LA FIJACIÓN DE UN CANON (y II)

 

    [...] Para que el canon de esta historia de la literatura europea fuera obvio, como puede serlo el de la lírica provenzal o el de la pintura  impresionista, hubiera sido imprescindible que en la propia educación básica, en el contexto formativo o en el ámbito social cotidiano del redactor y de sus lectores tuviera un lugar clave ese concepto de “literatura europea” o, al menos, el de “Europa”, cosa que no ha sido así en ningún momento de los últimos dos siglos ni lo es siquiera todavía, mientras escribimos estas líneas. A pesar de esa carencia trascendental y como ya conoce bien quien se ha acercado a estas páginas, la perspectiva que las anima se contruye sobre la certeza de que existe, de que viene existiendo desde hace más de mil años, una cultura europea común, una de cuyas manifestaciones artísticas más relevantes, junto con la pictórica, la musical o la arquitectónica, es la literaria. En ese sentido, la idea de “literatura europea” tal y como se desarrolla aquí difiere de otros conceptos, tampoco muy usados, es cierto, pero menos comprometidos, como “literatura en Europa”, “literatura de las lenguas de Europa” o “literatura en los países de Europa”. La perspectiva desde la que hemos fijado nuestro canon no es geográfica, lingüística, nacional o estatal sino cultural: una cultura, una literatura, un canon.

    Priorizar esta perspectiva europea implica dejar en un segundo plano otras cuestiones normalmente básicas para la elaboración de un canon literario como las relacionadas con la lengua en la que hayan sido escritas las obras, la nacionalidad del autor o sus condicionamiento sociales. Se privilegia en la elección la relevancia cultural de esa obra o de ese autor en relación con el desarrollo general de la cultura de Europa. Todo esto implica, como presupuesto elemental, que la cultura europea ha evolucionado de forma conjunta y unitaria a lo largo de toda su historia y que determinadas obras artísticas –literarias en este caso- representan mejor que otras o de una forma especialmente interesante esa evolución. Estas obras son las que merecen ser incluidas en este canon histórico de la literatura europea.

    La representatividad de estas obras canónicas puede manifestarse de varios modos pero, desde una perspectiva historicista, su importancia se vincula, sobre todo, a su influencia en dos momentos concretos de los procesos de evolución de la literatura europea: el inicio de alguno de los ciclos más relevantes y su culminación. Todavía existe un tercer grado, más importante todavía, que incluye a aquellas obras que, por encima del desarrollo cíclico de la cultura europea, han llegado a convertirse en modelos generales, atemporales y, acaso, definitivos.

    En cuanto al primer factor, la importancia de una obra como motor de cambio en un determinado momento histórico de nuestra cultura, resulta especialmente interesante porque revela, además, esa unidad intrínseca de Europa sobre la que venimos insistiendo: hay determinadas obras que, elaborando un modelo estético nuevo, fueron capaces de convertirse casi de inmediato en creaciones exitosas que modificaron significativamente el contexto literario previo en el que se habían generado. Como es lógico, encontramos estas obras en los inicios de los grandes procesos de cambio cultural y son ejemplos claros la obra lírica en italiano de Dante, la Arcadia de Sannazaro, el  teatro   romántico  de Schiller o la poesía vanguardista de Tristan Tzara. Casi nunca se trata de los textos más conseguidos o más representativos de la época, puesto que el Canzoniere de Petrarca es más “renacentista” que la Vita nuova o el Hernani de Victor Hugo mucho más “romántico” que el Don Carlos pero estas segundas obras, mucho más “clásicas” en su periodo, no hubieran sido posibles sin las primeras, que abrieron el camino a los nuevos creadores jóvenes. Estas creaciones artísticas tienen, por lo tanto, el gran valor de provocar una conmoción en la tradición anterior y, sobre todo, de conseguir que sus nuevos puntos de partida literarios sean considerados dignos de ser tenidos en cuenta e imitados y, al mismo tiempo, acaben con el prestigio bien establecido de otras piezas, también canónicas, anteriores.

    En otro nivel están las obras que han sido consideradas de forma generalizada la culminación de un determinado periodo cultural. En este caso nos encontramos con textos literarios que han sido capaces de plasmar la esencia de ese periodo y que lo ejemplican. Suelen ser obras reconocidas también desde el primer momento y que todavía hoy no han perdido su vigencia, al menos desde una perspectiva histórica. Es el caso mencionado del Cancionero de Petrarca pero también del teatro de Racine o de Los hermanos Karamazov. Ninguno de estos grandes monumentos literarios, al igual que el teatro de Chéjov, las novelas de Jean Austen o la Jerusalén libertada son originales en sus planteamientos o abrieron nuevos caminos en la historia de la literatura europea. Su valor estriba en que supusieron la aceptación y superación de modelos previos de éxito y la culminación de un proceso creativo general reconocido por sus contemporáneos. Petrarca competía directamente con Dante, Racine con Corneille y  Dostoievski  con Turgueniev y finalmente los superaron, al menos en la consideración de sus contemporáneos. Hoy, en la fijación del canon histórico de la literatura europea ambos textos han de tener su propia valoración, representativa de sus respectivos méritos.

    Por último, aún debemos tener en cuenta el tercer nivel, el que ocupan aquellas obras que forman parte del patrimonio de la literatura europea incluso más allá de los movimientos literarios a los que pertenecen. Se trata de obras como La divina comedia, el teatro de Shakespeare, el Quijote, Fausto... Podría pensarse, incluso, que estas obras constituirían el auténtico canon de la literatura europea, por ser las que mejor han resistido el paso del tiempo y las que han llegado hasta hoy con mayor vitalidad. Por ello, éstas han sido las que hemos seleccionado para confeccionar nuestra Antología Esencial.

    La trascendencia de la obra literaria de autores como Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe o Baudelaire en la historia de la literatura europea o en la propia cultura europea actual es indiscutibe y su inclusión en el canon de la literatura europea está más allá de cualquier crítica puntual a alguna de sus obras, ya que se basa en un hecho objetivo: su presencia a lo largo de buena parte de la historia de nuestra cultura ha sido amplia y sobre todo múltiple. No se trata solo de que, además de su prestigio actual, -Shakespeare, por ejemplo, sigue siendo hoy en día el autor de teatro más representado del mundo y el premio literario de mayor prestigio en lengua castellana lleva el nombre de Cervantes-, el primero sea también el mejor representante del teatro isabelino o el segundo el padre de la novela moderna. Es que, además, su influencia cultural en Europa cuenta ya con casi 300 años en el caso del español y más de 200 en el del inglés, desde el momento en el que la obra de ambos fue revalorizada como modelo de prestigio para la renovación de determinados géneros literarios europeos en importantes épocas de cambio. Primero sucedió con el Quijote de Cervantes, cuando los novelistas ingleses del siglo XVIII vieron en su forma de acercamiento a la realidad social y en sus originales planteamientos narrativos el camino a seguir para la creación de un género nuevo, la novela contemporánea. Poco después, fueron los jóvenes dramaturgos alemanes del último tercio del siglo XVIII quienes prestigiaron las obras teatrales de Shakespeare como un modelo dramático ajeno a las normas clásicas válido para desarrollar una nueva concepción teatral, que triunfará en toda Europa en el Romanticismo.

    En ambos casos se trata de la influencia directa de unos autores, unas obras y unos géneros artísticos europeos sobre otros, más allá del tiempo, del espacio, de la lengua y de la nacionalidad de cada uno. Son dos ejemplos básicos, por lo tanto, del concepto de literatura europea, tal y como lo concebimos en este estudio,  y representan bien lo que aquí se entiende por canon europeo. [E. G.]