BIOGRAFÍA: PINTAR CON PALABRAS TODA UNA VIDA

 

    La palabra biografía es un compuesto griego de dos raíces: el sustantivo “bio”, que significa “vida”, y el verbo “grafein”, “escribir”. Desde la Antigüedad, una biografía es, por lo tanto, un escrito en el que se relata la vida real de una persona. Esto implica que, como punto de partida, la biografía no es un género de ficción, no pretende ser un texto literario, al menos no en el sentido de que el argumento haya sido inventado por el autor.

    Aunque la propia palabra griega no fue usada por vez primera hasta el siglo V d. C., tradicionalmente se entiende que el género biográfico había aparecido ya en el siglo IV a. C. y, más concretamente, se da por definido en las Vidas de hombres ilustres latinas de Cornelio Nepote, del siglo I a. C. En realidad, Nepote era un escritor del círculo neotérico y probablemente haya que entender su obra como un intento de reproducir en latín el género de la biografía alejandrina de Sátiro o Hermipo, del siglo III a. C., como Catulo o Cinna lo estaban haciendo con la poesía de Calímaco, de la misma época.

    Con todo, la biografía adquiere su verdadera configuración y se consagra como subgénero especulativo en un momento muy concreto de la historia de la civilización occidental con tres obras muy diferentes: el Agrícola de Tácito, las Vidas de los doce césares de Suetonio y las Vidas paralelas de Plutarco, todas ellas escritas entre los últimos años del siglo I y los primeros del II, las dos primeras en latín y la última en griego. En ellas podemos encontrar bien definidas las características que este subgénero va a tener en nuestra cultura:

    1.- Desarrolla de forma lineal la vida de una persona ya fallecida, lo que permite abarcar desde su nacimiento hasta su muerte.

    2.- Incluye datos objetivos que proceden del conocimiento directo (Agrícola, suegro de Tácito) o, sobre todo, de una investigación hecha exprofeso y a través de la cual el autor puede asegurar su distanciamiento subjetivo del biografiado

    3.- Tiene un declarado sentido educativo. Se elige la vida de una determinada persona porque el contenido de esa vida puede ilustrar al lector tanto para comprender mejor lo sucedido en una época concreta como para formar su propio carácter a través del conocimiento del carácter del otro.

    4.- Entiende la vida como la relación entre la persona y el contexto en el que esa persona ha vivido. No se trata de una vida solo espiritual –aunque el mundo interior del biografiado sea relevante- sino, sobre todo, política: el hombre se desarrolla en una sociedad y esa vida social, a la vez que condiciona la forma de ser de la persona, es condicinada por éste.

    5.- Es un relato humanista, que pone al biografiado en el centro del relato. La filosofía, la ideología o la religión solo revisten importancia, como su origen familiar, su educación o su filiación política, si sirven para explicar su actuación y su pensamiento.

    A las tres obras biográficas citadas –la de Tácito, sin embargo, siendo representativa careció de influencia- todavía debemos añadir una más, fundamental pero radicalmente diferente, para el desarrollo del género en la cultura europea, las Confesiones de Agustín de Hipona, de finales del siglo IV. En este caso nos encontramos ante una “autobiografía”, es decir, una biografía del propio escritor del texto. La autobiografía es considerada un subgénero del género biográfico pero presenta diferencias fundamentales: el narrador todavía vive cuando escribe su relato y su conocimiento de los hechos es a la vez más profundo y menos objetivo, por lo que el papel “moralizador” de la obra pasa a ocupar el primer término: no hay distanciamiento subjetivo. Así pues, el género biográfico en Europa se ha desarrollado a partir de esta doble influencia, que ya se había fundido en el Bajo Imperio, pues el impacto de la obra de San Agustín fue inmediato y poderoso. Esto implicó, como vamos a ver, un largo proceso de recuperación a lo largo de toda la Etapa Constituyente de la cultura europea.

    En la Europa altomedieval, el texto más relevante, por manifestar la influencia directa de Suetonio 800 años después de éste, es la Vida de Carlomagno de Eginhard, escrita en el siglo IX. Sin embargo, esta no fue la línea más fructífera del género biográfico durante la Edad Media, ya que lo que se generalizó por toda Europa fue el subgénero de la hagiografía, es decir, la vida de santos.

    La hagiografía, en principio, no es más que la biografía de personas cuyo interés procede de su alta consideración religiosa. Mientras que las Vidas de Plutarco tratan sobre todo de grandes generales y las de Suetonio de políticos trascendentales, las hagiografías se centran en obispos, monjes, sacerdotes o simples fieles cristianos especialmente relevantes por su espiritualidad. Esta característica, que podría considerarse secundaria, en la práctica distorsiona el sentido básico de la biografía ya que la propia secuencia vital del personaje queda supeditada o distorsionada por un elemento sobrenatural que era ajeno a la biografía clásica de la que hemos hablado. Además, detrás de las hagiografías encontramos también el subgénero de las “acta martyrum”, narraciones pseudo-historicistas que anteponían el prestigio de la devoción tradicional a la investigación biográfica, alejándose así del sentido básico del género tal y como lo entendían los historiadores grecolatinos.

    En cualquier caso, recopilaciones impresionantes por su amplitud, su exhaustividad y, sobre todo, por su influencia cultural durante varios siglos en toda Europa como la Legenda Aurea latina de Iacobus de Voragine, un obispo dominico genovés del siglo XIII, merecen ser tenidas especialmente en cuenta en el desarrollo literario del género biográfico en Europa.

    Pero es en el Renacimiento, época marcada por el antropocentrismo y por la recuperación de la cultura grecolatina, cuando se retoma el estudio de personas ilustres en su individualidad y se sustituye la teocéntrica vida de santos por la semblanza de destacados personajes de la vida civil, militar o artística. Así encontramos el De viris illustribus de Petrarca, tan latino que incluso recupera personalidades propias de la época de Nepote y Suetonio, la Vida de Dante de Boccaccio, donde el biografiado ya es un contemporáneo, y décadas más tarde, texto de todo tipo que van desde las Generaciones y Semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán y las Vitae de Paulo Jovio a las Vidas de los mejores arquitectos... de Vasari. Posteriormente, ya tras el Romanticismo, el género biográfico dota a las biografías de fuerte sesgo literario, como las las de Stefan Zweig (María Estuardo), Emil Ludwig (Napoleón), Benjamín Jarnés (Stefan Zweig) o André Maurois (Don Juan o la vida de Byron). [E. G.]