el proceso de la Inquisición contra Galileo: un papa florentino, cuya protección había buscado el propio científico, toscano como él, cede ante la barbarie residual de la Edad Media. A partir de ese momento Florencia ya no ha tenido nada que ofrecer al mundo salvo su glorioso pasado.

     En realidad, su pasado y también su lengua pues durante todo este periodo de hegemonía cultural florentina, la lengua literaria de los grandes escritores citados, de Dante a Galileo, fue convirtiéndose en una lengua culta común para todos los autores importantes que deseaban escribir en “volgare”. Como hitos en este proceso de generalización del dialecto toscano podemos destacar la redacción por Sannazaro, napolitano, de su Arcadia en la lengua de Petrarca y, sobre todo, la reescritura de Los novios de Manzoni, renunciando a sus dialectalismos natales lombardos. De este modo, al llegar el momento de la unidad italiana, los lingüistas y los escritores de la nueva nación tenían a su disposición uno de los elementos unificadores e identitarios más poderosos con que se podía contar: una lengua, el florentino, conocida por toda la clase culta italiana, con más de quinientos años de antigüedad y un prestigio difícilmente superable. [E.G.]