TEODOR SZACKI: CRÍMENES Y MISERIA MORAL EN POLONIA

Zygmunt Miłoszewski: La mitad de la verdad, Alfaguara, 2016        

I: FISCAL TEODOR SZACKI

    Normalmente, como vamos viendo en estas páginas, los escritores de novela negra se esfuerzan por construir con mucho cuidado un protagonista original y atractivo con la idea de trabajar con él de forma indefinida en caso de éxito. Muchos de estos policías, desde el sueco Martin Beck hasta el griego Kostas Jaritos, llegan a envejecer a la par que su creador, compartiendo con él la historia del país en el que viven a lo largo de varias décadas y múltiples novelas. No sucede así con el fiscal Teodor Szacki, nacido del ordenador del periodista polaco Zygmunt Miłoszewski con el destino prefijado de protagonizar solo una trilogía, voluntad que hasta el día de hoy, cuatro años después de que se publicara la tercera de estas novelas, no ha sido modificada. Y esto resulta especialmente extraño siendo que ya el primer volumen, Uwikłanie (El caso Telak) de 2007, fue un enorme éxito editorial en su Polonia de origen y alcanzó, asimismo, una repercusión internacional inusitada. A pesar de ello, este atractivo funcionario varsoviano prematuramente encanecido, tras protagonizar Ziarno prawdy (La mitad de la verdad) en 2011 y Gniew (Rabia, aún sin traducir al castellano), en 2014 volvió al mundo de silencio de donde lo había sacado su autor.

    En Polonia la investigación de los más graves casos criminales está dirigida y supervisada directamente por el fiscal, por lo que, al ser este el protagonista de la narración, nos encontramos, con Miłoszewski, ante unas novelas policiacas casi sin policías. No hay apenas lugar para persecuciones callejeras, tiroteos de barriada o bandas de narcotraficantes; a Szacki lo que más le ocupa, aparte del papeleo, son los interrogatorios de los testigos, las inspecciones visuales y las deducciones imprevistas. Hay algún agente uniformado, por supuesto, como ese Oleg Kutnesov siempre disponible para echarle una mano, pero su trabajo nunca sale de un segundo plano. Podría parecer, así, que hablamos de una novela negra atípica pero se trata, en realidad, de un regreso a los orígenes del género, a ese Poirot inglés que se limitaba a conversar, pasearse, observar y deducir. De hecho, no por casualidad la resolución de El caso Telak, por ejemplo, remite a una de las más famosas novelas de Agatha Christie.

    Cerrada la trilogía, las novelas de Miłoszewski parecen haberse esforzado, sobre todo, por proporcionarnos una mirada amplia y crítica sobre la Polonia actual, más allá de los meros asesinatos. Cada una de las tres transcurre en una localidad polaca diferente en todos los sentidos (Varsovia, Sandomierz, poco más que una villa turística, y Olsztyn, una capital de provincias) y cuenta con un trasfondo específico que, en realidad, solo tangencialmente tiene que ver con los crímenes en sí. Al plantear esta vida de vagabundeo, tan forzada como improbable, para su protagonista, el autor parece darnos a entender que para él los delitos y la investigación son secundarios, que en realidad nos quiere hablar de otras cosas que le resultan más interesantes: de la supervivencia de las peores estructuras del antiguo comunismo en la Polonia actual en El caso Telak, de los ecos de un secular antisemitismo polaco en La mitad de la verdad, o de la intolerable brutalidad que imponen aún los hombres sobre las mujeres en Gniew.

    En este sentido, seguir al fiscal Szacki en sus investigaciones, aunque hayamos de soportar su prepotencia, su inestabilidad y su torpeza emocional, nos permite asomarnos a la Polonia más profunda y a algunos de los grandes problemas presentes y por venir de la Europa actual.

 

II: LA MITAD DE LA VERDAD

    Sandomierz es una pintoresca ciudad medieval que representa perfectamente a la Polonia más rural y tradicionalista. Es decir, a lo más característico e incómodo de la Polonia actual. Sin embargo, el entorno bucólico y relajado de Sandomierz parece haber seducido al cosmopolita y desengañado fiscal Teodor Szacki que, de una manera un tanto inverosímil, ha dejado su urbanita barrio de Praga en Varsovia y su prometedora carrera en la capital para pasar a formar parte de esta bonita postal turística a orillas del Vístula. Resulta bastante evidente que es el propio autor, Zygmunt Miłoszewski, el que tiene interés en trasladar la acción de la gran capital a este nuevo entorno tan diferente del que rodeaba El caso Telak. Y ya hemos dicho que la razón de este cambio puede tener que ver con la voluntad del autor de ofrecer en su trilogía una visión lo más amplia posible de Polonia hoy.

    Sea como fuere, la bella y apacible Sandomierz va a ser el entorno en el que Szacki habrá de investigar este nuevo asesinato con la ayuda de su colega Bárbara Sobieraj y del inspector Leon Wilczur. Si en la primera novela de la serie, sobre la resolución del crimen se iba cerniendo de forma cada vez más oscura y poderosa la sombra de los servicios secretos de la antigua administración comunista, en este caso lo que gana cada vez más peso en el relato es el eco del antisemitismo que impregna buena parte de la historia de Polonia. Más en concreto, el lector va conociendo con estupor la terrible suerte corrida por los escasos judíos supervivientes del Holocausto cuando regresaron a sus hogares, terminada la guerra.

    El contraste entre la pacífica vida cotidiana de este rincón recoleto de Polonia y el sanguinario y ritual crimen que se investiga es uno de los atractivos de la novela. Por otra parte, el trasfondo histórico va ganando importancia, sobre todo en la segunda mitad, y dota de un interés especial a la lectura, al menos para un lector extranjero, que apenas vislumbra desde lejos una de las más dolorosas miserias históricas de la moderna Polonia. Mucho menos pintoresca y especialmente controvertida ha podido ser esa misma lectura, por el contrario, entre los propios polacos, en un país en el que el año pasado se llegó a aprobar una ley que persigue a cualquiera que se atreva a inmiscuir al Estado en la persecución de los judíos durante el periodo nazi, no ya a periodistas metidos a escribir novelas policiacas, sino a los propios historiadores.

    De este modo, más allá del mayor o menor acierto del autor al entremezclar este tema secundario con la investigación de los crímenes, la lectura de La mitad de la verdad resulta en general interesante, entretenida y sorprendente. Esperemos, pues, que la traducción de Gniew al castellano no se demore ya mucho. [E. G.]